"PEPITA", DE PABLO CARBONELL

En esto de la lectura siempre me vislumbro no alcanzando a leer a los importantes, pero es que hay tantos y tan importantes que, aun asumiendo que leo mucho, no llegaré al punto que me gustaría, me va a faltar vida; tampoco es que sea frustrante es anhelable. El caso es que también le doy oportunidad a novelistas de nuevo cuño, algunos artistas de la radio o de la televisión, de la farándula, más o menos famosos que también dan su salto a la literatura, porque creen que tienen algo que contar.

Con Pablo Carbonell, este polifacético actor, cantante y artista en general, la verdad es que me he sorprendido un tanto; y es que si nos quedamos en su dimensión mediática tal vez obtenemos una imagen de canallita simpaticón, un tipo que cae bien a todo el mundo y que lo mismo te plancha un huevo que te fríe una camisa.

A veces pasa que por el hecho de que un artista ha dedicado buena parte de su vida a esos proyectos musicales, televisivos o teatrales, casi damos a entender que no están cualificados para otras lides, y es precisamente por ese bagaje por el que muchos obtienen un cualitativo aprendizaje para que un día se decidan a escribir.

En esa imagen que Carbonell ofrece, casi diría que siempre ha evocado un cierto surrealismo, en su modo de hacer comedia, en su modo de expresarse, si me apuran en su forma de hablar, un tío que es de Cádiz pero al que nunca se le ha notado el acento gaditano, con su consabida fortaleza, o sea que es muy pegadizo; esa vena surrealista también se apreciaba en aquel grupo musical que él lideraba, «Los toreros muertos», el título informaba esa tendencia y sus canciones no menos.

Cierto surrealismo o cierta heterodoxia, llamémoslo así, son elementos que se plasman en esta novela «Pepita» de 2019, que más que ser rarilla en lo que cuenta, lo es más bien el modo en que lo cuenta.

Me costó entrar un poco en la historia, y es que al principio sí que pensé que se trataba de una novela surrealista total, me costó unos capítulos pillarle el tranquillo, y es que a Pablo se le da muy bien eso de los dobles sentidos y los juegos de palabras, y en realidad durante toda esta novela te está poniendo a prueba casi en cada frase porque no para de jugar con las palabras, de jugar con el lector, tratando de sorprenderle a cada tanto. Y es todo un hallazgo o una sorpresa, porque en ese juego permanente también he de decir que utiliza el idioma con sumo cuidado, tanto que a veces es bastante culto, o sea que Pablo Carbonell, detrás de esa imagen cachonda es un tipo con la cabeza muy bien amueblada.

Esta obrilla cumple de sobra lo que espera uno cuando se enfrenta a un autor por primera vez, que te entretenga, y lo hace con una historia ligera, divertida, con una trama absurda típica de comedia española, con sus enredos y vericuetos, de esas para hacer una serie breve o una peliculilla para refrescar el verano.

El propio nombre de «Pepita» avanza un doble sentido, es el nombre de una de las protagonistas, pero también es el nombre común del sueño de muchos de los habitantes de un pueblito antiguamente minero y hoy venido a menos: el sueño de encontrar oro en las aguas de su río.

Pepita es una joven que se dedica a ser guía turística de unas minas que ya dejaron de explotarse hace años, tampoco es que vengan muchos turistas al pueblo. Su padre Curro regenta un bar-fonda donde se ve que no van ni las águilas, y eso le hace que tenga deudas por doquier, una de ellas, y se ve que no precisamente pequeña con el párroco de la villa que es don Malaquías, un elemento de cuidado que atesora todos los vicios que la Iglesia católica pretende hoy día desterrar (sin éxito). También está Tarugo, hijo de Curro y hermano de Pepita, que se dedica… a nada y casi hace honor igualmente a su nombre, aunque no es oro todo lo que parece, y fíjate que parece que yo también me he enganchado a los juegos de palabras.

Pepita es una joven lozana y de muy buen ver y Curro se desvive para que esta se amancebe, enrolle o contraiga relación estable con el potentado de la industria porcina de la zona Atanasio, y todo ello como estrategia maledicente para intentar sacar de la ruina a la familia. Atanasio trata de ser refinado pero le puede su relación cercana con los cerdos, esa relación que hace que uno difícilmente se pueda quitar el tufo aunque sea espiritual.

Y Curro no cejará, aunque para ello tenga que liarse con la anciana madre de Atanasio, doña Urraca, prototipo de la vieja del visillo y todo frenesí, que dirigirá sobre Curro todo su fulgor.

No obstante Curro tiene más ideas para sacar a su negocio de la ruina y de paso al pueblo entero, se trata de intentar que se genere una fiebre del oro que atraiga a todo tipo de aventureros de fortuna, para lo cual intentará la estratagema de hallar ese oro, que le va a prestar Malaquías que también quiere entrar en el juego, y pregonar su existencia por todos los confines.

Mientras tanto y aunque hay ligeros acercamientos entre Pepita y Atanasio, a regañadientes por parte de ella, surge un nuevo elemento que es el singular Martin Martín, un vaquero extranjero que se supone que está estudiando las propiedades de los minerales de la zona. Pronto Pepita y Martin quedarán prendados el uno del otro y se generará una lucha de celos entre la pareja y los que quieren que esto no ocurra, Atanasio, Tarugo, doña Urraca y el propio Curro, aunque este lo hace por las perras que no por convicción.

Con todos estos ingredientes y algunos más Pablo Carbonell va construyendo una comedieta de enredo en la que todos interactúan con todos, y al final hay un capítulo que me hace recordar el camarote de los Hermanos Marx.

En esta novela la tensión, divertida de todo punto, va progresando, siempre sorprendiendo en cada página y el final no es el que ni yo me hubiera imaginado, los buenos no son tan buenos, y a lo mejor los tontos pues que tampoco lo sean tanto.

Sin duda una lectura sedosa y entretenida con la que le doy el visto bueno a Pablo Carbonell en esta su nueva faceta literaria, ya había escrito algo más antes, y que entiendo que irá consolidando con el tiempo. Desde luego no se puede negar que tiene un estilo particularísimo.

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