ISMAEL TRAGACETE, LA LEYENDA DEL ÚLTIMO GRAN CAZADOR CLÁSICO

Ismael Tragacete
En aquellos mis años universitarios en los que lógicamente no existía Internet, acudíamos a otras fuentes de información que aunque hoy perduran, han sido sobrepasadas por la vorágine digital. Pese a esa aparente ausencia del dato instantáneo yo creo que esto tampoco nos limitaba especialmente, es decir, que estábamos bien informados y los de mi generación disponíamos de un buen poso de cultura general, que tal vez las generaciones actuales no poseen a causa precisamente de tanta información y tanto entretenimiento fácil y bobo. Quizás antes había esencia y hoy hay mucha morralla.

Pues con mis dos mejores compañeros de aquella época (mis dos Alfonsos) teníamos la sana costumbre de poner en juego nuestra cultura general algunas tardes, en una especie de Trivial Pursuit sin reglas, de entretenernos haciéndonos preguntas de todo tipo buscando la sapiencia de los demás, sustentados en los conocimientos que adquiríamos leyendo libros, prensa, viendo televisión o yendo al cine...

Por aquel entonces yo tenía la buena costumbre de adquirir cada mes de abril el «Anuario El País», un fantástico volumen editado por el periódico del mismo nombre (por aquella época de finales de los 80 y principios de los 90 yo era un asiduo lector de ese diario), en el que se recogían un montón de artículos de periodistas de prestigio sobre todo tipo de materias en relación con las secciones habituales del periódico y de su semanario, y sobre todo, y lo que a mí me llamaba especialmente la atención era que disponía de un montón de estadísticas varias que yo devoraba con avidez y que me ocupaba mucho tiempo, y es que antes me encantaba la estadística, ahora me sigue gustando pero menos.

Por cierto, que con una nueva vida para mí, con el curro y más vida social, ya pasé de comprar el Anuario, pese a que me consta que se sigue haciendo, y ya con la llegada de Internet, tampoco me pareció relevante disponer de todos esos datos, cuando a golpe de clic los tenías de forma inmediata.

Aquel Anuario representaba para mis compañeros y para mí una fuente de conocimiento impresionante. Yo leía todos los artículos, salvo alguno de temas que no me interesaban, y por supuesto, no me perdía ninguno de los relacionados con deportes y ocio. En el Anuario de aquel año 1989 aparecía un curioso artículo sobre caza y sobre la hazaña del campeón nacional de ese año de caza menor con perro, Ismael Tragacete, el toledano que había logrado por quinta vez consecutiva el entorchado nacional, y que se erigía como uno de los mejores deportistas españoles del momento, en una disciplina un tanto controvertida; de hecho aquel artículo no eludía toda clase de elogios a este genio de la escopeta. Ni que decir tiene que Ismael Tragacete, una suerte de héroe anónimo, se convirtió para mis compañeros y para mí en una especie de mantra, era nuestro deportista de élite de andar por casa, era un desconocido que para nosotros era un amigo; Tragacete fue siempre un recurso para iniciar una charla en un bar, el guía que nos hacía levantarnos para ser mejores, el que inspiraba nuestros exámenes, nuestro héroe.

Desde luego, sin intentar meterme en camisa de once varas, he de decir que ni soy aficionado a la caza, ni me gusta, ni entiendo mucho, por eso, espero no expresar ninguna inconveniencia a partir de ahora.

El hecho de que no me guste no excluye que como deporte que es, con todo lo que la caza supone, o sea que es una actividad que se produce porque el ser humano es el dominador de la humanidad e implica la muerte de animales, pues tiene su componente competitivo que implica un entrenamiento físico concienzudo por parte de sus practicantes y, por otro lado, que tiene una vertiente natural que me gusta; se trata de un deporte intrínsecamente unido a la naturaleza y ahí le encuentro cierto atractivo, sobre todo me pasa cuando veo los espectaculares reportajes de un programa mítico de TVE como es «Jara y sedal», una producción realizada con rigor y profesionalidad.

¿Por qué realizar un artículo sobre caza menor? Partiendo de la base de la simpatía que me inspira el nombre de Tragacete, hace unos días leí acerca de la reducción de licencias de caza y cómo sus practicantes estaban envejeciendo y no se producía el necesario relevo generacional. La caza no goza, al parecer, de buena salud porque decaen las licencias y la gente joven no se interesa como antes en esta práctica. Este dato me hizo retomar otro del que no soy ajeno y es que por una especie de resorte psicológico, después de Tragacete he procurado, en alguna ocasión, conocer qué se cocía en el Campeonato de España de caza menor con perro.

Que yo no sea aficionado a la caza no quiere decir que no sea partícipe de su valor ecológico, en este sentido, soy partidario de la caza legal, aquella que se sustenta en planes de caza y que tiene como fin primordial el aprovechamiento sostenible de las especies cinegéticas, es decir, que gravita sobre la necesidad de que en las zonas de caza se tienda a un equilibrio ecológico, esto es, aquel en el que coexistan todas las especies autóctonas en un número tal que pueda supervivir toda la diversidad ecológica sin alteraciones significativas en el tiempo. Y, a todo esto, quiero pensar que dichos planes son elaborados por técnicos cualificados que estudian las características de las áreas objeto de caza para que su contenido sea el adecuado.

Por eso, aunque yo sea incapaz de matar a una simple hormiga y que cada vez estoy más convencido de que alguna vez en mi vida probaré a ser vegano o vegetariano, debo respaldar a los cazadores legales, los que van por derecho, los que saben que cazando lo que les corresponde garantizan la caza para muchos años o para siempre, los que no manipulan sus armas, los que hacen sus cursos, pagan sus licencias y sus cotos, no dejan los cartuchos tirados en el terreno y los que (y esto lo digo desde el desconocimiento más absoluto) intentan realizar el disparo más certero para que la muerte de los animales sea instantánea.

En contraposición a esto, rechazo frontalmente el furtivismo, y todas aquellas prácticas ilegales y egoístas que se cargan la caza, incluso especies protegidas; esos que viven en un «pan para hoy y hambre para mañana», en detrimento de los buenos cazadores que no solo sostienen, a su manera, el medio ambiente, sino también a un montón de empresas y de familias que se dedican profesionalmente a este sector.

Ismael Tragecete
Retomando un poco la figura de Ismael Tragacete, el bueno de Ismael llegó a ganar seis entorchados nacionales e incluso uno del mundo, en 1990, cuando estaba en la cresta de la ola. Tragacete, un tipo menudo de músculo duro, de esos hombres de campo de toda la vida, con su característico bigotillo, era un excepcional cazador, prácticamente no fallaba nunca, y era un superhombre en el que se combinaba su agudeza visual, su buen pulso, su instinto y conocimiento de los «datos» de la naturaleza, unas piernas prodigiosas y un can, su binomio, excepcionalmente entrenado para esta disciplina.

Lo de las piernas resulta como poco curioso, en uno de los reportajes publicados tras una de sus victorias nacionales, el periodista aludía a que el toledano había recorrido 65 kilómetros en 7 horas, de tal forma que necesitaba que relevaran en varias ocasiones al juez de campo que acompaña al cazador en los campeonatos para verificar la legalidad de las capturas. Sin duda, 65 kilómetros se me antojan excesivos, y calculados muy por alto dado que a finales de los 80 y principios de los 90 no existían aparatos tan habituales para nosotros hoy como un móvil con GPS; y es que correr, porque es casi correr, 9 kilómetros a la hora no los conseguimos algunos días muchos de los que salimos a correr y estirar las piernas por ahí.

Ismael Tragacete ostenta seis títulos nacionales y es difícil que, en largo tiempo, alguien pueda superar su récord. Se cuenta, eso sí, porque en todos sitios cuecen habas, que en algún campeonato se acusó, al parecer sin fundamento, a este gran campeón de manipular y colocar piezas para así lograr campeonatos.

Francisco Fernández Sierra
Como digo, nunca se pudo probar, no obstante, y como he seguido de forma más o menos habitual las vicisitudes de este campeonato de España en los últimos años sí que se pudo probar, que el cazador guadalajareño Francisco Fernández Sierra que llamaba a la puerta del cetro de Tragacete, llegando a tener cuatro títulos nacionales, fue acusado en 2007 de cobrar piezas que estaban muertas entre 24 y 48 horas antes de la prueba, amenazando a su vez con la escopeta a su juez. De hecho, se probó no solo que las aves estaban alimentadas con comida no propia del coto y que se trataba de especies que morfológicamente tampoco eran autóctonas del coto, sino que incluso se verificó que el día anterior a la prueba se desplazó a 300 kilómetros de distancia para adquirir en una granja tres conejos vivos; en fin, todo un jeta. Fernández Sierra, tras varios años de disputas judiciales que acabaron creo que en el Tribunal Supremo, fue inhabilitado para competir en este deporte por cinco años, y más allá de esto, marcado ya con la huella del fraude para los restos.

Eso sí, en los últimos años también ha habido críticas acerca de la elección de los cotos por parte de la Federación Española, en algunos casos, poco acertados por la escasez de piezas y donde la suerte ha influido más que otro factor para encumbrar al campeón nacional.

En fin, salvada esa amenaza de Fernández Sierra, Tragacete sigue cazando aunque lógicamente, metido ya en los 70 años lo hace con más parsimonia aunque con una clase arrolladora; de hecho, hay un vídeo de hace unos seis o siete años en el que demostraba su instinto para escrutar lo que el terreno le informaba, en un todo de verificar ruidos, marcas, olores, movimientos...; y también contaba con un fantástico perro, Mito, un podenco andaluz, de esos animales listos e inteligentes a los que no les tienes ni que hablar para saber lo que les pides.

Arkaitz Egaña
Por cierto, el Campeonato de España desde hace ya varios años se hace también independientemente para categoría femenina. En el del año 2015, el último disputado a la fecha de cierre de esta entrada, el ganador fue el guipuzcoano Arkaitz Egaña. Ese campeonato celebrado en tierras sorianas fue especialmente pobre en cuanto a piezas, de tal forma que en categoría femenina quedó desierto porque de las catorce participantes solo una llegó con una pieza abatida, pero lamentablemente con el control cerrado.

Ismael Tragacete sí que es un mito, y hoy es un venerable pero activo septuagenario que colabora en los campeonatos nacionales como juez, ¿quién mejor que él para saber cómo se puede gestionar una prueba de este carácter? Larga vida al general, un héroe anónimo, un nombre inolvidable, un cazador de leyenda.

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