EL CHINCHÓN, UN JUEGO DE CARTAS REDESCUBIERTO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Estando inmersos en una pandemia de insólita convivencia cotidiana y de imprevisibles consecuencias futuras, cada cual ha escrito su propia historia sobre su llevanza, y casi lo sustancial se está convirtiendo en que podamos vivir para contarlo, porque y esto ya lo he comentado antes en esta bitácora, creo que habrá pocas personas adultas en este mundo que no hayan pensado en algún momento que su existencia corre riesgo, invisible sí, lejano tal vez, pero riesgo y peligro al fin y al cabo. 

En esa historia personal este año se recordará para siempre, por lo atípico que ha sido todos tendremos nuestros hitos, para algunos hasta les haya cambiado su vida, me gustaría pensar que para bien, aunque es verdad que para los que perdieron a alguien en el camino, ese cambio será para mal, para dejar una herida que el tiempo se encargará de cauterizar. Si es para bien me gustaría pensar que la experiencia que todos hemos vivido pueda servir para construir un mundo mejor, aunque sinceramente no tengo muchas esperanzas de que esto pueda ocurrir.

La mayoría de las historias personales tienen un punto de cotidiano, de casero, de interior…, el propio de una situación en la que hemos pasado, más que nunca, mucho tiempo en nuestros domicilios, nuestro mundo se ha constreñido a esos cimientos, muros, columnas, paredes, techos… que conforman nuestras respectivas moradas. Y también los contactos fluidos por teléfono, al principio más que nunca, con nuestros seres queridos, amigos, compañeros…

Las nuevas tecnologías, denostadas en muchas ocasiones quizá con razón, se han convertido en un aliado en tiempos de pandemia, nos han acercado a los nuestros, minimizando la distancia y permitiéndonos estar los unos con los otros desde el interior de nuestras casas; de verdad que en muchos momentos yo no he sentido estar solo, simplemente por eso, porque una videollamada te hacía encontrar esa sensación de rutina y cotidianidad que el estado de alarma, confinamiento o toque de queda impedía.

Ya se habló durante aquel confinamiento radical de marzo a mayo que se había incrementado el consumo de juegos en red, de descarga de aplicaciones de juegos, por dos razones fundamentales, seguro que muchas más, porque nos permitía abstraernos de una situación preocupante y porque teníamos más tiempo libre que el habitual, tal vez por última vez en nuestras vidas, ojalá.

Es verdad que piqué en esto de jugar y rescaté con mi hijo una vetusta Xbox de 2005 que mantuvo sana pugna entre nosotros en unos juegos que pese a su antigüedad aún siguen despertando nuestra emoción. Posteriormente probé el parchís en red y es verdad que se pierde algo de la naturalidad de jugar en vivo, amén de que es un juego, que por mucho que se acelere, vía aplicación, recortando los tiempos de forma drástica, sigue teniendo una larga duración y eso a veces no conviene.

Siempre he sido muy aficionado a los juegos de mesa y es raro encontrar el momento y la complicidad de otros para pasar una tarde apasionante sin tener que mirar reloj y haciendo que las horas se pasen en un adorado santiamén.

Pero no, no he llegado hasta aquí únicamente para explicar que me gustan los juegos de mesa y lo que hice durante el confinamiento, sino que el 2020 ha sido el redescubrimiento de otro juego de mesa, al que de algún modo puedo considerar «mi juego del año», y no puede ser otro que el chinchón.

Todo comenzó como un entretenimiento de una atípica tarde estival en la playa, atípica porque el verano medianamente lo salvamos y se pudieron hacer más cosas de lo que nos imaginamos o quizá lo vemos como un triunfo por la evolución que la pandemia tuvo con posterioridad. De un mero recordatorio de las reglas para jugar en la vida real, ya no hay juego del tipo que sea que no tenga su cobertura en la red, y ahí es donde este juego se ha revelado como ese entretenimiento que nos ha permitido sobrellevar nuevos estados de confinamiento perimetral.

Como buen juego de cartas que es, el chinchón tiene variables en cuanto a las reglas según quién lo juegue o la localidad o territorio donde tenga cierto predicamento. A este respecto es un juego que se juega con la baraja española y, considerando la implantación de esta baraja, es fundamentalmente apreciado por los españoles y los países de habla hispana.

Más allá de explicar las reglas del chinchón, es fácil y en cinco minutos se conocen todos los entresijos (avanzar y hacerse un experto ya es otra cosa), debo señalar que la base del mismo tiene, salvando las distancias, cierto parentesco con el póker, puesto que se trata de realizar tríos o cuartetos y de conseguir escaleras de color, esas son las jugadas de ligada, se dan siete cartas y se debe intentar, mediante cambios uno por uno cada vez que tienes la mano, que al menos seis o siete de las mismas contemple dos tríos, un trío y un cuarteto, dos escaleras de color de tres o cuatro cartas o una combinación de trío o cuarteto y escalera. Para confirmar la similitud funcional con el póker la jugada máxima denominada chinchón, ¿cómo no?, no es otra cosa que una escalera real completa de siete cartas, lo cual no suele ser fácil de conseguir. Y para colmo de la casualidad casual, sí, en el chinchón tenemos un comodín, una carta icónica que no es otra que el as de oros y que otorga mucha ventaja al jugador que la ostenta.

La diferencia entre el chinchón y el póker es que en este último, hay muchas cartas ciegas, sea la versión que se juegue, y es muy dado a la apuesta y al farol. Esto último determina que no gane siempre el que mejores cartas lleva sino el que ha hecho pensar al contrario que tiene las mejores cartas cuando no es así.

La versión digital del juego, por lo menos en la web en la que yo pruebo, es tremendamente ágil y es como una pildorita de entretenimiento que no te resta tiempo y que te ocupa esos ratos muertos que puedes tener en el día, no muchos y es posible que ni siquiera puedan ser habituales o diarios.

Ahora vamos a descubrir algunas evidencias de su práctica. Antes que nada hay que reseñar que lo normal es jugarlo con cuatro personas, pero yo he jugado con más de cuatro y utilizando dos barajas, lo cual es una dimensión completamente distinta al juego que yo practico en la actualidad, casi se diría que constituiría casi un juego distinto, porque la memorización no sirve tanto como en su versión a cuatro.

El juego con cuatro personas sería su dimensión clásica, en el desarrollo del juego es preciso o mínimamente conveniente ir memorizando las cartas que van saliendo y lo que coge cada jugador, en especial ese jugador que te sigue en la mano. No es fácil establecer una estrategia para impedir el juego de los demás, pues en realidad cada uno busca su propio juego de ligadas, pero a veces es posible dilatar el triunfo de otro jugador. Lo que sí es verdad es que en el juego a dos, el que yo practico, es directamente imposible, y se convierte en un juego en el que uno busca ligar y hacerlo cuanto antes, poco hay que memorizar.

En una práctica normal, digamos a nivel de usuario, con un básico memorizado de cartas uno puede conseguir ciertas victorias en el juego a cuatro. Es evidente que no se aprecia el nivel de cada cual con una simple partida, se ve más claro con una muestra más amplia.

¿Y jugando entre dos quién es mejor? Pues para esa persona que juega conmigo, esto es todavía más imprevisible. Desde luego en una sola partida no es representativo, es simple suerte, ni en diez, ni probablemente en cincuenta. Así que habrá que plantearse para 2021 llevar una estadística y hacer un torneo interno con sus premios y todo, pero eso ya es harina de otro costal.

En cualquier caso, para esos aficionados a las cartas de la baraja española, del tute, la brisca, cinquillo, siete y media o mentiroso, este chinchón es una buena opción de entretenimiento con algunas dosis intelectivas.

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