Que la Semana Santa es más pasión y fiesta que religión es algo constatable, no ya solo porque lo es, lo cual es palpable, por mucho que a algunos les duela esta afirmación y en particular a la Iglesia Católica; sino porque el ingente tropel de personas que participan de esta celebración es infinitamente mayor que los que acuden todos los domingos a misa en cumplimiento del tercer mandamiento de la Ley de Dios. Ahora bien, que sea más festejo que religiosidad no quita que exista también un sentimiento exaltado de trascendencia; basta con que una imagen pase por delante de los ojos de alguien que no ha acudido a misa desde que hizo la primera comunión, para que experimente la necesidad de permanecer parado por un momento con solemnidad y santiguarse.
Yo he salido en procesiones de Semana Santa muchas veces a lo largo de mi vida, en una banda de música, como horquillero y finalmente como costalero. Cuando estaba debajo del Cristo rodeado de jóvenes y no tan jóvenes, hombro con hombro, codo con codo, sentía la sensación de estar solo, aislado, era silencio en medio del ruido, era un momento de especial recogimiento para pensar en asuntos existenciales. Y eso, allí rodeado de hombres, cada cual de su padre y de su madre, te encontrabas con una muestra representativa de nuestra sociedad, profesionales de todo tipo, parados, buenas personas, mala gente, tipos extraordinarios e individuos incultos y básicos más cercanos genéticamente a un animal que a un humano…; y a pesar de todo, ahí estábamos todos, iguales, unidos por algo, habíamos dejado nuestra mochila antes de meternos bajo las andas y cada cual con su motivación había decidido estar allí cuando podría estar en cualquier otro sitio evitando este sacrificio. Y esto era lo que más me llenaba que, si por un momento, tantos pecadores que estábamos ahí, o tantas malas personas, ovejas descarriadas, por un instante, aunque fuera un segundo, el hecho de estar debajo de una figura que representa a Jesucristo les inspiraba, nos inspiraba algo trascendente, un hálito para enfrentar el día siguiente de una manera distinta, para plantearse que se puede ser mejor persona, entonces merecía la pena la Semana Santa, lo merecía y mucho, y por extensión también a todas esas personas que se mueven en esos días especiales, los que acompañan, los que miran, los que se ganan la vida todo el año en diversos oficios artísticos que giran en torno a esta celebración…
No obstante, si hay un colectivo que mejor personifica el esfuerzo continuo por hacer la Semana Santa más grande quizá lo sea el de las bandas de música. En Andalucía que es lo que más conozco, muchas de ellas no descansan en todo el año, son una auténtica escuela formativa al aire libre, un magnífico vertebrador social. La música no solo los une por una causa sino que también, como muestra social que antes comentaba, tiene de todo un poco, lo malo y lo bueno, pero puestos a sacar conclusiones seguro que a poco que rasquemos, desciframos un buen puñado de beneficios y de valores buenos que se imprimen desde estas formaciones musicales.
Observo que en muchas de estas bandas hay niños y jóvenes de extracción social baja o media baja, tal vez algunos de ellos defenestrados ya del colegio y el instituto, se enfrentan a un futuro no muy halagüeño en lo profesional y, sin embargo, la música es su pegamento, el imán que les permite seguir aferrados, tal vez como último recurso, a una sociedad a través de esa institución más o menos formal como es la banda de música de su cofradía. Jóvenes que tal vez serían carne de cañón si no estuvieran acogidos por esta pasión que los obliga a mantener unas normas: puntualidad, estudio, perseverancia…, a lo largo del año.
Y es que en una existencia de tantas inseguridades el ser humano necesita certezas, siendo un ser social ante todo, en el grupo, en las relaciones, uno siempre se siente mejor, especialmente si está bien integrado, y las bandas de música a buen seguro que fomentan eso, el compañerismo y la camaradería que hacen que cada uno sea más importante como miembro de un colectivo que afrontando su vida individualmente. Es más, puede que haya personas mediocres en su quehacer cotidiano y, sin embargo, son extraordinarios en manejo de grupos, en dinamizadores y, por supuesto, en tocar un instrumento.
No es cuestión baladí lo de tocar un instrumento musical, más allá de la dedicación y las muchas horas que hay que dedicar hasta hacerlo con cierto nivel, también hay buenas dosis de virtuosismo y, por qué no, de inteligencia. Alguien con el que compartía una procesión esta Semana Santa advertía que conocía a uno de los integrantes de una banda que en su devenir académico se había desempeñado de forma muy errática, vamos que era un zoquete y, sin embargo, ahí estaba tocando un instrumento de viento con una suficiencia abrumadora teniendo en cuenta su antecedente curricular. Esto diera, tal vez, para tratar de forma amplia acerca del sistema educativo en España, pero no quiero profundizar, lo que sí está claro es que este sistema no explora ni explota las verdaderas habilidades de los educandos; alguien que no da un palo al agua a los libros no es porque sea tonto, quizás esté desmotivado, tiene otra inteligencia y la práctica y el estudio de la música es un botón de muestra. Un muchacho desorientado en el colegio puede tener en la música su salida laboral futura, desde luego que sí.
Por cierto que las bandas de música de Semana Santa en Andalucía son un colectivo que agrupa a muchísimas personas, es difícil que no conozcas a alguien que toca en una banda. Y una cofradía no tiene una sola banda asociada, no, tiene varias, dos y hasta tres, es algo increíble. En Linares la preponderancia que se le otorga a la música es tal, para el que no conozca esta peculiaridad, que existen las «bandas de cabecera», o sea, bandas que no tocan a ningún trono, tocan a la gente sin más, al público, a ellos mismos, y ¡qué bandas!, auténticas orquestas andantes, compuestas por gente muy cualificada (en la música), que tocan marchas de Semana Santa, pero también tienen un soberbio repertorio que para los que conocen esta singularidad linarense, saben que se incluyen bandas sonoras de películas, todo un espectáculo.
Todas estas bandas que, como he referido, muchas de ellas ensayan prácticamente todo el año, se transforman en charangas o en orquestillas para pasacalles y similares en época estival; y en el transcurso de la Semana Santa echan una auténtica semana de pasión, porque de los ocho días que contiene muchos se los tiran en autobús de un lado para otro, terminando de tocar a altas horas de la madrugada para al día siguiente tocar en su pueblo o en otro casi sin tiempo para descansar, y en las más de las ocasiones por amor al arte, y precisamente hacen esto porque los integrantes de estos colectivos reciben otras recompensas en forma de sentirse valorados implícitamente cada uno de ellos dentro del grupo al que pertenecen. Ser un individuo integrado socialmente es un valor intangible que vale más que todo el dinero del mundo.
Por último, culminando estas reflexiones a vuelapluma, y a título anecdótico he de señalar que esta Semana Santa, aprovechando que conocía a un miembro de una banda, le pregunté cuántas marchas distintas tenían y me dijo que en torno a ciento veinte (ni punto de comparación con las quince o veinte que yo tenía en la banda con la que tocaba de joven, claro que era una banda solo de percusión), por supuesto le repuse que si se las sabía todas (de memoria) y me dijo que no, que solo unas pocas, y como él todos, es decir, que para los que duden del esfuerzo intelectivo que imprime la música este detalle es palmario, cuántas puertas se abrirán y cerrarán en nuestro cerebro cuando las notas musicales circulan por él, cuántas neuronas se activarán…, a buen seguro que la práctica de tocar un instrumento musical alarga la vida mental y evita que nuestra mente enferme. Con tal repertorio, cualquier banda garantiza que no repetirá una marcha en todo su recorrido procesional.
Yo he salido en procesiones de Semana Santa muchas veces a lo largo de mi vida, en una banda de música, como horquillero y finalmente como costalero. Cuando estaba debajo del Cristo rodeado de jóvenes y no tan jóvenes, hombro con hombro, codo con codo, sentía la sensación de estar solo, aislado, era silencio en medio del ruido, era un momento de especial recogimiento para pensar en asuntos existenciales. Y eso, allí rodeado de hombres, cada cual de su padre y de su madre, te encontrabas con una muestra representativa de nuestra sociedad, profesionales de todo tipo, parados, buenas personas, mala gente, tipos extraordinarios e individuos incultos y básicos más cercanos genéticamente a un animal que a un humano…; y a pesar de todo, ahí estábamos todos, iguales, unidos por algo, habíamos dejado nuestra mochila antes de meternos bajo las andas y cada cual con su motivación había decidido estar allí cuando podría estar en cualquier otro sitio evitando este sacrificio. Y esto era lo que más me llenaba que, si por un momento, tantos pecadores que estábamos ahí, o tantas malas personas, ovejas descarriadas, por un instante, aunque fuera un segundo, el hecho de estar debajo de una figura que representa a Jesucristo les inspiraba, nos inspiraba algo trascendente, un hálito para enfrentar el día siguiente de una manera distinta, para plantearse que se puede ser mejor persona, entonces merecía la pena la Semana Santa, lo merecía y mucho, y por extensión también a todas esas personas que se mueven en esos días especiales, los que acompañan, los que miran, los que se ganan la vida todo el año en diversos oficios artísticos que giran en torno a esta celebración…
No obstante, si hay un colectivo que mejor personifica el esfuerzo continuo por hacer la Semana Santa más grande quizá lo sea el de las bandas de música. En Andalucía que es lo que más conozco, muchas de ellas no descansan en todo el año, son una auténtica escuela formativa al aire libre, un magnífico vertebrador social. La música no solo los une por una causa sino que también, como muestra social que antes comentaba, tiene de todo un poco, lo malo y lo bueno, pero puestos a sacar conclusiones seguro que a poco que rasquemos, desciframos un buen puñado de beneficios y de valores buenos que se imprimen desde estas formaciones musicales.
Observo que en muchas de estas bandas hay niños y jóvenes de extracción social baja o media baja, tal vez algunos de ellos defenestrados ya del colegio y el instituto, se enfrentan a un futuro no muy halagüeño en lo profesional y, sin embargo, la música es su pegamento, el imán que les permite seguir aferrados, tal vez como último recurso, a una sociedad a través de esa institución más o menos formal como es la banda de música de su cofradía. Jóvenes que tal vez serían carne de cañón si no estuvieran acogidos por esta pasión que los obliga a mantener unas normas: puntualidad, estudio, perseverancia…, a lo largo del año.
Y es que en una existencia de tantas inseguridades el ser humano necesita certezas, siendo un ser social ante todo, en el grupo, en las relaciones, uno siempre se siente mejor, especialmente si está bien integrado, y las bandas de música a buen seguro que fomentan eso, el compañerismo y la camaradería que hacen que cada uno sea más importante como miembro de un colectivo que afrontando su vida individualmente. Es más, puede que haya personas mediocres en su quehacer cotidiano y, sin embargo, son extraordinarios en manejo de grupos, en dinamizadores y, por supuesto, en tocar un instrumento.
No es cuestión baladí lo de tocar un instrumento musical, más allá de la dedicación y las muchas horas que hay que dedicar hasta hacerlo con cierto nivel, también hay buenas dosis de virtuosismo y, por qué no, de inteligencia. Alguien con el que compartía una procesión esta Semana Santa advertía que conocía a uno de los integrantes de una banda que en su devenir académico se había desempeñado de forma muy errática, vamos que era un zoquete y, sin embargo, ahí estaba tocando un instrumento de viento con una suficiencia abrumadora teniendo en cuenta su antecedente curricular. Esto diera, tal vez, para tratar de forma amplia acerca del sistema educativo en España, pero no quiero profundizar, lo que sí está claro es que este sistema no explora ni explota las verdaderas habilidades de los educandos; alguien que no da un palo al agua a los libros no es porque sea tonto, quizás esté desmotivado, tiene otra inteligencia y la práctica y el estudio de la música es un botón de muestra. Un muchacho desorientado en el colegio puede tener en la música su salida laboral futura, desde luego que sí.
Por cierto que las bandas de música de Semana Santa en Andalucía son un colectivo que agrupa a muchísimas personas, es difícil que no conozcas a alguien que toca en una banda. Y una cofradía no tiene una sola banda asociada, no, tiene varias, dos y hasta tres, es algo increíble. En Linares la preponderancia que se le otorga a la música es tal, para el que no conozca esta peculiaridad, que existen las «bandas de cabecera», o sea, bandas que no tocan a ningún trono, tocan a la gente sin más, al público, a ellos mismos, y ¡qué bandas!, auténticas orquestas andantes, compuestas por gente muy cualificada (en la música), que tocan marchas de Semana Santa, pero también tienen un soberbio repertorio que para los que conocen esta singularidad linarense, saben que se incluyen bandas sonoras de películas, todo un espectáculo.
Todas estas bandas que, como he referido, muchas de ellas ensayan prácticamente todo el año, se transforman en charangas o en orquestillas para pasacalles y similares en época estival; y en el transcurso de la Semana Santa echan una auténtica semana de pasión, porque de los ocho días que contiene muchos se los tiran en autobús de un lado para otro, terminando de tocar a altas horas de la madrugada para al día siguiente tocar en su pueblo o en otro casi sin tiempo para descansar, y en las más de las ocasiones por amor al arte, y precisamente hacen esto porque los integrantes de estos colectivos reciben otras recompensas en forma de sentirse valorados implícitamente cada uno de ellos dentro del grupo al que pertenecen. Ser un individuo integrado socialmente es un valor intangible que vale más que todo el dinero del mundo.
Por último, culminando estas reflexiones a vuelapluma, y a título anecdótico he de señalar que esta Semana Santa, aprovechando que conocía a un miembro de una banda, le pregunté cuántas marchas distintas tenían y me dijo que en torno a ciento veinte (ni punto de comparación con las quince o veinte que yo tenía en la banda con la que tocaba de joven, claro que era una banda solo de percusión), por supuesto le repuse que si se las sabía todas (de memoria) y me dijo que no, que solo unas pocas, y como él todos, es decir, que para los que duden del esfuerzo intelectivo que imprime la música este detalle es palmario, cuántas puertas se abrirán y cerrarán en nuestro cerebro cuando las notas musicales circulan por él, cuántas neuronas se activarán…, a buen seguro que la práctica de tocar un instrumento musical alarga la vida mental y evita que nuestra mente enferme. Con tal repertorio, cualquier banda garantiza que no repetirá una marcha en todo su recorrido procesional.
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