"LO MEJOR DE IR ES VOLVER", DE ALBERT ESPINOSA

Conmueve y sobrecoge pensar que una persona sabe que va a fallecer, todos lo haremos, pero con el sosiego y la equidistancia de que su fecha está cercana; eso le da a ciertas personas una lucidez sobrehumana que, a decir verdad, a ninguno nos gustaría experimentar. 

Pau Donés falleció hace unos meses y en el documental «Eso que tú me das» ofrece un testimonio de limpidez y sinceridad sin límites, ese que solo permite una situación límite donde reconoces que el personaje trasciende de la forma más brillante que uno se puede imaginar, que no tiene nada que esconder y deja un mensaje de esencia. Y trasciende porque sus mensajes son absolutamente certeros, sin ataduras.

El autor del libro que hoy reseño, de algún modo, visualiza con serenidad su futuro, desde hace unos años es un escritor de referencia y éxito en nuestro país. Yo no había leído antes a Albert Espinosa aunque sí conocía de su trayectoria y de alguna intervención en series de televisión. Vivió durante casi una década, entre los 14 y 24 años, una odisea de hospitalizaciones a causa de un osteosarcoma que, además, le ha seguido generando problemas con posterioridad y, de hecho, le tuvieron que amputar una de sus piernas. Albert Espinosa ha atisbado ya su futuro deceso, a una edad prematura, esa edad a la que no le corresponde morir, como muchas personas mueren en esta pandemia fuera de reloj. Su orientación literaria tiene mucho que ver con sus vivencias personales.

Creo que fue en «El hormiguero» hace un par de años cuando declaró que ofrecía su última entrevista y que dedicaría sus esfuerzos en lo que restara de su existencia para una serie de proyectos literarios y audiovisuales que está cumpliendo, uno de ellos este libro. De hecho, en esta novela profetiza acerca de la fecha de su defunción, un 23 de abril de 2023.

Con esa perspectiva serena que te da el haber ¿asumido? tu sino, es capaz de ofrecernos un testimonio trascendente sobre el sentido de la vida. Ha sido el artífice de elaborar una especie de ensayo envuelto en una entretenida novela.

Albert nos cautiva con una ensoñación de lo que sería el futuro en 2071 y creo que lo hace de una forma muy lógica sin hacer cábalas de un escenario imposible, algo más bien previsible dentro del lógico y raudo avanzar de una sociedad que ha corrido mucho y cada vez más, especialmente para los que ya contamos como medio siglo a nuestras espaldas y hemos podido constatar su evolución. No hay grandes distorsiones, no es un mundo radicalmente diferente al que hay ahora sino una continuidad de este.

Cada vez hablamos más del karma en nuestra sociedad, no como concepto religioso, que es de donde parte, sino como justificación de que el mismo acompaña o se aparta de quien hace el bien o el mal. Es esa especie de justicia divina o terrena que algunos tratan de acoger para desear o prever que todo el mundo recibirá más o menos tarde, en una suerte de equilibrio de fuerzas místicas, lo que se merece y que en el momento justo en que debía «cobrar» no obtuvo esa retroalimentación; algunos lo llaman justicia poética. Justamente creo que a todos nos gustaría creer en ese karma, para que se premiara a los que han hecho méritos para ello, o egoístamente para que sancionara a los que se han portado mal; pero creo que esto no es más que un artificio para contentar nuestras conciencias porque si nos tenemos que ceñir a lo terreno, lo del karma no se cumple en muchas ocasiones, hay malos que terminan sus días siendo malos (y felices) y buenos que se habrán tirado toda su vida sufriendo.

Pues en ese 2071 existen una especie de robots humanoides, tan humanoides que son propiamente humanos (de algún modo me recuerda a la entrañable película «El hombre bicentenario» de Chris Columbus y protagonizada por Robin Williams), con apariencia de ellos y con una conciencia similar, que tienen el don de aparecer oficialmente en las vidas de los que cumplen cien años a modo de premio y con la misión de ser un «karma artificial». El privilegiado centenario tiene derecho a proponer tres personas que deben morir, y al final decidirse por uno, trabajo sucio del que se encargará el robot. Además también se permite que el centenario diseñe su robot con apariencia humana, con la carcasa de edad que más le guste.

Pese a esta apariencia de novela de ciencia ficción en su planteamiento no hemos de confundirnos, es una novela de hoy y de ahora, tal vez la licencia, que no es precisamente nimia, del robot y el karma artificial es lo único que puede alterar el descubrimiento de la historia que este escritor pretende contarnos. Considerando ese matiz la novela es un recorrido vital por la existencia de Rosana, de lo que ha sido un testimonio centenario y del porqué de sus tres elecciones.

Cuando una persona llega a cien años y rezuma la lucidez que se le presume a la protagonista, tampoco es tiempo para lamentos ni para complacencias; Rosana nos cuenta su vida, una vida marcada por una doble tragedia, y lo peor de todo es que una de esas tragedias va a truncar su existencia, un terrible accidente fortuito será el punto de inflexión y el que provocará el accidente se convertirá en su raptor y en su violador durante muchos años, mientras ella, sin conocimiento, permanece ajena a cualquier realidad.

Esa Rosana que cuenta una historia pasada, que podía haber ocurrido en nuestros días, narra cómo un buen día despertó de su ausencia y se encontró con un niño de catorce años, que era su hijo (había concebido y dado a luz en esos años de cautiverio) y con la huida de su captor y padre del niño a la sazón.

Ocurrirá una tragedia posterior, como es la prematura muerte de su hijo, y que ayudará a construir a Rosana el esquema de los otros dos propuestos para morir, amén obviamente de su captor.

Durante la mayor parte de la novela conocemos toda esa historia porque Rosana se la cuenta a su robot Troy, al que ha diseñado con la carcasa de un adolescente de 13 años. Entre ambos se genera una química especial, ya he comentado que ese robot tiene conciencia y apariencia absolutamente humana; en ese recorrido Troy empatiza con Rosana y nos introducen de lleno en una bella historia de amor maternofilial, que ese sí que se convierte en el auténtico regalo para Rosana, ese es el karma artificial más bello que podría recibir y no el otro, que realmente es doloroso pero incapaz de resarcir el daño acumulado.

Una bella historia llena de sentimientos y emociones, que nos hace plantearnos el sentido de la vida y la necesidad de afrontar cada día como si fuera el último, porque nadie sabe en qué lugar te puedes tropezar, dónde encontrarás a esa persona que te quiere poner la zancadilla para que jamás levantes cabeza.

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