VACUNAS PARA EGOÍSTAS, VACUNAS PARA RICOS Y VACUNAS PARA POBRES, EN ESTE ORDEN

Todo es cuestión de fe, efectivamente, esto del coronavirus como cualquier acto que hacemos en esta vida es una cuestión de fe o de confianza en que las cosas han de permanecer como están. Si salimos a la calle corremos el riesgo de que una maceta se nos caiga encima o que un trozo de una cornisa o una baldosa se desprenda de un balcón justo cuando caminamos debajo y acabe con nosotros en un suspiro.

También es arriesgado, como no puede ser de otra manera, el salir cada día a la calle, quitarte la mascarilla momentáneamente para tomarte un humilde desayuno, porque confías en que el que tienes enfrente no lo tenga, ni los otros que te acompañan en esa cafetería plena de inusual ventilación; al igual que confías en que tus convivientes no lo traigan de fuera, del colegio, trabajo, supermercado…, en cualquiera de esos escenarios donde se concentran, aun con medidas de seguridad consabidas, público en general y que podrían alterar ese espacio vital y de seguridad al que hemos llamado nuestra burbuja.

Ya he escrito con anterioridad en este blog que al respecto de esta pandemia me ha costado confiar en opinadores públicos que afirmaban tal cosa y luego la realidad posterior los ha desdicho y no ha pasado nada. Y es que los expertos, los más sensatos, señalan que lo que hoy es una certeza puede que en un tiempo no lo sea; a la vista está que este virus es absolutamente imprevisible, y aparte de variantes y cepas, los países o territorios que están bien hoy pueden estar muy mal al cabo de unos meses y viceversa. Tampoco es que haya que ser un sabio para darse cuenta de que no hay una medida perfecta, todo se mueve en un equilibrio que no contenta a nadie y que además deja muertes en el camino, entre toques de queda, confinamientos perimetrales y aperturas de negocios y establecimientos comerciales. La salud y la economía en una balanza imperfecta, imposible.

Por cierto que me río bastante de esos medios de comunicación que se hacen eco de las previsiones de determinados pronosticadores de tres al cuarto que han sido capaces de prever dos o tres hechos venideros de la pandemia; esto no es más que un sesgo de opinión, quiere decir que cuando tienes tantísimas opiniones vertidas en medios de comunicación y, sobre todo, en redes sociales, ahora es fácil, siempre tendrás a alguien que acierte y a muchísimos que no, pero al primero se le ensalza y de los otros apenas nadie se hace eco, bueno sí, de Fernando Simón todo el mundo se acuerda de sus desacertadas y poco premonitorias opiniones expresadas en febrero de 2020 cuando señalaba que como mucho tendríamos unos pocos casos de coronavirus en España.

Las pandemias en la antigüedad se extinguían de manera natural, tanto porque fallecía muchísima gente como porque adonde podía llegar el virus ya había tocado a toda la población y los que no habían fallecido, los más débiles, se habían inmunizado; era un proceso de varios años, tres o cuatro incluso un lustro, no había vacunas; el virus no progresaba porque se le acababan humanos para contagiar, y la capacidad de dispersión era limitada, no había trenes, aviones, coches... Hoy, en el siglo XXI esta pandemia inédita en una sociedad avanzada y donde los movimientos entre personas han propiciado su rápida propagación, no queremos salir de ella en tres o cuatro años, sino en dos o menos, y las vacunas hay que confiar en que hagan su esperable y reparadora labor, hay mucha ciencia detrás (y dinero invertido y dinero a carros que va a ir a la cuenta corriente de unos pocos en concepto de beneficios). Por cierto, voy a ejercer de futurólogo, apunten, dejaremos oficialmente de llevar mascarilla en abril de 2022, como si me equivoco no va a pasar nada, pues ya está.

Desde luego inquieta un poco pensar lo selectivo que es este virus que ataca a los más mayores y a los más delicados de salud y que se desentiende de niños y jóvenes; los expertos dicen que eso no puede haber salido de un laboratorio, pero si alguien lo hubiera «fabricado» en un laboratorio el diseño no se hubiera alejado mucho de este, es perverso pero el virus se comporta con una perfección selectiva casi robótica.

También se ha gestionado de forma muy rápida la consecución de las vacunas, esa rapidez también inquieta a mucha gente, es lógico, encima te encuentras con las apocalípticas y poco edificantes opiniones de algunos, entre ellos el celebérrimo Dr. Cavadas que en «El hormiguero» preveía riesgo de encefalitis para los que se la administraran, y creo que ya se han puesto varios millones en el mundo y no ha pasado nada, es más, los efectos secundarios son asimilables a los que conciernen a cualquier vacuna común.

En esta velada observación del ensayo error por parte de la ciudadanía, aunque llevamos poco tiempo con la vacuna, ya hemos advertido que no le pasa nada a los vacunados y que muy lentamente tiene efectos tanto en la inmunización como en la posibilidad de que esas personas contagien a otros, es decir, que disminuye la carga viral (la de cosas que estamos aprendiendo con esta historia). En definitiva, esto está generando mayor confianza en la opinión pública, y poco a poco más gente quiere ponérsela, es voluntaria, y especialmente aquellos grupos que tenían más reticencia al principio.

Voy a recordar una acertadísima reflexión de una persona muy cercana a mí que he expresado varias veces en este blog, y es que en cada una de las dimensiones humanas tenemos seres de todos los pelajes, en cada aspecto de nuestra compleja cotidianidad te encontrarás con personas brillantes, buenas, normales, malas, muy malas y tóxicas. En cada profesión, y da igual la que sea, tendrás muy buenos profesionales y todo lo contrario. El mundo está repartido para que, como el dicho sentencia, haya tontos o gilipollas estratégicamente colocados en cualquier lugar y que te hagan la vida más ingrata o menos luminosa, es así, piensen y comprueben, tocamos a uno por no se cuántos habitantes, últimamente pensamos que hasta hay más de los que nos imaginábamos.

Y claro, como tenemos gente muy mala, ruin y miserable en cada sitio, en cada profesión, eso se refleja en la polémica de los que se han saltado el turno en la administración de las vacunas. Qué, que pensábamos que porque uno es obispo o cura no se iba a saltar el protocolo, pues también ahí, porque son humanos y, como profesión que es también tenemos nuestro cierto porcentaje de egoístas (y de gilipollas), y no, no se atisba cierta bonhomía o don divino por el poder que representan y que los prejuzgaría como mejores personas que la media de la población. Tampoco, por supuesto, se han librado alcaldes, concejales, altos cargos de la administración…, lo mismo, los hay buenos y malos, y como en cada sector poblacional su proporcionada cuota de egoístas y de chorizos, que ambas cosas son.

A todos, o a la mayoría, no dudo que a alguno se la hayan puesto casi forzados, les daba igual todo, hasta su cargo, la vida es el bien más preciado en estos tiempos de pandemia, y haciendo una vigorosa reducción de esto, habremos de convenir en que la vacuna es un salvoconducto para sobrevivir; ¿no habíamos quedado en que vivir se convierte cada día en un acto de fe y de confianza con respecto a los que tienes a tu alrededor?, pues con la vacuna te estás asegurando el poder vivir más que los demás, que vas a correr menos peligro, que estás menos expuesto y que si a alguien le toca y tú estabas por allí, por el momento tú tienes un escudo protector.

Pues sí, es egoísmo, deleznable y abyecto, pero egoísmo. Y, por cierto, esto no es meterme a futurólogo, esto es que va a ocurrir de verdad, queda mucha gente por vacunarse, muchos colectivos, y su proporción de egoístas en cada uno de ellos y en esos egoístas algunos con poder, con el poder de colarse, y lo van a hacer, los conoceremos, habrá titulares en medios de comunicación, les dará igual y dimitirán, porque la vida es más importante ahora que nada; está pasando y pasará en España y fuera de España.

Y fíjense Vds., intrépidos lectores de este humilde blog, porque algo de intrepidez hay que tener para llegar hasta aquí, que todo lo escrito hasta ahora es un preámbulo de lo que en verdad quiero escribir hoy. Como ya he comentado, las vacunas tienen que empezar a funcionar pero aún es demasiado pronto para cantar victoria, escribo desde el presente de febrero de 2021 y hace apenas un mes que el primer habitante de nuestro país recibió la segunda dosis, Nieves Cabo, no queramos matar el virus tan pronto ni ser tan ansiosos de pensar que mañana volveremos a ser como antes, nos abrazaremos, nos besaremos y no llevaremos mascarillas, tristemente vamos a tener que seguir soportando que fallezca gente.

Ahora bien, pensemos en que las estrategias de país en la vacunación del COVID-19, o más exactamente de continente o de región económica, en concreto, de la Unión Europea, son esencialmente egoístas, como lo es la organización de este mundo. Queremos que nuestra población esté vacunada la primera y cuanto antes, somos ciudadanos de primera, y nos da igual si en cualquier país de África vacunan a nuestro mismo ritmo.

Mapa de Malaui
Difícilmente sabemos colocar en el mapa Zambia, República Centroafricana, Malaui o Níger, por cierto, cuatro de los países más pobres del mundo; en los medios de comunicación apenas se han hecho eco de los casos de coronavirus allí, pero eso sí, cada día sabemos los contagios y muertos en Estados Unidos, nos interesa más saber si muere un estadounidense que mil africanos. Es como lo de los temporales, sabemos cuándo nieva en Nueva York o en Madrid, pero si mueren decenas de personas por un terremoto en una región remota de Mozambique eso ya nos interesa menos o nada.

Situándome también más o menos a día de hoy, mientras avanzamos en España y en Europa con dificultad en esta ingente tarea de vacunar a toda nuestra población en un tiempo récord, en África solo han iniciado ese proceso cinco países de cincuenta y cinco, y se necesitarán entre dos y tres años para vacunar al 60 % de sus más de 1.200 millones de habitantes y así conseguir la llamada «inmunidad de rebaño», según la Unión Africana.

Está claro que nos interesa nuestra nación, nuestra ciudad, que los nuestros estén vacunados y el resto nos da igual; esto no puede ser más lógico, pero en el fondo (y en la superficie) es egoísta. ¿Dejaría yo de vacunarme si tengo la posibilidad inmediata de que esa vacuna se ponga inmediatamente a una anciana de 90 años en Burundi? Grandes problemas éticos se abren en nuestras conciencias. Avancen más porque a los que tienen animales domésticos o los hemos tenido, alguien les habrá planteado alguna vez ese dilema moral de casi imposible resolución, ¿estarías dispuesto a sacrificar tu animal de compañía y con el dinero de la comida de varios años dar de comer a equis personas pobres durante un plazo determinado?

Más por desgracia que por otra cosa el mundo funciona así, y en la Unión Europea y muchos países desarrollados vamos a recibir las vacunas mucho antes que los llamados países del tercer mundo, así que no nos tenemos que plantear problemas éticos de ninguna clase. No tenemos que enfrentarnos a ese dilema de si somos verdaderamente egoístas, ya lo son los estados en nuestro nombre. Seamos felices.

Es evidente que me atrevo a decir estas cosas porque yo no mando, no mando nada, porque si tuviera el poder de decidir no podría cambiar nada. Está montado así, somos ricos y a los otros que les den. No nos importa nada sobre los países que no tienen nada en común con nosotros, somos incapaces de saber la capital de Uganda, con lo que menos nos preocupa pensar qué pasa en ese país, si la gente se muere de hambre (que esa epidemia es eterna y no la hemos conseguido mitigar).

Los países ricos someten a los pobres (uy, parece que estoy dando un discurso comunista, comunista que no podemita, porque los podemitas son unos sátrapas con un ideario adaptable a las necesidades, ahora vivo en un piso y mañana en un chalé en Galapagar) y aprovechamos para explotar sus recursos naturales, sus pesquerías, sus minas, su petróleo, su naturaleza…, apenas revertimos esos beneficios para que esos países prosperen. A la vista está que el fenómeno de las pateras es un bofetón en nuestras conciencias, cuando cientos de personas cada semana arriesgan sus vidas para buscar un futuro mejor, nos están dando un mensaje inequívoco de que en sus países no hay alternativa alguna. Pueden morir en el intento, pero aun así se atreven, porque realmente ya están muertos en sus países.

Y no me vengan con que en España hay gente por debajo del umbral de la pobreza, esa es una patraña de los países ricos. Yo he podido vivir en directo, cuando estuve en Etiopía hace ya casi una década cómo la gente es pobre de verdad, no tiene nada para comer en todo el día. Jamás olvidaré a una mujer joven con un niño de teta pidiendo en una gran avenida cercana a la embajada de Estados Unidos en Adís Abeba, su rostro era lindero con la decrepitud, como si se estuviera muriendo allí mismo, u ocurriría en breve; el bebé no se movía, inerme, y… no quiero pensar más. Aquí en España todo el mundo hace tres comidas al día, por pocos medios que uno tenga, hasta las personas vagabundas que duermen en la calle, porque la pobreza de un país rico es dignidad y hasta opulencia en un país pobre.

Escuché a un experto de la OMS hace no mucho acerca de la inoculación de vacunas en países pobres, que hemos entrado en esta pandemia como mundo y como tal tendremos que salir; esto es, que no pensemos que porque nosotros estamos inmunizados el virus va a desaparecer, con la globalidad en la que nos movemos en este mundo, si no vencemos conjuntamente el virus, seguirá circulando en la medida en que en un país sin interés se esté expandiendo, y ya hemos visto que el virus se desarrolla en progresión casi geométrica.

De todas maneras nada va a cambiar, se acabará la pandemia, esperemos, y los países pobres seguirán siendo pobres y tanto o peor que eso, olvidados, porque el olvido es muy culpable de la pobreza. Y los ricos cada vez más ricos, la pandemia acentuará estos «endémicos» desequilibrios.

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