"LA DEMOLICIÓN", DE ROSA DÍEZ

Me dice mi amigo Jesús Fernández Bujalance, seguidor de este blog «en diferido», permitiéndome el parafraseo de la célebre cita, por absurda y delirante, de María Dolores de Cospedal, que no utilizo bien los términos cuando señalo en esta bitácora en alguna de mis entradas que soy apolítico pero sí hablo de política, puesto que en realidad lo que debería decir es que soy apartidista.

Es verdad Jesús, ya te lo he dicho en privado y ahora lo manifiesto en público, no puedo ser apolítico si estoy interesado en la política, o al menos opino sobre ella, y sí que es cierto que no soy seguidor de partido alguno, por lo que debo proclamar y reiterar que soy apartidista confeso.

Aun a riesgo de ser cansino por haberlo repetido hasta la saciedad en esta bitácora, mi posición apartidista me permite mantener la adecuada equidistancia con todas las corrientes políticas y el día a día de la gestión de los partidos políticos. Y eso me facilita aplaudir lo que veo bien y sancionar lo que veo mal, y todo ello sin mirar al partido de donde se ejecuta la acción. Esto que yo veo tan lógico es, en realidad, anormal e ilógico, porque los que están en un partido o sus seguidores más o menos fieles, como si de equinos se tratara, no ven más allá de sus anteojeras, incapaces de apreciar la viga en ojo propio y siendo tremendamente perspicaces a la hora de amonestar cualquier paja en ojo ajeno.

Suelo escuchar la radio casi a diario mientras hago deporte al aire libre, y voy por modas, durante temporadas escucho radios de izquierda, otras de derecha, y así voy alternando, buscando diferentes puntos de vista para ilustrar mi opinión, y también teniendo en cuenta la calidad del locutor y lo entretenido de su programa.

Últimamente escucho Esradio, emisora generalista que es marcadamente de derechas y alguno de sus locutores casi de extrema derecha. Oigo algo a Luis del Pino los fines de semana, muy poco a Federico Jiménez Losantos (que si lo escucho es más por su histrionismo y porque es una caricatura de sí mismo) y especialmente a Luis Herrero, un periodista cabal, moderado, con criterio y que dice las cosas sin faltar al respeto. Es, por supuesto, más radical Luis del Pino que sí que falta al respeto a los políticos y claramente a los que no son de su bando, y yo soy de la opinión de que cuando quieres llevar la razón faltando al respeto a los que no son de tu cuerda, estás poniendo las bases para ir perdiendo esa razón.

Llevan un tiempo en esa emisora dándole bombo a este libro de Rosa Díez y por curiosidad quise acercarme a él para ver lo que decía. Tengo algunas sensaciones encontradas en torno a la figura de esta expolítica metida últimamente a opinadora, contertulia y ensayista. Creo que es una persona equilibrada y convincente, que razona muy bien todos sus argumentos, pero no podemos olvidar que se trata de una chaquetera en el término más popular del término y no despectivo del mismo, sin ser ello malo per se no es algo que me agrade porque esa versatilidad que tienen algunos políticos me chirría sobremanera y hay sonrojantes ejemplos (para ellos mismos) de personajes que han ido de la derecha a la ultraizquierda o de la izquierda a la ultraderecha en breve espacio de tiempo, y son personas en las que hemos confiado y a las que, además, hemos votado antaño. Rosa Díez fue miembro del PSOE y ahora sus proclamas son respaldadas por la derecha, incluso lindado con la extrema derecha.

En «La demolición» se resume un estado de opinión relativo al poder actual que representa Pedro Sánchez y el modo en que ha llegado a ser presidente de nuestro país. Repasa a través de determinados temas una especie de conjura sanchista para dejar tocada la democracia y el actual concepto que tenemos de España; su visión es bastante pesimista por no decir catastrofista.

Sin ánimo de ser exhaustivo sí que me gustaría hacer apunte de los temas principales que aborda, no sin antes afirmar que el ensayo me ha decepcionado porque en él se destilan dos elementos muy fundamentales, por una parte, la autora opina desde un profundo rencor y un rocoso posicionamiento de ideas, tal que también lo ve todo con esas anteojeras a las que yo aludía antes y eso le impide ver algo bueno, que debe haber y lo hay, en nuestros actuales gobernantes, «siempre negativo nunca positivo», como decía Van Gaal; y por otra parte, abusa de la falta de respeto, de la humillación, del menosprecio, del insulto fino no dejando de ser insulto, y eso, como digo, es el cimiento para ir perdiendo la razón.

Voy a empezar un poco por el final, esa demolición a la que alude Rosa Díez es la que encarna Pedro Sánchez y que, según ella, pretende acabar con la democracia que heredamos de la Constitución del 78 y que el Estado social y democrático de derecho que nos vino dado por dicha Carta Magna está siendo torpedeado con el objetivo de su total esquilmación, o convirtiéndolo en un concepto muy diferente al que hoy aceptamos. Y sinceramente una cosa es que haya cuestiones que no se están abordando bien y que no gustan a la mayoría, pero por fortuna nuestra democracia es más fuerte que cualquier intento, por brutal que este sea, de desestabilizarla.

El libro, como ya he señalado, parte de un profundo resentimiento; que Rosa Díez no comulga desde hace años con el socialismo es una realidad y que Pedro Sánchez sea el presidente socialista del actual gobierno español y la manera en cómo llegó al poder le parece una terrible afrenta. Yo siempre digo que cualquier democracia no es perfecta pero es democracia; nos guste o no somos los ciudadanos los que repartimos las fichas en el tablero de juego, y si esas fichas lo permiten, a través de la denominada «aritmética parlamentaria» toda combinación de gobierno es posible, ya digo, aunque no sea la preferida de muchos.

Pedro Sánchez llegó al poder en 2018 tras una moción de censura a Rajoy apoyado en independentistas, proetarras y podemitas; cabe señalar que el PP gobernaba porque en 2016 el PSOE casi en bloque se había abstenido para posibilitar el desbloqueo y no obligar a unas nuevas elecciones; entonces Pedro Sánchez no era el número uno, sino que ese papel lo abanderaba una empoderada Susana Díaz en teórica progresión.

Tras esa moción Sánchez ante el mínimo recorrido de un legislativo con escasos apoyos y muchas hipotecas, incapaz de ser respaldado en el documento económico más importante para el desarrollo del país como es su presupuesto general, decidió convocar elecciones generales e iríamos en abril de 2019 a las urnas. Es consabido que el bipartidismo ha muerto en España como lo teníamos asumido hasta hace apenas una década, ninguno de los dos grandes partidos en nuestro país se atisba que pueda reeditar las mayorías absolutas de antaño. En esas elecciones PSOE sacó unos resultados no buenos y el PP directamente nefastos, y el PSOE necesitaría apoyos y no pocos, no se entendió por el electorado que Ciudadanos que quiso coaligarse con los socialistas en 2016 aun cuando la aritmética parlamentaria no daba los números (117 con la suma de ambos partidos) y ahora que entre ambos obtenían mayoría suficiente (180), los de Albert Rivera se negaran en rotundo girando cual veleta hacia la derecha, gesto este que la ciudadanía no ha perdonado y prácticamente el proyecto naranja ha pasado a ser testimonial.

Claro que con ese «cordón sanitario», Pedro Sánchez erigido en plenipotenciario líder del PSOE tras liquidar a Susana Díaz en unas polémicas y agitadas primarias, solo podía mirar a la radicalidad si quería alojarse en La Moncloa, pero no, no dio su brazo a torcer y para la historia quedan sus célebres declaraciones acerca de su socio menos malo o preferente, Podemos, que «no dormiría por las noches» si hubiera aceptado las imposiciones de Pablo Iglesias. A la vista de la imposibilidad de conseguir la investidura, Pedro Sánchez se vio obligado a convocar nuevas elecciones para diciembre de ese mismo año 2019.

En esas elecciones ya se apreció el castigo que el electorado infligió a Ciudadanos (de 57 pasó a 10) que, de algún modo, se trasvasaron a Vox, y por cierto Rivera abandonó la escena política. Pedro Sánchez seguía necesitado de apoyos y las fichas en el tablero de juego eran en su parte más importante prácticamente idénticas a las de abril, o se apoyaba en radicales, independentistas, podemitas y partidos regionalistas dispuestos a poner el cazo o nos iríamos a unas nuevas elecciones en un bucle infinito, ¿había otra solución? Sí que la había, la solución estaba a la derecha, tanto en abril como en diciembre, el PP podría haber tenido «sentido de Estado» como el PSOE lo tuvo en 2016, haberse abstenido y permitir el gobierno de Sánchez sin necesidad de encenagarlo con apoyos que iban a pedir su recompensa. Es decir, el PP lanzó a Pedro Sánchez al abismo de tener que pactar, entre otros, con esos que quieren destruir nuestra nación.

Pues bien, valga esto como preámbulo, largo bien es cierto, sobre los pilares de donde parte este ensayo de Rosa Díez, es decir, tenemos lo que tenemos porque Pedro Sánchez no tuvo otra opción, porque cuál era la alternativa, ¿estar convocando elecciones generales dos veces al año? Quizás haya políticos que tienen sueños húmedos cuando hay elecciones pero los ciudadanos de a pie no somos tan entusiastas como ellos a la hora de ir a votar y nos cansa ir tan seguido y que no se pongan de acuerdo y se tiren todo el tiempo vociferando.

Dándole la vuelta a esto, para esos que pregonan que el PP gobierna en comunidades autónomas gracias al apoyo de la extrema derecha de Vox, el razonamiento es exactamente el mismo, tiene que buscar como compañero de baile a alguien no querido pero irremediable, porque ya no dispone de más muletas, e igualmente la alternativa sería una interminable y cíclica vuelta a las urnas.

Y claro, con este tablero tan complejo, donde las mayorías absolutas son ya historia, tenemos que vivir eternamente los chantajes (legítimos, porque las urnas y la dichosa aritmética los permiten) de que las comunidades autónomas con partidos regionalistas fuertes (Cataluña y País Vasco) tengan casi siempre la llave de todo y con la misma se cobran toda serie de regalías para sus territorios. Es los que tiene ser díscolas, o listas, en detrimento de las comunidades adocenadas que no protestamos y sin partidos regionalistas fuertes o inexistentes, y de este modo no solo se perpetúa sino que se agudiza la distancia entre regiones ricas y regiones pobres.

Así que no es que Pedro Sánchez sea santo de mi devoción pero gobierna por la irresponsabilidad de los que no fueron capaces de abstenerse, los que piensan más en clave de partido que en lo que puede ser mejor para el país.

De manera que no Rosa, no, Sánchez ha tenido que hacer un gobierno Frankenstein porque no tenía más remedio, y a las claras se visualiza que los ramalazos radicales y surrealistas de sus socios podemitas seguro que le provocan urticaria y, ahora sí, le quitarán el sueño.

Entonces Rosa Díez fundamenta que este sostén radical que ha utilizado el socialismo para poder gobernar actualmente en nuestro país es el primer eslabón de una cadena que pretende hacer tambalear ese Estado social y democrático de derecho que tanto nos costó construir tras la dictadura.

Aparece latente en este ensayo la mención al jefe de propaganda del nazismo Joseph Goebbels y sus «once principios de la propaganda». En este siglo XXI y en todos los países del mundo qué gobernante no utiliza su posición para ponerse medallitas, es hasta legítimo. Me parece una comparación desafortunada, por mucho que esos principios hitlerianos puedan coincidir puntualmente con la política «divulgativa» del PSOE; es más, me parece indecente aludir constantemente a Goebbels y revestir de ideas nazis, aunque sea tangencialmente, a una parte de la estrategia del gobierno de Sánchez. El nazismo tiene unas connotaciones trágicas y toda comparación con la política actual es odiosa, por no decir repugnante.

En alguna parte sí que suscribo determinadas argumentaciones de Díez, sobre todo a que esta deriva radical de su gobierno y sus apoyos, merma notablemente la imagen de España en el exterior. Es incomprensible la poca fuerza que tenemos en Europa o en la Unión Europea, que muchas veces te preguntas para qué sirve dicha Unión, cuando un tipo fugado de nuestra justicia por haber cometido un delito (por mucho que no se le haya juzgado, pero los que estaban detrás de él lo fueron y fueron declarados culpables) siga campando a sus anchas por Bélgica y riéndose en la cara de nuestro país.

Por cierto, ahora que está de rabiosa actualidad, sí que acierta la autora en que meses atrás se veía venir lo que hoy tenemos encima de la mesa, un miserable indulto a unos delincuentes (lo son porque hay un delito tipificado en la ley que nos hemos dado todos, delinquieron dolosamente, es decir, a sabiendas de que delinquían y han sido juzgados por ello), amparándose el Gobierno en la Constitución, esa que no acatan los presos y que no solo no se arrepienten sino que ya han proclamado que lo volverán a hacer, entonces...

Apunta también Rosa Díez y en eso sí que le doy la razón, a que este gobierno utiliza un lenguaje tamizado para no decir las cosas a las claras, como si vistiendo las palabras con rodeos pareciera otra cosa, «restricción de la movilidad nocturna», expresión larga y que llena la boca que desbanca a la más militar y hosca «toque de queda», y tantos y tantos otros eufemismos altisonantes, que pretenden tomarnos a los ciudadanos por tontos o por imberbes.

También tengo que estar de acuerdo en que Pedro Sánchez es un presidente que se está caracterizando por alimentar cierto ego personal, dando siempre una imagen amable, cero autocrítica, y que aparece siempre como salvador de la patria, apropiándose de cualquier mérito que conseguimos como país (las vacunas) y nunca dando la cara en los malos momentos, incapaz de salir para dar malas noticias, instituido en un papel buenista, teniendo para esos menesteres menos gratos a ciertos personajes de su ejecutivo a los que les ha atribuido ese papel de perros de presa, él no se ensucia.

Uno de esos papeles lo encarna Carmen Calvo, la apóstola de la autocrítica cero, convertida en el perro de presa del sanchismo (nosotros somos muy buenos y los demás muy malos), personaje antipático donde los haya y que es capaz de darle trescientas vueltas a un discurso, «relato» también se dice ahora, para revestir con circunloquios lo que se quiere contar pareciendo que es otra cosa. Vehemente y ensoberbecida, debiera pensar esta señora que gobierna para todos los ciudadanos y no solo para los que son de su cuerda y que es gobernante por encima de representante de un partido político.

Sí que pone de relieve el libro algo que ya se ha convertido en algo demasiado normal en la política nacional, y es que la «maldita hemeroteca» está a la orden del día; nuestros políticos, de todo signo, y Sánchez bastante, son capaces de decir una cosa y su contraria al poco tiempo, y no se les cae la cara de la vergüenza. Nuestros políticos dejan mucho que desear y esta pulsión al engaño también es signo inequívoco de que nos toman como a imbéciles.

La educación es un capítulo aparte en el que Rosa Díez mete el dedo en la llaga, pero esto no es noticia; el adoctrinamiento que pretenden construir a su manera los partidos gobernantes desde que tenemos democracia ha provocado una sucesiva e interminable cadena de reformas y lo que te rondaré morena. Es cierto que ahora, con la ley Celaá, parece que a ese adoctrinamiento se le da una vuelta de tuerca, pero como ya lo he comentado en alguna ocasión en este blog, nunca terminaremos con este problema si no hay un gran pacto de Estado, con un importante consenso de todos los sectores implicados, sin imposiciones y con generosidad, y eso tristemente no va a ocurrir.

Dejo para el final la parte dedicada a esta terrible pandemia, como no podía ser de otro modo Rosa Díez va con todo y acusa a Sánchez y su séquito de los muertos por una pésima gestión de la pandemia. Aquí sinceramente tengo que estar en desacuerdo, en todo el mundo, todos los países han tenido que librar su particular batalla, en casi todos sitios los que gobiernan han sido señalados por la oposición. Para fallar un penalti hay que estar ahí para lanzarlo, ¿cómo habría sido la cuestión si todo hubiera sido al revés?, pues que estaríamos en las mismas, el partido gobernante siendo asaeteado por su rival porque la pandemia es una magnífica oportunidad para desgastar ruinmente a tu contrincante.

Pedro Sánchez se ha inventado también su perro de presa pandémico o el tonto útil, Fernando Simón. Un tipo este que no me cae mal del todo y que lo único que yo le achaco, por eso lo de tonto útil, es que de bueno es tonto, un buen profesional, con una oratoria envolvente, que se ha puesto en la diana de todas las críticas, haciendo el trabajo sucio al Gobierno, un señor que debe tener la piel muy gruesa o amplias tragaderas para soportar una presión que llegar a ser hasta infame. Que sea el personaje que más horas sale en televisión desde hace año y medio comiéndose un sinfín de marrones, es digno de elogio.

Pero como digo, no creo que Pedro Sánchez lo haya hecho en esta crisis sanitaria ni mejor ni peor que otros países, las condiciones sociales, geográficas, climáticas o económicas no son iguales en todos sitios, y no es plato de gusto que cuando quieres intentar desarrollar tu país, con un Gobierno recién estrenado te caiga este problemón que tiene al ralentí a buena parte del mundo.

En conclusión, de principio no acepto el planteamiento «demoledor» de Rosa Diez, aunque en algunas argumentaciones lleva razón, pero eso que ella tanto critica de que hay mucho político vehemente y cargado de razón porque sí, porque yo lo valgo, es el mismo error en el que cae ella. Por cierto que pregona que nos tendríamos que tirar a las calles en una revolución ciudadana en contra del sanchismo, y no creo que sea el momento de agitar el árbol porque tenemos problemas más importantes en nuestra agenda de preocupaciones y, desde luego, la democracia es mucho más sólida de lo que ella nos quiere hacer creer.

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