TOLEDO, IMAGINANDO LAS VIDAS DE LA GENTE OLVIDADA QUE ESCRIBIÓ LA NO HISTORIA

Es la segunda vez que visito Toledo y probablemente no será la última, Toledo tiene tantos atractivos y goza de cierta cercanía, que a mí se me antoja que está en mitad de todo lo que es posible visitar en un solo día, al menos desde donde yo resido.

Resulta no fácil hacer una reseña de Toledo que no repita lo que está tan reafirmado y escrito en innumerables fuentes, no es ese mi propósito porque mi bitácora se vuelve más personal si cabe cuando de reseñar lugares que he visitado se refiere.

Y es que no pretendo realizar una guía de esos lugares que eventualmente se me van presentando en este juego de rol que es la vida, sino una exégesis de lo que a mí me ha inspirado. Para una guía del lugar sobran los recursos que tenemos, por ejemplo, a golpe de dedo en el móvil, hoy tan común.

Si hace unas semanas escribía sobre Frigiliana como un pueblito que se había reinterpretado sobre vestigios de las tres culturas más representativas de la historia de nuestro país, cristiana, judía y musulmana, Toledo es por antonomasia y por definición la cuna hispana de esas tres culturas. No hay que interpretar nada, se percibe, casi se huele.

Reivindico más que en otras ocasiones esas sensaciones personales que me inspiró pasear por Toledo, y todo ello porque manifiesto mi absoluto convencimiento de que para ir a un sitio no tienes por qué verlo todo, especialmente aquello que tiene entrada, horarios, un gasto, porque puede que no tengas disponibilidad, tiempo o dinero, porque si quieres ver todo lo que se paga por ver, la cartera se puede ver afectada y disponer de un tiempo que no tienes, necesitando no menos de una semana para la operación.

Esta visita mía, nuestra, fue de patear calles, y es que también es la Ciudad Imperial una de las imágenes mundiales más fieles de un parque temático al aire libre del Medievo. El visitar museos, palacios, templos, salas, iglesias, con entrada o sin entrada, pagando o gratuitamente, nos evoca una realidad oculta a los ojos tras las paredes pero pública, en el interior de muchos de esos lugares majestuosos se nos cuenta la historia de gente pública, brillante, clave para el entendimiento del devenir de España, máxime porque Toledo fue durante mucho tiempo capital de lo que fue un imperio.

Y por eso, porque siempre conocemos la historia de los personajes públicos y grandilocuentes, reyes, comisarios, jefes, generales…, a veces uno siente que se deja a un lado a los auténticos hacedores de la historia en bloque, la gente normal y corriente que no sale en los libros de historia, lógico por otra parte. Por eso, esos paseos sin rumbo te muestran otros detalles que no aparecen en esas guías, que te inspiran, que te hacen interpretar a tu manera lo que no necesariamente encuentras escrito, pequeñas sorpresas que te depara el deambular. Esa puerta con extraños mensajes, esa pared desgastada con el paso de los años, una ventana entreabierta, los mudos testigos del devenir de la gente sin historia que a ti te hace pensar, inventarte su historia. Es como dignificar la gente olvidada y desconocida que forman la no historia, es también, por qué no, permítaseme la licencia ensoñar qué visión primípara tuvo una adolescente Gwyneth Paltrow cuando vivió entres sus calles en época universitaria, antes de ser una estrella Hollywood.

Ese atravesar Toledo en un casco antiguo enorme y lógica y naturalmente desordenado urbanísticamente sí que te permite divisar las tres culturas que antaño confluyeron y que nos han dicho, por los libros de historia que hemos leído, que se llevaban bien y que convivían pacíficamente.

Es también la historia actual la que nos hace mirar hoy con ojos distintos aquellas tres culturas, la cristiana somos nosotros, la musulmana se aprecia con desdén revestida del tono dramático de su vertiente fundamentalista (es claramente una imagen sesgada) y la judía, tal vez demasiado buenista, por ser una sociedad en la actualidad bastante avanzada pero en la que no apreciamos en Occidente su segregacionismo hacia los musulmanes.

Abstrayéndonos de esos sesgos que lo contemporáneo ha ido bruñendo en nuestros cerebros yo sí quiero imaginarme a gente anónima y buena que hace siglos hacía de Toledo una ciudad rica, señorial y pacífica.

Igualmente sin mayor ánimo de ensalzar unas culturas sobre otras, sí que es verdad que por la lejanía y por el desconocimiento de la cultura judía en España a día de hoy, también me fijaba en ese recorrer errático por las calles de Toledo que, de algún modo, la lengua era un vehículo que homogeneizaba esas tres culturas.

Precisamente es una realidad que esa lengua que se hablaba en buena parte de lo que hoy llamamos España era un castellano antiguo o medieval, y cuando se fueron, porque los expulsamos a los judíos, y también a los árabes, a unos por decreto de los Reyes Católicos y a los otros por ganarles la guerra, si bien muchos árabes se quedaron en los pueblos, moriscos, y eso se refleja hoy de algún modo en la piel morena de tantos españoles, los judíos decidieron marcharse mayoritariamente, los que se convirtieron al cristianismo se dice que adquirieron los apellidos de los pueblos donde vivían (yo tengo mis dos apellidos de sendos pueblos). Con esos judíos expulsados, los sefardíes, también se fue esa lengua que con el transcurrir de los años fue pasando de generación en generación pero sin sufrir la evolución propia de una idioma con tanta extensión territorial y tantos matices. Así que hoy día tenemos descendientes de aquellos judíos que siguen hablando el ladino, un castellano medieval, un bello ronroneo de nuestro idioma que nos da idea fiel de cómo se hablaría en ese Toledo multicultural en el siglo XV; idioma ladino que se escucha en lugares tan dispares como Turquía, Grecia o la propia Israel.

Esta bella historia y real también me llevaba a otra, no realmente contrastada, como era o es la de que aquellos judíos expulsados se llevaron las enormes llaves de hierro de los portones de madera de sus casas con la esperanza de volver alguna vez a sus casas y sus descendientes las siguen conservando hoy día, como conservan por tradición el legado lingüístico de sus generaciones precedentes, en lo que es sin duda una bellísima historia de amor por las raíces.

Por eso invito al visitante a que se deje llevar por el torrente de las calles de Toledo, hacia donde le lleve su instinto, caminando por esas calles peatonales que pisarían ciudadanos anónimos hace siglos y que construyeron una ciudad sin par recogida por el río Tajo y engalanada para la posteridad con diferentes edificaciones que la han ido haciendo más insigne y atractiva.

Nuestra visita lo fue a finales de un agosto pandémico u ojalá sea ya postpandémico, aunque con toda seguridad será el de ir retornando a la normalidad de manera paulatina, y el turismo era mayoritariamente nacional, muchos comerciantes se quejaban de esa falta de turismo, pero era como quejarse ante el que está ahí aportando y a veces aguantando algún que otro sablazo. No debieran ser tan desagradecidos, son unos privilegiados porque su mina siempre va a seguir produciendo, los que vivimos en interior en lo que no es la España vaciada, pensamos que hay algo casi peor, la España olvidada.

Y para remate de los paseos sin rumbo nada como acabar una noche en una sorprendente Terraza Caracena, en mitad de lo antiguo, era como una caseta de feria, fresco, alegre, un pedazo de fiesta popular casi fuera de sitio, pero acogedor, animado, lleno de vida.

Esta visita reciente y, como refiero, nunca debe ser última se ha visto jalonada por la existencia del casi recién abierto parque temático (este sí que hace honor a su etimología) de la historia «Puy du Fou España», una idea sui géneris de un parque de atracciones de la Antigüedad que ya lleva funcionando con éxito en Francia desde hace unas décadas.

Puy du Fou va a ser un ingrediente más para visitar Toledo, puede ser la excusa para visitar Toledo, o se puede visitar Toledo como excusa para luego ir a este recinto, que depende de las afecciones culturales y también la edad que cada uno tenga. Merece la pena ver este parque, es un parque a medio hacer, le falta mucho recorrido y con los años imagino que se ha de consolidar, está muy árido y algo desangelado, le falta entretenimiento para niños, aunque rompa con su espíritu alguna que otra atracción (fuera de siglos pretéritos) que podría ser de agua; pero lo mejor con diferencia son sus espectáculos teatrales-musicales, sinceramente dejan sin aliento y es algo que no nos podemos imaginar, no digo más.

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