"EL TORMENTO Y EL ÉXTASIS", DE CAROL REED

Hay unas pocas, muy pocas, grandes producciones clásicas del cine que son comodines repetidos en nuestras televisiones en Semana Santa o Navidad, ahora tal vez menos, esos peliculones que te hacían sentarte en el sillón y no levantarte nada más que cuando los intermedios lo permitían, una de ellas sin lugar a dudas es Ben-Hur. Ben-Hur probablemente no habría tenido la repercusión que tuvo si la figura poderosa de Charlton Heston no la hubiera protagonizado.

Y es Charlton Heston el protagonista de esta película que hoy traigo a colación, sin duda, también un clasicazo que por las razones que sean no triunfó tanto, y lo que es más importante para mi remembranza, solo tengo conciencia de haberla visto hasta ahora una sola vez de chico.

«El tormento y el éxtasis», es una película de 1965 dirigida por Carol Reed sobre la novela de Irving Stone que narra la vida de Miguel Ángel Buonarroti, y de la que yo recordaba apenas unos detalles que a la postre no eran la matriz de esta gran producción. Por un lado en la base del relato se cuenta una parte de la vida de Miguel Ángel nada irrelevante como es el trabajo que ejecutó para pintar la Capilla Sixtina, aunque en el nuevo visionado que he ejercido subyace una trama más fundamental casi que el propio trabajo; por otro lado, y es ese recuerdo vago que yo tenía, la película me evocaba un esfuerzo inconmensurable de Miguel Ángel para realizar esta creación que se me antojaba faraónica y que perdía facultades físicas a causa de la misma, por el mero hecho de tener que pintar un techo en una posición realmente forzada.

Pues ni tanto ni tan calvo. Antes de nada, no recuerdo por qué quise volver a ver esta película, imagino que por esa añoranza de querer conectarme con mi yo infantil y comprobar si lo que vi se parecía a lo que es, y también porque de vez en cuando me gusta acercarme a estos clásicos que son garantía de buena ejecución, de película redonda, de entretenimiento asegurado. Y es que los clásicos tienen eso, las superproducciones de antaño no podían dejar espacio al aburrimiento, tenían que triunfar sí o sí, el dinero invertido no era cuestión de desaprovecharlo, de no ser fructífero, y tenía que haber una historia pero también esos detalles que debían enganchar al gran público. Ni que decir tiene que Charlton Heston era ese garante del éxito asegurado, y luego la grandiosidad de los escenarios, de los exteriores, de los estudios donde se rodaba, todo ello una catarata de apoyos logísticos reales que hoy se suplirían con programas de ordenador.

Sí Charlton Heston, un actor imponente de 1,91 m que en Ben-Hur encarnó el galán guapo, proporcionado, musculoso, y que en esta película con una sobria madurez de apenas 42 años, aúna no sólo su esbeltez indudable sino también ya un bagaje profesional que le permite interpretar todo tipo de registros, en este caso, el de un artista donde apenas es relevante el físico que tenga y sí su talento intrínseco.

Y no, lo del dolor de espalda que yo recordaba es casi inexistente en la película, sí algún problema físico de falta de visión, pero que en esta producción se transmite como producto de la fatiga acumulada por querer avanzar el trabajo en jornadas maratonianas, de noche incluso, prácticamente sin descanso.

Como digo, aunque el nudo discursivo de la película es la ejecución de una obra inmensa cual es la pintura de la Capilla Sixtina, encargo que le hace el papa Julio II, y aunque la trama recoge el modo en que ejecutó esta obra, sus vicisitudes, sus crisis y cómo se inspiró definitivamente, más fuerza representa en la película la constante lucha entre dos personas, el artista y su mentor, el papa.

Precisamente nos enmarcamos en una época donde la figura del papa excedía el ámbito puramente religioso y cobraba matices militares. No es ajeno a la historia que muchos papas tuvieron que ejercer de auténticos capitanes generales y ponerse al frente de sus tropas, si era necesario, para defender sus territorios de amenazas externas.

Julio II era de ese tipo de papas marciales, es más, a él se le llamó el Papa Guerrero o el Papa Terrible, ahí es nada y luchó por defender los Estados Pontificios, seña inequívoca del gran poder que tuvo la Iglesia a nivel territorial y patrimonial.

No obstante, puede que haya pasado a la historia este papa por algo tan sutil y a la vez relevante en en la historia del arte, como es el haber convertido a Miguel Ángel en pintor. Sí, porque si Miguel Ángel ha trascendido ha sido fundamentalmente por la Capilla Sixtina y en menor medida por sus esculturas, también famosas, como la Piedad. Pero parecería que fue un pintor metido a escultor y no al revés. Porque esto último es lo que ocurrió, Miguel Ángel se tenía como un excepcional escultor, pero Julio II le confía una obra pictórica grandiosa, considerando que el artista ya ha hecho sus pinitos en la pintura y es además uno de los discípulos de uno de los grandes en esos momentos como Ghirlandaio.

Los tiras y aflojas entre ambos personajes son notables, de primeras la negativa de Miguel Ángel a afrontar la obra, después su descontento con sus primeras pinturas, a lo que se unía el no saber utilizar adecuadamente la técnica del fresco, y finalmente una crisis de inspiración en la que no ve la manera de abordar tan magna obra, lo que hace que se evada durante un tiempo hasta las canteras de mármol de Carrrara, hasta que idea un proyecto único y maravilloso a la par que un tanto irreverente para la época.

Con la inspiración y la relación tensa con el papa por los motivos de las pinturas, por el pago de la renta, casi por la vida misma, es cuando sufre los problemas físicos de una labor mastodóntica; es la lucha de dos personas, de dos caracteres fuertes que al final ven un punto de unión que a ambos beneficia. Por cierto que el papa metido en campañas bélicas, en un momento de crisis y tras estar en una situación delicada le señala a Miguel Ángel que ha dibujado a un hombre irreal, porque el hombre de verdad está corrompido, con las manos ensangrentadas, refiriéndose a sus enemigos en la guerra; una leve reflexión que hoy nos podría servir.

Echo un poco en falta un argumento más redondo porque este es un tanto simplista, tal vez demasiado fácil, y luego también que Charlton Heston está demasiado sobrado y como que no se le termina de ver como el artista que protagoniza, es demasiado galán. Más potente es la figura del papa Julio II encarnado por el actor Rex Harrison que llena la pantalla y ofrece una lección sublime de interpretación.

El nombre original de la película fue «The Agony and the Ecstasy» y aquí se tradujo como «El tormento y el éxtasis», por esa manía casi obscena de las productoras en España de cambiarle los nombres a los títulos cuando la traducción literal del original hubiera sido perfectamente válida.

En cualquier caso una película muy pedagógica que nos ayuda a entender una figura culmen del arte como Miguel Ángel Buonarroti y la maravilla eterna de su Capilla Sixtina.

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