PORTIMÃO, LA PUNTA DE LANZA DEL ALGARVE, TURISMO EN ALZA

Tan cerca y tan lejos, el Algarve está ahí, a nada, para mí está más cerca que ir a Valencia, por ejemplo, pero por unas razones o por otras, unas por mi modelo de vida antiguo y otras porque parece que una frontera que ahora es más psicológica que legal te impide pasar a otro país tan cercano geográfica y culturalmente.

Y luego porque, habiendo estado allí ya, merece la pena ir de todas todas y repetir; y sí, no quiero entrar en ese chauvinismo a veces vano, no siempre, de que primero tenemos que conocer lo nuestro y no viajar tanto fuera de España, porque es real que a veces no conocemos la belleza de nuestro legado patrio y nos vamos a otros sitios foráneos que no mejoran lo que tenemos. Aun así siempre caeremos en esa diatriba argumental, y yo personalmente habré visto lugares irrelevantes en el extranjero y no he visto, por el momento, determinadas bellezas de España. Seguro a cualquiera se le puede pillar, a mí mismo, hemos ido a miles de kilómetros y seguro que no hemos visitado sitios imperdibles que están a menos de cien kilómetros de tu domicilio, y a mí particularmente se me ocurren unos cuantos.

El Algarve me ha encantado, aunque haya sido una visita fugaz, de apenas tres días, intensos y placenteros, probablemente o casi seguro que ha sido el preludio de una nueva visita en el futuro, para seguir explorando esa región tan atractiva.

En una visión doméstica, personal y casi egoísta, para un andaluz de nacimiento, no tanto de convicciones, porque me considero más ciudadano del mundo que ligado al terruño, cosas mías, podríamos decir que el sur de Portugal es una extensión del sur de España; claro que para los portugueses esa percepción podría ser la misma, que el sur español es una extensión de Portugal.

Para ser más precisos y únicamente en lo que respecta al paisaje es evidente que el sur de Portugal se asemeja a la fisonomía de Huelva, territorios atlánticos que eluden las sequías por esa cercanía océana que sacia su vegetación y sus embalses de los rigores térmicos.

Más allá de la simbiosis geográfica y abstrayéndome un poco del tema que me ocupa, entre españoles y portugueses hay más similitudes culturales que lo que percibimos. Es habitual que tengamos, tanto unos como otros, esa sensación de cierta rivalidad del que se parece mucho a nosotros, por supuesto mal encaminada. O sea que acostumbramos a hablar mal de los portugueses y viceversa. En las rivalidades entre países, aparte de esa obvia cercanía pesa mucho la historia y también el idioma. El devenir de la historia nos dice que en algún momento del pasado España y Portugal fueron una, el bagaje cultural se ha ido separando en ambas naciones pero en muchas cosas coincidimos, y si nos referimos a la lengua, cada una tuvo su evolución, pero a día de hoy, más allá de los idiomas que se hablan en España, la similitud con el portugués es tal que un español podría hablar bastante bien el idioma de nuestros vecinos en apenas seis meses. Y a todo esto tengo que decir que los portugueses hablan más español que nosotros portugués, aun en zonas cercanas y fronterizas.

Pero vamos a entrar en materia, mi bautismo de fuego en el Algarve, que no en Portugal, fue Portimão, creo que una traducción literal al español sería Portimón, y la sensación que uno tiene nada más llegar es que es una ciudad abierta al turismo y muy centrada en él. Llegamos, dejamos las maletas y acercarse a sus playas, a su paseo marítimo y sentir una fuerte percepción de que es un destino maduro pero que no ha llegado a la cresta de la ola, y eso quiere decir mucho y bien, que se cuidan muchos detalles, que el turista es el protagonista, que eres bienvenido, que todo está abierto, no hay decadencia…, ¿nos están ganando el pulso?, a lo mejor es hasta bueno que nos enseñen la rueda. Y obviamente todo lo pongo en comparación con bastantes zonas de nuestro litoral español, incluso andaluz como la Costa del Sol, donde muchas zonas rezuman declive, muchos lugares cerrados y testigos de un pasado glorioso, el turista es a veces un engorro, hay desazón en los profesionales de servicios…

Y sí, Portimão es una ciudad que en su parte marítima se amolda al turismo, hace que el visitante no solo se sienta como en su propia casa, sino que la mera estancia en una playa no es un mero aterrizaje de toalla puesto que hay muchos atractivos.

Si antes refería que la fisonomía de Huelva y sus playas tienen similitud con el Algarve, la arena es fina y el agua es fría, el Algarve tiene la suerte de disponer de una orografía bella con montañas anejas de mediana altura y de roca caliza, una roca sedimentaria que no solo permite unas playas de arenas claras, sino que las formaciones rocosas a causa del embates del agua del mar y de los vientos han ido erosionándose y resultando caprichosas formaciones, muchos agujeros, muchas hoyas, paisajes inverosímiles que generan millones de fotos espectaculares, y que en no pocos lugares procura a los lugareños que esos hitos sean nombrados cual pareidolias por los parecidos con objetos o animales que constituyen el prontuario visual del ser humano.

No tengo mucha idea de cómo serán las playas de todo el Algarve, pero lo que es Portimão son absolutamente formidables, ya digo, arena blanca y fina para hacer las delicias de niños y no tan niños en lo que se refiere a construcciones efímeras de castilletes y figuras más o menos reconocibles. En mi caso, que soy más bien un negado en habilidades artísticas, tengo cierta devoción a moldear la tierra, porque lo que hago se parece a algo. Y luego es que son amplias, los derrotes del mar no han comido costa, y si lo han hecho es para esas formaciones tan especiales. Así que amplias playas para disfrutar del sol.

Y seamos honestos, tal vez nos empeñamos en España, en la Costa del Sol o costas andaluzas en general, que es lo que yo más conozco, en colocar la sombrilla lo más cerca posible de la orilla, y luego mucha gente ni se baña, ¿lo hacen por ver el mar y la gente que pasea? Si quieres disfrutar del sol, de la arena, tal vez sea mejor y con menos agobios más atrás, teniendo en cuenta que no te vas a bañar, e incluso esa arena puede que esté más virgen, menos sucia (que en Portimão daba la impresión de estar limpísima y en España te encuentras colillas y cáscaras de pipas por doquier). En esta parte del Algarve las playas se ocupan bien sin necesidad de pisarle el cuello al vecino.

Mayor razón tiene esa amplitud de espacio si tenemos en cuenta que el agua de la costa atlántica oscilaba a principios de septiembre de 2022 entre los 15 y 19 grados, y suele ser habitual, es más algún guía turístico nos comentó que esa temperatura varía no por estaciones sino por la entrada de corrientes mediterráneas que pueden proporcionar el lujo de un baño cálido en pleno invierno. No es de extrañar a tenor de todo lo referido que se bañe muy poca gente, para aquel que tenga cierta aprensión a las aguas frías se puede convertir en todo un acto de fe, con lo que se ve a mucha gente paseando por las cómodas y mullidas arenas, mucha gente morena a causa de ello, o simplemente meten los pies y «vigilan» a los pocos bañistas atrevidos en el interior de la mar, o tal vez vigilan solo el horizonte. Por cierto, sí hay cierta diferencia cultural, o de modas, entre España y Portugal, igual que se ha popularizado en nuestro país el uso de bikini con tanga entre el público femenino más bien tirando a juvenil, a nuestras vecinas todavía no les ha llegado esa ola generalizada, quizás al tiempo.

Portimão destila ese perfume a destino turístico pujante, aun siendo principios de septiembre mi visita, el paseo marítimo es un hervidero de día y más incluso de noche, con tiendas abiertas hasta altas horas de la jornada y con establecimientos de restauración que ofrecen una gama nutrida de las gastronomías internacionales más populares. Pese a tener un aire distinguido en algunos locales, el casino, discotecas de mucho lujo y porte, hoteles de cinco estrellas inalcanzables para este humilde escribidor, no sería honesto decir que el propio destino es solo para pudientes, hay de todo, y para una familia de clase media, con un pequeño esfuerzo se pueden echar unas vacaciones accesibles, los precios son razonables, un pelín por encima de España, pero también hay opciones más económicas y es simultanear la restauración de la zona con otros días a base de bocadillos, las gallinas que entran por las que salen.

Si nos abstraemos del Portimão costero y turístico y nos adentramos en su interior, en su casco urbano, en su centro, en su zona antigua, hay que decir que ahí tienes la medida de la verdadera dimensión de la ciudad, no más grande que Linares, pero que con el tirón turístico se multiplica por cuatro o por cinco su población en verano y su parque inmobiliario, pero lo que es el pueblo en sí, es eso, pueblo, ciudad media.

Un paseo por sus calles me evoca una ciudad con ese desorden urbanístico propio del sur y de las ciudades antiguas, cuanto más te acercas a la playa más orden, eso sí. Rezuma la ciudad mucho interés por el deporte, con una especial vinculación con el deporte rey, siempre el fútbol. En este caso para no ser de las veinte ciudades más pobladas de Portugal su club de fútbol, el Portimonense, actualmente en 1ª división (primeira liga), no tiene mal bagaje en la historia del balompié portugués. Su Estadio Municipal tiene la curiosidad de tener sus gradas que se comen la acera por la que uno transita.

El pueblo en sí es sereno, apacible, tranquilo, con ese ligero olor a pueblo, pero a pueblo de aquí, uno realmente no puede descifrar, salvo lo que su raciocinio dicta, si está en Andalucía o en el sur de Portugal.

Sus calles rezuman ese ambiente a antaño, a rural si cabe, desorden urbanístico propio de los pueblos, convertidos en ciudades, que se hicieron a empujones, donde las densidades de población eran otra esfera diferente a la actual.

Eso sí, Portimão también tiene, pese a su número estable de habitantes, un elemento impulsor como es el turismo y eso permite ejecutar infraestructuras para su población perenne que tiene una dimensión superior, como las de una gran ciudad, así parques, plazas, grandes avenidas, puentes, esculturas majestuosas o teatro. La plaza del Ayuntamiento precisamente se nutre de esa riqueza para ofrecer un espacio abierto, cosmopolita, moderno y de ciudad con más porte que lo que su censo dicta.

Alejándonos ligeramente de la playa no es nada desdeñable un paseo por la desembocadura del río Arade, a modo de estuario, la cual nos ofrece una relajante desconexión del bullicio playero. Es la división de la ciudad pero siempre conectada con el viajero, procurando que se sienta seguro, acogido, pleno.

No podría terminar sin hacer mención puntual del pueblo de Lagos unos kilómetros al oeste de Portimão, ahí tuvimos oportunidad de visitar Ponta da Piedade (curiosamente cerca de donde se perdió, voy a decirlo, la malograda Madeleine McCann hace años). Más virgen si cabe, aparentemente, que otras partes del Algarve, las formaciones rocosas se retuercen a lo sumo para permitir al turista innumerables fotos de figuras muy cercanas a la realidad de nuestro pensamiento; para mí, más allá de que se parezcan o no, lo que es cierto es que experimento esa sensación de que somos un nada temporal en la infinitud del devenir de nuestro planeta, mientras no somos nada, que es siempre, la geología trabaja sin descanso.

Y para terminar un buen baño en la playa de Dona Ana, donde te sumerges en esas aguas frías pero con el paisaje a tu alrededor de las rocas que te vigilan para que tu brevísima escala sea confortable, esperándote a ti en otro momento o en una reencarnación.

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