THE MISSING, TRAMAS DE DESAPARICIONES QUE TE MANTENDRÁN EN VILO HASTA EL FINAL

The missing, 1ª temporada
Creo que fue hace dos o tres años cuando descubrí esta serie, ampliamente premiada, y la he tenido calentando en la banda durante ese tiempo, y llegó el momento de hacerla debutar en este trance tenso y presionado que últimamente me incomoda.

El poder ver alguna serie de calado es, desde luego, una magnífica terapia para evadirse y proporcionarse pensamientos constructivos y reflexiones de madrugada rompedoras, cuando puntualmente uno puede tener un ligero insomnio, por las preocupaciones, esas inciertas magnitudes que ocupan la mente antes de que ocurran, o también por ese incomodidad térmica que el delirante cambio climático nos proporciona.

Una serie de actualidad esta, «The missing», en una traducción bastante aproximada sería algo así como «Los desaparecidos»; centrada precisamente en desapariciones que nos trasladan de manera casi natural a otros casos reales que todos conocemos, ello puede correr el riesgo de parecer demasiado rebuscada, poco fácil de creer y el telespectador un tanto quisquilloso puede tener la sensación de buscar errores de argumento, con cierto pesar he de decir que yo soy muy dado a esto, un poco «cuñado» que es uno. Pues nada de eso, sinceramente la serie es argumentalmente muy redonda, bien hilada y para remate, es muy emotiva, hacía tiempo que no se me escapaban unas lágrimas, y que una producción ficticia lo consiga es digno de aplauso.

Dos temporadas con ocho episodios cada una y sesenta minutos en cada entrega conforman dos tramas distintas relacionadas con las desapariciones de niños y con un denominador común como es el inspector Julien Baptiste, interpretado magistralmente por el actor franco-turco Tchéy Karyo.

En la primera temporada de esta producción encargada por la BBC, la trama se centra en la desaparición del pequeño Ollie Hughes, de unos seis años de edad, en un pueblo costero del norte de Francia, cuando sus padres y él, británicos, pasan unos días de vacaciones en el verano de 2006. El 1 de julio exactamente padre e hijo acuden a una piscina pública, mientras se está celebrando el partido de cuartos de final del Mundial de fútbol de ese año en Alemania que disputan Francia y Brasil, y padre e hijo acuden a la barra del bar del recinto justo cuando marca Francia, entre el alboroto de la celebración el pequeño se suelta de la mano de su progenitor, y lo que aparentemente es un incidente puntual se convierte en desesperación porque Oliver Hughes, el padre, no logra encontrar a su hijo, ni en la piscina, ni en los alrededores, ni en la ciudad de Châlons du Bois, la ciudad inventada donde se desarrolla la acción.

A la resolución de esta desaparición acude el reputado inspector de la policía Julien Baptiste y se monta un dispositivo tendente a aclarar lo ocurrido. El caso pasa a ser mediático y mientras que la policía se afana en buscar pistas, la familia atraviesa el peor trance de su vida a la par que también a su manera intenta hallar explicaciones y vías de solución.

En realidad la serie no lleva un recorrido lineal o cronológico sino que de 2006 se sitúa también unos años más tarde, lo que sería el presente. En ese presente el matrimonio Hughes se ha divorciado, el peso del dolor y las circunstancias degradan irremisiblemente la relación; se han encontrado nuevas pistas que abren un hilo de esperanza. También reaparece el inspector Baptiste ya jubilado, que ayuda a hilar los indicios que podrían ayudar a desvelar qué ocurrió aquel verano y quién pudo llevarse al pequeño.

En esos distintos saltos en el tiempo vamos conociendo detalles de la historia, construyendo entre el presente y el pasado un relato bastante congruente, donde se unen con bastante acierto mafias del este de Europa, la pederastia o la corrupción policial.

Casi en paralelo a ese relato para mí ha sido inevitable la detección de reminiscencias de la historia real de la pequeña Madeleine McCann, una pequeña, una desaparición inexplicable, una familia de vacaciones en la costa, aunque esta fuera en Francia…

Obviamente no voy a desvelar nada acerca del desenlace de la historia, pero sí que he de manifestar que podría parecer excesivamente larga esta primera temporada, porque ocho episodios pueden ser muchos para un argumento que podría no ofrecer tanto recorrido, pero el guion es muy sólido y tiene mucha acción, es sumamente entretenido y en cada capítulo hay alguna sorpresa, algún giro que reactiva constantemente la trama.

Pensé que la segunda temporada, grabada en 2016, apenas un par de años después de la primera, y a tenor del éxito de esta, podría continuar con la historia de Ollie Hugues, toda vez que se quedó un mínimo resquicio para continuarla, pero no, es una historia completamente nueva y con actores distintos, aunque con el núcleo gravitatorio del inspector Baptiste y una nueva trama relacionada con desapariciones.

The missing, 2ª temporada
En este segunda entrega la acción se desarrolla en Alemania, en concreto en Eckausen, también inventado, donde se sitúa una base militar británica, y parte la serie con el reporte de la desaparición de una niña cerca del colegio al que acudía, que es hija de un militar británico destinado allí; la serie continúa con los saltos en el tiempo que tan bien funcionaron en su primera temporada, tanto es así que en el primer episodio esa niña reaparece, demacrada y moribunda, es tratada en un hospital y volverá a casa con sus padres y hermano, pero esto no es el final de la historia sino solo el principio de una rica secuencia de giros sorprendentes.

Julian Baptiste reaparece como el policía jubilado que es, pero esta vez a título personal, puesto que intenta relacionar la reaparición de esta joven, Alice Webster, con otra que desapareció casi a la par y de cuyo caso se encargó él cuando estaba en activo, Sophie Giroux. Con el avance de las investigaciones llegará a relacionarse incluso el nombre de una tercera chica.

Esta historia tiene, si cabe, más saltos temporales, 2016 que se supone que es el presente, el momento en que desaparecieron las niñas unos años antes, e incluso un par de décadas antes donde hay una conexión con la guerra de Irak.

También tenemos el nudo gordiano en una pederastia hasta cierto punto avanzada y convertida en depravación y degeneración del género humano. Y aquí es donde uno encuentra ciertas similitudes y no sé si los guionistas quisieron situar la acción en Centroeuropa, con los sonados casos de la familia Fritzl en Alemania, en la que el llamado Monstruo de Amstetten mantuvo a su hija casi veinticinco años en el sótano de su casa y con la que engendró varios hijos; o el no menos conocido caso sucedido en Austria del secuestro de Natascha Kampusch por Wolfang Priklopil, que también estuvo recluida durante cerca de ocho años.

Esta segunda trama tiene además un componente corporativista que es casi clave en el desarrollo de la acción, también se hace muy dinámica como la primera, digamos que es una trama más compleja pero más difícil de creer, tiene más licencias narrativas que dejan algunas dudas sobre su veracidad, algo que busco encarecidamente cuando veo series que tratan de representar casos reales, lo cual no le resta interés. En todo caso ambas se hacen más que entretenidas y recomendables para ver en un fin de semana o en unas vacaciones navideñas.

Puestos a valorar me quedo más con la primera temporada, aunque también he de reconocer que, sin desvelar nada y como ya he manifestado al principio, el fin de la segunda me hizo llorar, si una serie consigue despertar mi emoción siempre tendrá mis mejores valoraciones.

El poso que me deja la serie, más allá de su vertiente narrativa, es que las desapariciones de personas es un fenómeno más que presente en nuestros días, no solo no sabremos qué pasó jamás con casos más o menos mediáticos, el niño pintor de Málaga, por ejemplo, sino que casos reales como los referidos de gente cautiva en contra de su voluntad durante años y años me genera el desaliento al pensar que ahora mismo en el momento en que escribo esto o en el que Ud. está leyendo hay alguien secuestrado, puede que olvidado, que sufre sin que la gente de su alrededor pueda hacer nada, y que puede que no vea jamás la luz del día.

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