"LA CHICA DE NIEVE", DE JAVIER CASTILLO

Como sigo leyendo libros de forma compulsiva, los mismos van apareciendo en una carpeta que tengo y casi siempre suelo leerlos por orden cronológico de llegada, llegan a estar en esa carpeta con una antigüedad de un par de años a veces y a la hora de meterles mano no sé por qué me decidí en aquel momento a tenerlos conmigo.

Quiero pensar que con este habría buenas críticas y tal, tras leerlo verifiqué que había sido el libro más leído en España durante la pandemia, exactamente no sé en qué período, ya que el que hoy traigo a colación fue editado en marzo de 2020, sería en el confinamiento.

El salto mortal que hago con este libro es de esos de pura casualidad, sí porque estaba terminándolo y vi por ahí noticias de que se iba a hacer una serie, pero lo más sorprendente es que en realidad esa serie ya estaba hecha y que ya esta semana, justo esta semana, se estrenaba en la plataforma de contenidos de Netflix. La reseña que hago aquí no es una cuestión, pues, de oportunidad, sino que tocaba y ya está, ha sido pura serendipia.

Javier Castillo, el autor de «La chica de nieve», tiene una biografía profesional que no entronca directamente con lo que podríamos considerar un escritor al uso, es asesor financiero, y con sus primeras novelas ya dejó su profesión para dedicarse enteramente a las letras.

Nacido en 1987, este joven malagueño nos proporciona en esta novela un recorrido vibrante y actual en torno a una desaparición, una trama policíaca y de investigación, tan real y envolvente que yo me he leído el libro en nada, y no es de extrañar que la trama haya llamado la atención de productores televisivos, porque tiene una dinámica que lo permite con bastante rigor.

Vamos a la reseña, al meollo; para empezar hay que decir que Javier Castillo no ideó la historia para que se desarrollara en España, como creo que aparece en la serie, sino que fue mucho más ambicioso puesto que en la novela todo ocurre en Nueva York. También es cierto que aunque he mencionado que es una trama actual, la acción se desarrolla entre los años 1998 y 2010 aproximadamente, e imagino que ese horizonte temporal, hace más de una década, despoja un tanto del componente marcadamente tecnológico que llena hoy todas nuestras vidas, los móviles, la inteligencia artificial, los geoposicionamientos…, tal vez con estas herramientas que en una década nos han hecho avanzar una barbaridad tal vez el argumento no hubiera podido ser concebido tal cual lo fue.

En 1998 el joven matrimonio compuesto por Aaron y Grace Templeton asiste con su hija de tres años Kiera a la cabalgata de Acción de Gracias en el populoso barrio neoyorquino de Manhattan, en medio del bullicio el padre va con la niña a comprarle un globo y en un segundo se le suelta de la mano (me recordó en ese punto a la serie televisiva que reseñé hace poco llamada The missing), y se le pierde.

Pese a que se monta todo un dispositivo policial para tratar de encontrarla, a medida que pasan las horas la angustia se va instalando en la familia. Es obvio que alguien se la ha llevado, pues aparece al poco en una calle aledaña al lugar donde se perdió su ropa y mechones del pelo de la niña, se lo cortaron en el momento para camuflarla mejor o despistar.

Varios aspectos podríamos decir que nutren esta trama, uno de ellos y tal vez el más relevante, es que amén de la intervención policial, una joven estudiante de periodismo y aspirante a intrépida reportera, Miren Triggs, espoleada por su profesor Schmoer, se encargará, como un asunto personal, de intentar dar algo de luz a un caso sumamente complejo.

No destripo nada de la serie, porque imagino que se habrá plasmado igual, si digo que una de las novedades o sorpresas de la acción es que en todo momento sabemos qué ha pasado con Kiera, quién la tiene, dónde está, cómo la tratan y sus razones para que hicieran lo que hicieron.

Es evidente que esto debe ser reflejado en la serie porque la familia que la tiene, cada cierto tiempo, en un acto que bien podría ser calificado, según qué punto de vista, como truculento o caritativo, graban a la niña en su habitación un vídeo que, a través de cintas, van mandando al matrimonio Templeton, como testimonio de que la niña sigue viva, crece y se encuentra bien. Y de ahí también el nombre del libro, «La chica de nieve», porque lo que se ve tras las grabaciones no es la nieve invernal que cae del cielo, sino esa otra nieve que se veía en los televisores de antaño cuando no había programación alguna y que aquí coincide con la finalización de cada grabación.

Y hete aquí que Miren Triggs es la clave de bóveda de toda la investigación, adonde no puede la investigación policial por su burocracia, limitaciones legales y logísticas, e incluso su inoperancia preconcebida, adonde tampoco llega un periódico con sus propios medios dedicados a buscar el rédito económico casi por encima de un fin loable, ahí está ella, primero estudiante, luego becaria y finalmente trabajadora del Manhattan Press, la que no cejará en más de una década en su misión de desvelar dónde se encuentra Kiera. Y es una cuestión personal, profesional y también de orgullo, porque Miren sufrió un duro acontecimiento en su juventud que la ha transformado en un ser coriáceo, anfractuoso, incluso circunspecto.

El hilo del que tiene que tirar es tan leve que deriva en largas horas de investigación minuciosa, múltiples entrevistas, interminables visionados de cintas, visitas a testigos, el descartar a posibles sospechosos…, y eso son años, años que se alimentan con las cintas que los culpables, los malos, van mandando al matrimonio Templeton. La nieve de la cinta de vídeo, la propia cinta, una casa de muñecas, un papel pintado…, todo ello sirve aunque sea de poco o de nada para avanzar un palmo, un pequeño paso para Miren, pero a la postre un enorme paso en una investigación que lleva años.

Y para rematar bien la faena, el final tiene ese punto de acción, de fuego de artificio, propio de una novela que tiene que ir de menos a más en un desenlace que debe sorprender y emocionar.

Pues eso, a leer el libro o a ver la serie y, por supuesto, a seguir muy de cerca a Javier Castillo, que con su juventud y la sólida reputación que ya se ha hecho, está llamado a ser una figura esencialísima de la literatura española en las próximas décadas.

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