"EL NADADOR EN EL MAR SECRETO", DE WILLIAM KOTZWINKLE

William Kotzwinkle es un reconocido escritor estadounidense que tiene, entre otros, el honor de haber escrito la versión literaria de E. T. El extraterrestre o guiones cinematográficos tales como la cuarta entrega de la afamada saga Pesadilla en Elm Street; sobre todo se ha movido en esos escenarios literarios de ficción y de terror.

La novela que hoy traigo a colación, casi un cuentecito, tiene su aquel porque por unas circunstancias u otras se ha ganado un merecido reconocimiento tardío, una de ellas porque fue referida en un relato de Ian McEwan, uno de los más famosos novelistas británicos de las últimas décadas. El caso es que esta novelita, que había caído prácticamente en el olvido, resucitó y se tiene casi como un libro de culto.

Es una novela corta y reseñan sus críticas una exégesis que no da lugar casi a su resumen argumental («decir exactamente lo que pasa sería como parafrasear un poema») y, no obstante, no me resisto a ello, especialmente porque en tan pocas páginas el autor es capaz de proyectarnos una infinidad de sentimientos sobre la vida y la muerte, sobre el dolor y sobre el amor, absolutamente sobrecogedores, diría que es poesía pura hecha prosa.

Y el argumento no tiene nada de extraordinario, es más refleja una realidad que es relativamente cotidiana, como es la pérdida de un hijo justo en el momento de su nacimiento. En realidad es más, porque Kotzwinkle nos pone de cara a la pared para que reflexionemos sobre nuestra existencia misma, casi nada al aparato. No hace falta escribir más, en la concisión está la esencia, y nos pone en un brete lo que nos transmite, nos hace rezumar nuestros enigmas internos, y nos hace llorar, me hizo llorar, aún más.

No hay muerte que no sea dolorosa, por más que sea intrínseco a la naturaleza de cualquier ser vivo, nosotros que como seres racionales tenemos conciencia de nuestro fin cierto, no somos capaces de aceptarla por más que nos va acompañando durante toda nuestra vida, seres queridos que se van, amigos, conocidos… Tal vez, por los diferentes palos que he sufrido en la vida, puedo casi asumir el hecho de que existen gradaciones de ese dolor y del duelo posterior, las fases del duelo y la aceptación final aunque con el recuerdo siempre que como idea rumiante cada cierto tiempo asalta tu cabeza. Y, sin duda, en todo lo alto de los dolores por la pérdida están los inesperados, los sorpresivos, cuando esos acaecen las sensaciones de vacío, abatimiento e incredulidad son indescriptibles.

Pues en esta historia de algún modo experimentamos el dolor de sus protagonistas porque en esa gradación del dolor, como una especie de subtipo, encontramos el dolor por la pérdida de un ser que ni siquiera ha vivido.

Laski y Diane son un feliz matrimonio que vive en el campo, en algún punto alejado del mundanal ruido, en Estados Unidos previsiblemente, aunque bien podría ser cualquier lugar del mundo. Diane está embarazada, viene un hijo querido y deseado, tras diez años de vida en pareja.

Con la ilusión de los padres primerizos, enfrentados a una de las experiencias más apasionantes y envidiables que un ser humano puede tener, acuden a su hospital para dar la bienvenida a su retoño. El niño morirá en el parto.

El título de «El nadador en el mar secreto» hace referencia a ese ser conocido y desconocido a la vez que vive en el seno materno y que en una lucha desgarradora por abandonar ese estado letárgico se adentra en la existencia desconocida rompiendo los muros del propio ser que lo concibió. Nada está aprendido, todo es instinto y naturaleza, maravillosa naturaleza.

En ese grado de dolor al que yo aludía, el perder un hijo al que casi no has visto ni respirar es un sentimiento dolorosísimo. Esa es la idea crucial que nos propone este relato, dentro de los dolores que un ser humano puede sufrir este es casi de los peores, porque la cabeza te la hace trizas, un hijo que no viene, ese que prácticamente ni ha dado un aliento a la vida y que ya no es nada; ese ser del que ya te habías imaginado todo un horizonte vital por delante, porque la mayoría de los seres humanos sabemos que nuestra perpetuación es ley de vida, nacer, vivir, reproducirse y morir, todo en un ciclo continuo que salvo que el propio ser humano lo rompa en un mundo mediocre donde el hombre es un lobo para el hombre, siempre perdurará.

Viene la muerte al seno de Laski y Diane, de la peor manera posible, es inasumible, incomprensible, hasta surrealista si se quiere. Mientras en el hospital tratan de animar a la pareja, lo lógico, esta no encuentra consuelo, todo le parece irreal. Estuvo nueve meses en el vientre, moviéndose, pidiendo a gritos salir, y ahora es apenas un muñeco envuelto en telas, es la esperanza y la derrota, es un cuerpecito inerte metido en una cajita de juguete.

No sé si será el peor de los dolores por la muerte de un ser querido, aunque sí que hay un elemento que lo hace especialmente cruel, es que nos has podido disfrutar de la vida junto a ese ser, ni horas, ni días, ni años. La sensación de vacío es terrible. Y lo peor de todo es que mientras a otras seres queridos los has tenido aquí no tienes nada, y se te queda esa amarga sensación de que no has podido ayudarlo a nada, tú eras su defensa y a ese ser inocente no has tenido la oportunidad de erigirte en su paladín.

Es una novela de pureza, de profunda sensibilidad, de que hay vida tras la muerte de un ser, o de una pérdida en todos los sentidos, pero que el sentimiento es doloroso, tremendamente doloroso y absolutamente injusto.

Kotzwinkle nos enseña que con la esencia de las palabras puede ejercer una fuerza brutal sobre nuestras mentes, nos dota de una energía reflexiva que nos reconcilia con nosotros mismos.

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