LA IGLESIA CATÓLICA MIRA HACIA OTRO LADO, NI CAMBIA NI GENERA CONFIANZA

Hace no mucho conocimos el informe de nuestro Defensor del Pueblo relativo a los abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica en nuestro país. El mismo cifraba en unos 400.000 menores los que habrían sufrido esos abusos en mayor o menor grado en el último medio siglo.

Probablemente dentro de las instituciones públicas la del Defensor del Pueblo sea una de las que más confianza me inspiran, teóricamente una institución independiente y me consta que cuenta con equipos muy profesionales y con enorme sensibilidad, tanto en la oficina estatal como en las distintas comunidades autónomas.

Más allá de la noticia de una cifra que se nos antoja terrible, la noticia se ha magnificado en tanto en cuanto la Iglesia, en vez de haber tomado una postura de preocupación o de asunción de responsabilidad, lo que ha hecho ha sido negar la mayor y salirse por la tangente, no afrontando una realidad y continuando con una estrategia mantenida en el tiempo de mirar hacia otro lado.

Partiendo de la base de que el Defensor del Pueblo es una institución imparcial, aunque algunos la quieran tachar de «partidista», pues incluso descontando algo de esa cifra macabra atendiendo a un factor ideológico que incluso compro, el número sigue siendo terrible. Y es más, da igual que fuera 400.000 o 4, la realidad existe y la Iglesia católica en nuestro país no hace más que poner paños calientes a esta situación y no quiere llegar al fondo del asunto.

Hacía tiempo que no hablaba de la Iglesia católica y, de algún modo, este blog no deja de ser una narración de mi vida a lo largo de las diferentes circunstancias por las que atravieso. Hace unos años, no muchos, que dejé de ir a misa y solo voy de vez en cuando acompañando a mi madre; hubo un momento en que no me aportaba nada y me hacía perder el tiempo. Sobre todo iba a misa cuando sabía que había un cura que en la homilía te decía algo trascendente con lo que podías reflexionar e incluso te ayudaba a arrostrar la nueva semana. La misa cuenta con una estructura ritual que no ha cambiado en siglos y siempre es lo mismo durante algo más de media hora, salvo los pocos minutos que dura la homilía, la que debiera ser la piedra angular de la captación de feligreses y la transmisión de valores.

Pero la mayoría de las homilías, vayas donde vayas, suelen ser un rollo, nadie atiende, ni siquiera las fieles devotas, ellas, las mujeres, que son mayoría, y que desconectan, como yo. Curiosamente de las veces que he ido con mi madre en los últimos meses, en una de ellas no vino el cura titular y el que predicó lo hizo, centrándome en la homilía, de una forma muy pedagógica, la explicó con palabras que todos entendimos y nos dio las claves espirituales, o más bien psicológicas, que nos podrían ayudar en nuestro día a día. Cuando finalizó la misa, muy íntima por cierto, porque adonde va mi madre apenas se juntan veinte personas, las feligresas se acercaron al cura agradeciéndole y alabando lo bien que había dicho la homilía, toda una sorprendente rareza.

Hace años escribí en este blog que allá por el año 1985 visité el Seminario de Jaén porque uno de mis mejores amigos tenía a un primo allí y aquello parecía un colegio mayor, más de medio centenar de seminaristas daban vida a aquel edificio enorme y a la institución eclesiástica. Hoy me consta, casi cuarenta años después, que hay poquísimas vocaciones y que aquel edificio, otrora lleno de bullicio, apenas con unas pocas estancias se basta para poder atender la misión formativa encomendada.

La realidad es esa, no hay vocaciones, no las hay en España, de hecho, nuestras iglesias se llenan de «trabajadores» de otros países, muchos latinoamericanos y también africanos. La emigración natural que estamos teniendo en nuestro país también nutre nuestras parroquias.

El mal de la Iglesia católica no está solo en las homilías, que para mí es mucho, tampoco en los abusos, que es tremebundo, todo esto ayuda; pero definitivamente se trata de una conjunción de factores, como lo es la apatía de la Iglesia y de sus sacerdotes, el inmovilismo, la falta de conexión con la sociedad y, en consecuencia, la pérdida de fieles.

Tal vez esa apatía de los curas (¿algunos sin vocación?) que se refrenda cada fin de semana en unas homilías aburridas, incomprensibles e inservibles socialmente hablando, se retroalimenta porque tienen que atender muchas parroquias y se cansan de repetir lo mismo y van al discurso fácil tirando de su formación teológica que, por otra parte, es demasiado técnica para su feligresía; soy indulgente con estos curas pluriempleados. Pero es que teniendo un público tan poco motivador, y perdóneseme esto, formado por veinte personas de una media superior a los setenta años, no anima a calentarse la cabeza para encontrar un discurso más potente, si ese público fuera de veinte años casi por obligación no podría hablar en las homilías de espiritualidad y sí de acción.

Claro que la Iglesia, cuando tiene oportunidad de fomentar su cantera, en la catequesis, se deja llevar por la parafernalia y solo se centra en la primera comunión, cuando esa no es la más importante, las importantes serían la segunda y sucesivas. Pero es que casi cada mandamiento de la Iglesia abona ese boato, ese ceremonial, que no deja de ser un cumplimiento (cumplo y miento): el bautizo de niños cuyos padres no van a misa jamás, la confirmación que no recuerdo ni para qué sirve, la boda de parejas que no pisarán la iglesia en años… Las catequesis debieran ser el punto de partida para cambiar la Iglesia pero nadie hace nada. Hace años escribí sobre esto en mi blog, incluso en varias entregas: «Primera comunión, única comunión» (I) (II) y (III).

Tengo un familiar que es sacerdote y que cuando el papa Francisco llegó al Vaticano se sintió muy conmovido, se ilusionó con que algunas cosas en la Iglesia pudieran cambiar, aspectos que dentro de la coraza evidente de una institución secular alentaban a que se diera un gran golpe de timón para revertir lo residual que es hoy para la sociedad la aportación de la Iglesia. Pero lo del papa Francisco se quedó, justo al principio, en fuegos de artificio y declaraciones de cara a la galería.

Aunque sea una utopía yo sigo soñando con que la Iglesia católica llegue a abolir el celibato. Hace un montón de décadas un sacerdote, que hoy como curiosidad ya no lo es, me dijo que no hay ningún párrafo en la Biblia que afirme que los sacerdotes no puedan casarse, o que las mujeres no puedan ser igualmente curas.

Y con esto anterior retomo con el principio y es que la abolición del celibato, tal vez atemperaría el reprimido deseo sexual de algunos sacerdotes. Como me dijo un viejo poeta, recientemente fallecido y al que yo quería y respetaba, en cualquier profesión hay personas muy buenas, buenas, normales, malas y muy malas, y el sacerdocio no es la excepción, lo que pasa es que cuando hay personas malas o muy malas llama mucho más la atención que sean sacerdotes, ellos que tienen el deber moral de ejercer lo que predican, y por eso es tan deleznable que hagan barbaridades conculcando los preceptos divinos y corrompiendo el «sagrado» cargo para el que la Iglesia los ha investido.

Es muy probable que haya hombres que se planteen hoy el sacerdocio como una salida profesional, a lo mejor es rebuscado, pero es mucho más factible que algunos hombres se inclinen por esta «vocación» sabedores de que la estructura de la Iglesia les permite estar en contacto con muchos niños en las catequesis, con muchas mujeres en las sacristías, con tiempo libre y sin el compromiso de una pareja que los pueda controlar razonablemente. Con un sacerdocio donde no existiera el celibato también evitaríamos casos como el del cura de Málaga, que no solo mantenía una relación sentimental (como tantos otros, no sé si muchos ni pocos), sino que drogaba a sus feligresas para abusar de ellas, u otros que se sabe que tienen hijos no reconocidos, y tantos y tantos casos, porque el celibato es una mortificación, que muchos intentan revestir de santidad, de ofrecimiento a Dios, pero no es más que algo antinatural, y además insano.

O la Iglesia cambia un poco en su estructura y en su discurso o en los próximos años veremos cómo se cierran parroquias, y sobre todo tiene que ser más visible el valor social que tiene, ya que hay curas que se dejan la piel y, por supuesto, que asuma su responsabilidad y no mienta.

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