"ESPÍRITU", EL ESPECTÁCULO TEATRAL DE SANTI RODRÍGUEZ PARA REÍRSE DE LA MUERTE Y, SOBRE TODO, DE LOS VIVOS

Cuando yo moceaba en aquella Granada marchosa de finales de los 80, cuando Pedro Antonio era Pedro Antonio (así, tal cual, la calle Pedro Antonio de Alarcón para los despistados o desconocedores), se decía que un tal Santi Rodríguez ponía copas en Marilyn, por aquellos entonces uno de los pubs más de moda de la marcha, sitio al que, por cierto, con el presupuesto ajustado de que disponía un universitario de clase media obrera, uno iba y raramente consumía.

Confieso que yo no me acuerdo de ese detalle, que es decir tanto como que no me acuerdo de quiénes eran los camareros, y si me apuran por aquello de mi masculinidad tampoco de las camareras, que como buen pub pujante que se precie, debían estar de muy buen ver.

Y es que la fama de Santi Rodríguez vino después y la gente de mi generación recordó el pasado detrás de la barra de aquel simpático actor con un característico deje del habla de nuestra provincia, que se empezaba a hacerse un hueco en la farándula a través de la mítica serie «Siete vidas», con su personaje no menos recordado de «el Frutero».

Por la experiencia que me dan los años he llegado a la conclusión de que los personajes famosos, aun con el limitado conocimiento público que tenemos de ellos, suelen ser en la mayoría de los casos como se muestran en las cámaras, con las lógicas excepciones de una apreciación que no es nada científica. Santi Rodríguez es, en este sentido, un tipo simpático, afable, y que cae bien a la gente, al público en general. Además, para los que somos de la provincia de Jaén, nos conmueve el alma cada vez que lo vemos en la tele y saca una camiseta de Jaén o algún producto típico de nuestra provincia, amén de que se le reconoce la labor social que hace y está detrás de unas cuantas buenas causas que tienen su epicentro en nuestra provincia. Es un tipo que se vuelca con su tierra.

Ya tenía ganas de verlo en alguno de los espectáculos teatrales que desde hace algunos años pone en escena y el momento llegó hace unas semanas y en Jaén, con las sentimentales connotaciones que se presumía que podía tener, dado que a buen seguro su actuación debiera hacernos más de un guiño.

No sé si el verbo reinventar sería correcto utilizar para este caso, lo cierto es que dándolo como bueno Santi Rodríguez se ha tratado de reinventar en el sentido de que con estos espectáculos ocupa el tiempo y se procura su sustento para cuando no hay otros proyectos televisivos que le puedan dar cobertura, sobre todo en una carrera artística que sé que no es fácil, y es que, sin entender demasiado acerca del gremio, estos profesionales no cobran una nómina fija así que un día pueden estar en la cresta de la ola y otro día les puede llegar una mala racha, nadie se acuerda de ellos, y tenemos muchos ejemplos de actores y actrices que han terminado prácticamente en la indigencia.

El espectáculo que vi, «Espíritu», de algún modo, es tal y como me lo imaginaba. Santi Rodríguez no hace una obra de teatro al uso, aunque se pone en escena e interpreta un personaje, en este caso era él mismo. En realidad, mi comprovinciano utiliza estupendamente su bagaje profesional y se explaya en lo que mejor sabe hacer, en la comedia y en el monólogo. Espíritu es, en realidad, casi un monólogo de una hora y cuarto de duración, aunque con una serie de matices.

La explosión del monólogo, diría que comenzó a tener cierto predicamento hace un par de décadas, vino con bastante certeza marcada por la influencia de los países anglosajones, Estados Unidos es el más claro ejemplo. El chiste que aquí utilizamos para amenizar cualquier encuentro de amigos o familiares no se da con la misma estructura, ni siquiera el chiste en sí, en aquellos lares. Son más dados al chiste dentro del monólogo, a hacer juegos de palabras, a interactuar con el personal. Cuando vino el monólogo a España lo hicimos nuestro adaptándolo a nuestra idiosincrasia.

Por las películas estadounidenses que he visto, el monólogo tiene que ver más con meterse con el personal, con interactuar y también con improvisar, eso es un buen humorista. En España el monólogo se ha representado como un producto enlatado, te haces un guion o te lo hacen, te lo aprendes, le das tu vis cómica y lo sueltas, en una duración que de media suele estar en torno al cuarto de hora.

En esa expresión monologuista por regla general hemos aprendido a reírnos de lo cotidiano, de sacar punta a lo que a todos nos pasa cada día o lo que vemos alrededor, cosas tan normales que de pura repetición no asociamos con que son realmente graciosas. Y como lo que se suelta en el monólogo es una expresión de la realidad diaria, diría que el filón es inagotable, y más teniendo en cuenta que la sobreinformación que tenemos en la actualidad nos va proporcionando impagables joyas.

Santi Rodríguez hace un monólogo o varios monólogos dentro de una historia. En realidad nos traslada que lleva un tiempo muerto pero como buen difunto se ha dejado flecos que tiene que ir resolviendo antes de abandonar su terrena existencia.

El espectáculo es ágil y precisamente como la base es el monólogo está bien estructurado para que una hora y cuarto de retahíla monologuista no se haga pesada, y para ello el personaje va y viene de su realidad, interpreta otros personajes, y en dos o tres momentos también interactúa con el público.

Es muy de destacar que un artista se abra a conversar con el público, básicamente a improvisar, porque pregunta a los espectadores si están casados o solteros, su profesión, y él saca partido de forma salerosa y sin ofender (más típica la ofensa en los humoristas anglosajones), y lo más importante, generando risas. Ahí está uno de los grandes valores, bajo mi punto de vista, de su actuación, es capaz de improvisar con gracia y eso denota sus tablas, su personalidad y, desde luego, esa virtud innata del que es avispado por naturaleza.

Tampoco perdió la oportunidad Santi de utilizar algunas «morcillas» haciendo alusión a pueblos o personajes de la tierra, licencia que apenas podrá disponer en otras plazas, y aquí se siente tentado y creo que confortable. Esas alusiones en Jaén hacen también más entrañable el espectáculo.

Como colofón, el espectáculo se separa del final típico de un monólogo en que si tiene moraleja, que la tiene, esta siempre suele ser en un tono cómico. Aquí Santi Rodríguez nos ofrece una reflexión seria y profunda, y es que le tenemos miedo a la muerte y es más que probable que sea un tránsito sereno y apacible, tal vez no estamos preparados para ello ni sabemos afrontarlo y esa incertidumbre de lo que sucederá no inquieta, pero es un momento y en muchas ocasiones ni nos enteramos. Nos torturamos demasiado con ese pensamiento. Precisamente a lo que hay que tenerle miedo es a la vida, a lo que conocemos, a las personas, los muertos no nos hacen daño, los vivos sí. Y termina con algo que por más que se repite no es menos cierto, que para cuatro ratos que estamos aquí ¿no es más bonito darse un abrazo con el vecino o decir a esa persona lo que siempre quisiste decirle y la vida no te da para ello?

Por cierto y como mejor homenaje a su padre, Santi Rodríguez, besó el suelo del Teatro Infanta Leonor recordando su fallecimiento en 2020 a causa del maldito COVID; otro privilegio para este jaenero de pro que le rindió tributo a ese ser querido desde la tierra que ama con toda el alma.

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