MARC-ANTOINE MATHIEU, EL DIBUJANTE QUE SOMETIÓ A JUICIO A DIOS

No sé en qué momento ocurrió pero sí sé más o menos dónde fue: en Internet y más concretamente en Twitter (me resisto a llamarlo X), el caso es que cuando vi el dibujo y el mensaje tuve la necesidad de saber más.

El dibujante no era otro que el francés Marc-Antoine Mathieu. Cuando uno explora los cómics del presente o contemporáneos tiene necesidad de explorar nuevas sensaciones, ya no vale una mera historieta infantil o juvenil para entretener o hacer reír, ni siquiera héroes o superhéroes de diverso pelaje que son la extensión para nosotros, como anónimos mortales, de un universo paralelo que tan solo podemos vivir en sueños o sumergiéndote en sus historias. A veces buscas otros contenidos más profundos, dibujos y mensajes maduros, adultos, inteligentes, que te inspiran a la reflexión.

A Mathieu se le etiqueta como surrealista y experimental, lo es, y ahí está lo trascendente, porque el mensaje que nos manda es el que ha pretendido y yo siempre he dicho que, como surrealista que es, está sujeto a libres interpretaciones, a la que cada uno, en su intelecto, le haya podido evocar. Esto es lo que siempre he pensado del surrealismo que, ante todo, es libertad, por eso me gusta de vez en cuando volver a él y tomar alguna racioncita.

Marc-Antoine Mathieu nació en 1959 y se licenció en Bellas Artes, siendo sus primeros trabajos en diversas revistas de cómics. Con algo de experiencia hizo su primera obra larga de cómic titulada «Paris-Mâcon» junto a su hermano Jean-Luc, desde ese momento comenzó a ser famoso en Francia y eso le permitió vivir de su imaginación.

Lo primero que vi en las historias gráficas de Mathieu es que nos contaba una novela a través de sus dibujos, más si cabe considerando que los mensajes eran de tal calado que a cada rato te tenías que parar para pensar en su trascendencia, con mucha filosofía detrás y bastante de replantearse el mundo que vivimos a cada instante.

Todo el mundo está de acuerdo en que la madurez y la consagración le llegaron en 1991, cuando creó su personaje Julius Corentin Acquefacques, un tipo absolutamente normal, un chupatintas, como yo, que un día recibe una misteriosa carta con una viñeta de sí mismo, a partir de ahí su vida cambiará entrelazándose la realidad y la ficción, teniendo que sortear el personaje toda serie de escenarios surrealistas. Es una obra original y creativa que explora los límites entre la realidad y la ficción; una obra que combina humor, surrealismo y metaficción, y que ofrece una reflexión sobre la naturaleza de la realidad y la importancia de la imaginación, algo de lo que escaseamos mucho hoy en día, enfrascados en hacer la realidad lo más complicada posible pese a lo difícil que ya es de por sí.

Para mí fue sumamente envolvente su historieta «Dios en persona», aunque historieta se queda corta e infantil pues se trata de una auténtica novela gráfica. La historia narra la aparición real de Dios en el mundo actual. El revuelo es generalizado y a Dios no solo se le interpela acerca de lo que ha hecho y particularmente de un mundo tan imperfecto, sino que directamente se le somete a un juicio.

El planteamiento no puede ser más abrumador, Mathieu plantea un gran número de cuestiones que nos afectan como seres racionales y que gravitan sobre la figura de un ser superior e inteligente, creador de todo los que nos rodea, incluidos nosotros mismos. Se plantea cuestiones complicadas tales como la existencia de Dios mismo y el significado de la vida.

El mensaje del cómic es que la fe es una cuestión compleja y desafiante. Mathieu no ofrece respuestas fáciles, pero su obra nos invita a pulsar nuestras propias creencias. Algunos críticos han interpretado el cómic como una crítica de la religión organizada, planteada como grupos de poder más que como aliento a sus devotos. Otros críticos han interpretado el cómic como una exploración de la naturaleza humana.

El estilo de Mathieu es muy simbólico, desconcertante. Sus dibujos son detallados y minuciosos, y utilizan un amplio rango de técnicas, incluyendo el lápiz, la tinta y el collage, lo que suele inspirar en su conjunto un ambiente extraño, inquietante y misterioso. Y sus inspiraciones podríamos decir que emanan de la literatura, la filosofía y el arte contemporáneo.

En «Los sótanos del Museo», Mathieu también nos invita a una aventura distópica, en teoría un grupo de expertos realiza una inspección a los sótanos de un inmenso museo, supuestamente el Louvre, pues si el espacio de exposición es grande, los sótanos se cuentan por centenares, donde habitan no solo objetos de todo tipo e innumerables obras de arte, sino toda una fauna humana dedicada o recluida en esos espacios de forma permanente. Los personajes parecen estar atrapados en el tiempo, y su libertad se nutre de lo poco que les da el espacio de cada sótano, toda una metáfora del subconsciente humano, su mundo es finito, pero ¿qué mundo no es finito para todo el que lo habitamos?

A Mathieu se lo ha tachado de pesimista y oscuro, pero merece la pena reflexionar enfrentados a su obra, porque nos muestra la realidad humana y no se me antoja caldo de cultivo más idóneo para ver el futuro nada halagüeño. En todo caso, Marc-Antoine Mathieu es un intérprete cualificado del mundo actual y se convierte en imprescindible para todo el que se sienta atraído por el arte del cómic novelado.

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