"DIARIO DE UNA NAZI", DE ENRIQUE COPERÍAS Y CRISTINA GARCÍA-TORNEL

No puedo con la gente cansina, no puedo, ea, ya lo he dicho. Esos con los que hablas y lo que puede resolverse en dos minutos se amplía a veinte, treinta minutos, y tú que no sabes cómo librarte, cómo terminar, que se repiten, que no aportan, que casi les gusta escucharse. Tengo hasta una lista en mi oficina que es como un equipo de fútbol, la llamo «Cansino Team», tan solo una persona más y obviamente yo conocemos de su existencia, por cierto, esta semana voy a meter a uno y la lista tiene ya un once titular en el terreno de juego y con este nuevo ya estreno el banquillo, y no por falta de merecimientos sino porque sigo estricto orden de llegada.

Como tampoco puedo con esa gente que te manda en grupos de Whatsapp el buenos días cada día, el buenas noches cada noche, el buen café cada tarde, y colapsando los chats con miles de fotitos con gatitos, frases hechas, chistes infames o memes ordinarios. Yo doy los buenos días en persona, y es muy posible que esa gente que me los manda por Whatsapp lo mismo me ve y no me dice ni hola.

No sé si este carácter mío es de siempre o con los años lo he ido acrecentando, puede ser que un poco ambas cosas, porque es verdad que de un tiempo a esta parte no aguanto demasiado las películas largas, y así, por ejemplo, he visto «La sociedad de la nieve» y sinceramente me pareció que le sobraban tres cuartos de hora.

¿Y con los libros? Pues a lo mejor, aunque no necesariamente tiene que ser tan así, yo no le hago ascos a una novela de mil páginas, si está bien escrita, con una narración en la que nada sobra y en cualquier página está pasando algo relevante, que sea larga no es un obstáculo para mí. Pero sí, también es verdad que a priori siento cierta pereza al enfrentarme a algo gordo sin saber lo duro que será, y a veces escalar un pico duro se las trae.

¿Y con este preámbulo adónde llego? Pues llego a esta novela «Diario de una nazi», escrita al alimón en 2021 por el periodista científico Enrique Coperías (director que fue durante muchos años de la revista Muy interesante, a la que llevo suscrito más de media vida) y la traductora y licenciada en Filología alemana Cristina García-Tornel, un tándem curioso como poco. Y es que sí, le han faltado cincuenta páginas para llegar al millar, la historia es bonita pero injustificablemente larga, y me da pena afirmarlo así, como primera conclusión de su lectura.

Ya anuncié hace varias semanas, y diría que no pocas, que estaba enfrascado en un libro que me estaba costando leerlo, pero todo lo que empiezo lo acabo, es mi máxima. Los larguísimos episodios o escenas que no avanzan están sobre todo mediatizados por un lenguaje excesivamente culto y más que rebuscado. Está feo que yo diga esto, que me tengo por persona con cierta cultura y que le gusta aprender mientras lee, pero esta novela saca de quicio.

No me equivoco, sin conocer a los autores de nada y sin saber quién le dio esta deriva cursi, si digo que está escrito con afán de jactancia, evidentemente no maliciosa, de lo cultísimos que son y lo de palabras raras y completamente en desuso conocen. Y pienso que es lógico que un personaje tenga que tener diálogos bien escritos, pero es que los personajes están mediatizados porque lo que dicen y cómo lo dicen los dota de una pompa y un refinamiento irreal e imposible, que más parecen académicos de la RAE, y ni eso, porque ni en un discurso alguien de la RAE usaría ese lenguaje tan empalagoso, y aquí un ejemplo: «Estoy convencida de que los valerosos pilotos de la Luftwaffe que ahora se pierden como siluetas de abejorros en la lontananza se dirigen orgullosos a su destino, que henchidos de patriotismo se animan entre ellos y cuentan ávidos los minutos que restan para lanzar su granizo letal sobre tierra enemiga».

Y a todo esto, no es que el lenguaje rimbombante me aplacara y me decía que ya estaba bien por ese día, sino que esos largos diálogos llenos de subordinadas de los personajes, que parecían sentar cátedra en todo lo que afirmaban parecían no salir del sitio, como también se me antojaba interminable la descripción de lugares, paisajes, objetos, tremendamente engolada y sin interés para el argumento principal. Así que con estos ingredientes he tardado demasiado, más de cuatro meses en leer la novela, y hace años que no me sucede esto, pero al final he llegado a destino.

Y con esto ya he hecho casi un doble preámbulo y todavía no he escrito de la novela en sí, que podría haber sido brillante, con menos artificio y casi la mitad de sus páginas.

Cuando los nazis invaden Polonia se hacen con el control de todo el país y fundamentalmente de las ciudades más importantes, tomadas por sus mandos y tropas, sometiendo a la población autóctona y encerrando en guetos a los judíos.

En la ciudad de Cracovia nos encontramos con Ingrid, una joven esposa de un alto mando del ejército nazi, el cual trabaja en un campo de concentración. Ingrid es una convencida de la causa y de los valores que propugna el nazismo, adepta a sus principios, comulga con ellos y es vehemente a la hora de expresarlos y defenderlos.

En el curso de un acto cultural privado conoce casualmente a otra joven que al igual que ella es la mujer de otro alto mando nazi, entre ellas nacerá una gran amistad. Esta amiga, Clara, no es como ella, no está tan convencida de la causa, con el tiempo descubriremos que, en realidad, es judía, un matrimonio, pues, un tanto raro, y diría que de todo punto forzado argumentalmente para el desarrollo de la novela.

La devoción de Ingrid por su marido y por el nazismo son tales que, de primeras, no hace más que imponer a su nueva amiga sus criterios, mientras Clara, más cauta y comedida, y en un estado de profunda depresión, le va abriendo poco a poco su corazón y le revela el origen de su depauperado ánimo, que tiene que ver con la desconfianza que le va generando su marido y la observación de las barbaridades que de primera mano ve a su alrededor protagonizadas por ese imperio del terror que es el nazismo.

La historia, que pretende ser de esperanza y superación, va mezclando diferentes personajes, algunos incluso reales, y va tornándose hacia un relato en el que ambas intentan favorecer las vidas de los que están sometidos e incluso salvarlas directamente. Tiene muchos recursos sensiblones, el salvar a los débiles, entre ellos niños, mujeres, judíos, gente mayor; todo un cuento perfecto de buenísimos y malísimos, no hay término medio, no hay nadie normal, todo el mundo es perfecto, o perfectamente bueno o perfectamente malo.

Ingrid irá cambiando su parecer y derivando hacia un espíritu crítico tanto hacia su marido, al que ve escasamente, como a la causa. Y ello también es provocado por el flechazo que sufre en el palacio ocupado donde vive, y es que cae rendida de la belleza de su jardinero polaco, el cual además tiene un niño que se ha hecho amigo íntimo de su hijo.

Hechos relevantes hay unos cuantos, no muchos, y se podrían resumir en tres o cuatro párrafos, pero no los voy a desvelar por si alguien quiere leerla, pero lo que quiero decir con esto es que es una novela pesada y absurdamente larga, cuando reitero que podría haber sido mucho más redonda con una profunda cura de adelgazamiento, y ya digo que el lenguaje ampuloso, las largas disertaciones y descripciones de lugares, así como las doctísimas palabras sentando cátedra a cada momento, manifiestamente cursis, de todos los personajes no ayudan para mi nota final.

Así que si alguien quiere leerla y tiene tiempo, aun asumiendo todo lo que he dicho, si quiere recordar el lenguaje culteranista de Góngora, manos a la obra, de lo contrario es manifiestamente prescindible.

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