"LA CASA DE LAS MAGNOLIAS", DE NURIA QUINTANA

A veces puede ser saludable leer la ópera prima de algún debutante en las letras, primero porque en esa puesta de largo puedes tener la plasmación de una genial idea que ha ido pergeñándose durante años y ahora ebulle, y en segundo lugar porque tal vez uno tenga el velado sentimiento de que está descubriendo algo grande que en el futuro se consolidará.

No sé ni como llegó a mis manos esta novela en la que Nuria Quintana se estrena en literatura. Esta joven nacida en 1995 en Madrid pero criada en Galicia nos regala una apacible novela de amor y de cerrar círculos que el pasado no consiguió redondear; y aunque se sitúa en Cantabria, lo cierto es que bien podría haber sido Galicia, y me ha recordado, en su descripción de paisajes y localizaciones, esos mis recientes caminos de Santiago tan iniciáticos, tan evocadores y rompedores a la vez, pero con el común denominador de la naturaleza serena que te apacigua, te sana.

Corre el año 1992 e Isabel sufre la pérdida de su anciana madre. Esta le ha proporcionado una vida feliz, pero en su recorrido vital recuerda que hay determinados vacíos en el pasado de su madre que nunca llegó a rellenar. La cercanía de Luis, amigo de la familia de toda la vida, que también parece ser el albacea de esos recuerdos no desvelados y la aparición en el entierro de su madre de un extraño hombre hacen que Isabel emprenda una apasionante búsqueda de los secretos del pasado que su madre se llevó a la tumba, y que por respeto a ella no quiso interpelarla porque rezumaba mucho dolor.

Tal vez como una manera de no sufrir más y también para proteger a su hija, la madre de Isabel, Aurora, fue muy celosa con su pasado. La historia se remonta a antes de la Guerra Civil en Cantabria. En aquella época las desigualdades sociales estaban bastante acentuadas, los ricos eran muy ricos y los pobres la mayoría. Los padres de Aurora servían en una casa señorial haciendo todo tipo de actividades, ella nace en esa casa, la que da título a la novela, que en el presente se ha convertido en hotel; allí crece Aurora muy relacionada con Cristina, la hija de los Velarde, unos hacendados con intereses en América, donde el señor de la casa reside casi la mayor parte del tiempo.

Las niñas Aurora y Cristina se divierten juntas como amigas, casi hermanas, con la complicidad e inocencia propias de las que no se juzgan ni por su posición ni por nada. No obstante, Aurora ha sido preparada para servir a la familia Velarde en cuanto su edad y madurez se lo permitan, cuando llega el momento es como si esa barrera que nunca existió entre las niñas se edificara de un día para otro, y ambas asumieron el rol. A la construcción de esa barrera de clases contribuyó que apareciera en la casa un chico joven, Léonard, que se dedicaba a abastecer de leña a la familia, Aurora se enamora de él y él de ella, pero Cristina bien por despecho o quizá también atraído por el joven empieza a interponerse entre ambos.

Lamentablemente para Aurora, sus padres, que han sido un ejemplo de lucha y dignidad, mueren en un desgraciado accidente, y los que habían sido su referente se van de su lado para siempre, y eso hace que la brecha entre señores y criados se acentúe más, al menos para nuestra protagonista. De hecho Cristina es cada vez más cruel y despiadada con la que otrora fue su amiga íntima, hasta el punto de que Aurora apenas tiene tiempo para poder alimentar su amor verdadero con Léonard.

Aurora y Léonard decidirán fugarse juntos y poner tierra de por medio, más por ella que por él, como una manera de escapar del yugo de Cristina, pero algo ocurrirá aquella noche en que tienen prevista su huida hacia adelante; aquella noche Aurora y Léonard se separarán para siempre.

Desde luego hay un elemento disruptivo y que colabora enormemente para que dos personas que se aman no se vuelvan a ver jamás, y es la Guerra Civil, una conflagración que hizo pedazos nuestro país y que lo transformó de tal manera que, incluso aquí, borra la pista de las personas con las que tuviste lazos estrechísimos.

Y no desvelo más porque eso sería destripar la esencia de la novela. Ese descubrir qué ocurrió aquella noche y por qué dos almas gemelas vieron truncado su futuro es la misión desde el presente de Isabel, que irá recomponiendo el puzle hasta resarcir in extremis la memoria de su madre y también, en cierto modo, ofrecerle la justicia y la dignidad que Léonard no disfrutó en décadas.

Nuria Quintana adereza debidamente la trama con una muestra de paisajes ensoñadores, nos traslada a esos parajes cántabros que desbordan paz y sosiego, nos invita a oler, a tocar, todos esos recuerdos que nos ayudan a formarnos en la cabeza los escenarios presentes y pasados de su relato.

No pierde el interés ni el ritmo el desarrollo porque tanto desde el presente como las conexiones al pasado se hacen de manera paulatina, avanzando en paralelo ambas historias, tanto lo que sucedió como la forma en que la protagonista va descifrando la callada historia de su madre, enterrada durante décadas. Y finalmente la gran verdad y el sentirse congraciada con la vida, con su madre y con sus seres queridos.

Y ante todo una historia de amor, del de verdad, del que es capaz de mantenerse durante años, respetando al otro aunque no se tenga, de esas que probablemente ya no quedan, de dos enamorados que se perdonaron en vida y que, si Dios existe, se unirán tras la muerte.

Una bella historia de recuerdos, muy fina, bastante entretenida, notablemente evocadora y que supone una muy buena carta de presentación de su autora, a la que en el futuro le pediría un poquito más de acción y menos afección melodramática (menos pastelosa), porque a ratos puede parecer un serial radiofónico del que escuchaban nuestras abuelas, es simplemente por poner un mínimo pero.

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