Estuvimos visitando mi hijo el País Vasco este pasado verano, creo que apenas le comentaría que hace treinta o cuarenta años no sería tan amable pasear por allí, a nuestros jóvenes eso les viene largo y hasta puede que bien. Aquellos terribles años de plomo hacían impensable que cualquier persona del sur, aunque fuera por mero turismo, se pudiera dar una vuelta por allí sin la sensación de ser un extranjero en tu propio país, y sobre todo porque sentías cierto odio a todo lo vasco, sé que era algo irracional, pero hasta tal punto nos llevaban unos pocos, los etarras, que ensuciaban el nombre y la tierra de muchísima gente buena.
Imagino que las gentes de allí en su mayoría no querían que su tierra fuera como era, pero unos cuantos habían impuesto un estado permanente y dictatorial de miedo exacerbado. En aquellos días estivales de asueto caminabas por los cascos viejos de Vitoria, Bilbao y San Sebastián y apenas recordabas aquella época tan distante y tan cercana a la vez; ciudades ahora refundadas en espacios acogedores y señoriales en muchos casos, demostrativos de una burguesía amplia y de una gran clase media-media y media-alta. No nos resistimos a entrar en las tabernas de esos cascos antiguos, no se si otrora serían extraoficialmente herriko tabernas, aunque si que veías alguna que otra pinta muy propia del entorno, ellos con largas patillas o ellas con esos peinados con flequillo tazón tan poco favorecedores.
Allí deambulamos como si de nuestra casa se tratara, como inveterados paseantes con cierto sentimiento de pertenencia (¿será porque unos de mis ocho apellidos es vasco?), admirando la belleza de las calles, sus costumbres, sus gentes, el País Vasco volvió a la vida tras muchos años de oscuridad.
Por eso, cuando me enfrenté a esta novela sin saber muy bien de qué iba, todo aquello que casi ya había olvidado volvió irremediablemente a la superficie. Aquellos años en los que ETA golpeaba día sí día también, donde no había tregua, y donde más allá de la chapuza institucional que eran los GAL y otros entes alegales, verdaderamente que nos alegrábamos cuando los que caían eran los del bando contrario, a mí y a mucha gente se nos olvidaban nuestros valores y emergían nuestros instintos más básicos de revancha, del diente por diente.
Y es que «Las fieras» gravita sobre aquellos años críticos en los que ETA estaba en la cresta de la ola, le estaba ganando la partida claramente a España, o como ellos decían, al «Estado español», y Clara Usón nos invita a una novela que mezcla con mucha perspicacia episodios reales con una historia inventada que, evidentemente, nunca existió pero que podría haber sido posible y más que creíble.
No solo mezcla ficción con realidad sino que también incorpora al relato principal una especie de entrevista figurada, de una periodista inexistente, a la terrorista Idoia López Riaño «la Tigresa», de hecho, el título del libro es un claro guiño a ese apelativo y algunas otras circunstancias que se suceden en el relato.
Curiosamente la autora, por ser mujer, abunda en el palpable hecho de que por aquello de que, no sé, la cara es el espejo del alma, la tal Idoia, guapa ella, diría que con rasgos angelicales, sorprende que pudiera ser una asesina bárbara y despiadada, como si en nuestro raciocinio no cupiera el que una persona puede ser una serpiente por dentro por muy bonancible que fuera su semblante. Lo cierto es que es que descoloca mucho a nuestro subconsciente ver a esa mujer e imaginarla asesinando fríamente a muchas personas.
En esa supuesta entrevista que jalona todo el libro, la tal Idoia nos acerca a la realidad de aquellos años, de cómo funcionaban los comandos, la organización, los atentados y luego su posterior salida de ETA, cuando los principios iniciales dejaron paso a una organización caciquil, sectaria y ciertamente machista, y todo eso la autora lo saca de una amplia bibliografía sobre el tema. Y lo que es peor de todo, más allá de un velado arrepentimiento este demonio fue incapaz de pedir perdón a las víctimas, hoy está libre y hasta reinsertada, pero nunca olvidaremos el dolor proporcionado y las vidas que cercenó.
Pero la historia gira en paralelo a una realidad propia del País Vasco en aquella época, la de muchas familias no vascas que emigraron en busca de trabajo y porvenir, y que se sentían vascas, la propia Idoia jamás habló euskera y era hija de un salmantino y una extremeña (como muchos otros terroristas de apellidos inequívocamente castellanos o gallegos, y que comulgaban ciegamente con ETA, puede que por principios pero también por dinero, como también se vio a la postre, porque muchos se hicieron ricos para luego vivir en santuarios, primero en Francia y luego en Venezuela). También hubo familias de guardias civiles y policías que fueron allí con mayor o menor convicción, y la historia que nos narra Clara Usón es la de una joven, hija de un policía, aunque eso la chica no lo podía decir, que comienza a relacionarse con gente de su edad y es inevitable topar con alguien cercano a ETA.
También es la historia de su familia, una madre con aires de burguesa, y un padre que sí, era policía, pero de los malos, mal profesional y un mal padre, porque le pegaba a la protagonista, Miren, amén de ser un borracho, putero y que se gastaba prácticamente todo lo que tenía en juergas.
Mientras vamos conociendo el contexto de aquella época, en un relato que me ha hecho recordar aquellos años como si los estuviera reviviendo, Miren, ira revelándose, tal vez ella era también «una fiera» y descubrirá de la peor manera que ese padre que le hace la vida imposible pertenece a los GAL, y se cerrará el círculo o, en realidad, ese será el principio del fin, cuando todo se hará añicos.
Casi al final de la novela descubriremos de forma inquietante quién era la supuesta periodista que estaba entrevistando a Idoia López Riaño y, eso, de alguna manera, es la respuesta a todo.
Interesante novela con un estilo ágil, inicialmente inconexo en determinados tramos, que puede despistar a ratos, pero que una vez cogido el tranquillo, avanza con frescura, aunque sea duro escribir esto dada la temática que trata, pero que finalmente concluye en un resultado de nota más que positiva.
Los GAL supusieron la guerra sucia contra ETA, pero en el libro se da a entender que por encima de los muertos de ETA era también una batalla contra el gobierno francés, se trataba de poner muertos en su país y extender el terrorismo a ese país. Y Francia finalmente se lo tomó en serio, no sé si lo de los GAL influyó mucho o poco, pero algo contribuiría a que nuestros vecinos se pusieran las pilas y colaboraran para que esto no fuera un conflicto exclusivamente doméstico.
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