No sé si asistimos últimamente por morbo o por moda a una fiebre por las novelas, películas, series o pódscats sobre el género denominado «true crime». La RAE no acepta esa construcción anglosajona (sí pódcast con la tilde puesta), porque aunque podría traducirse por «crímenes reales» o «basado en crímenes reales», la verdad es que el extranjerismo ha calado y es más identificativo en su forma original; doy por buena la construcción porque el español no está en peligro de nada y simplemente es un organismo vivo. Pues eso ¿morbo o moda?
Pues yo creo que es más bien morbo y realidad a partes iguales, bien es cierto que la gran cantidad de información de que gozamos en la actualidad permite mayor visibilidad de todos esos crímenes que se cometen aquí y allá, y a los que jamás habríamos tenido acceso sin la globalización a la que estamos expuestos, me gustaría que ello fuera para mayor bien de la humanidad.
No se sabe muy bien quién creó este género y este concepto, hay varias teorías al respecto, algo que aborda de pasada esta novela, pero lo cierto es que está en boga porque al ser humano le gusta hacer introspecciones y se pregunta de tanto en tanto, cómo puede ser que cometa actos que son más propios de animales que de personas a las que se les presume un raciocinio.
El protagonista de esta novela, que tiene el curioso nombre de Jean Ezequiel, también tiene su pódcast y en él alimenta su pasión con esa catarata de sucesos que nos conmueven tanto como conocer sus detalles más escabrosos y truculentos. Material no le va a faltar, ni a este ficticio ni a cualquier otro que se pudiera crear en la realidad porque basta tirar de periódicos, televisiones, otros pódcasts… para seguir sondando la mente humana.
Hontoria es el pueblo real que Juan Carlos Galindo nos recrea para su ópera prima. No pasa nada con que sea su primera novela, Galindo viene avalado por muchos años de periodista en El País, y es columnista y analista de su suplemento cultural y literario Babelia, así que conoce perfectamente el paño. Hontoria es una aldea perteneciente al municipio de Segovia capital (Galindo es de Segovia, dicho sea de paso), todavía con trazas de pueblo de la periferia, donde huele a rural, pero con el tiempo se está convirtiendo en ese lugar de escape o tranquilidad para vecinos de la capital que quieren abstraerse del ruido, si es que Segovia se puede considerar una ciudad ruidosa, que se me antoja que no, más allá de la invasión turística, que por descontado nutre buena parte de su tejido comercial y de servicios.
Así que desde ese punto de vista podríamos considerar este libro como del género true crime rural que, si me lo permiten, es más morboso si cabe que cualquier otro asesinato cometido en una gran ciudad, porque tiene ese punto transgresor, sorprendente y hasta novelesco. Lugares como Puerto Hurraco, Pioz, Fago o Traspinedo, muchos de ellos lugares recónditos y que forman parte de nuestro imaginario colectivo, apenas los hubiéramos conocido si no hubiera ocurrido algún dramático suceso por el que han pasado tristemente a la historia. Y es que si ya nos parece que cualquier crimen es increíble, que se produzca en zonas apartadas donde tan difícil son esconder las pruebas o esconderse uno mismo eso ceba más aún el morbo, la especulación y la literatura.
Jean Ezequiel es periodista vive en Segovia aunque trabaja para un periódico en Madrid, en la sección de sucesos, adonde se desplaza cada día en AVE. No quiere perder ni a su familia, está felizmente casado y tiene una niña de pocos años, aunque para los suegros, familia bien segoviana, este no sea el mejor partido para su hija. No contento con esa profesión que le da de comer, Jean tiene desde hace años el pódcast «Píldoras criminales», ese espacio para el true crime, donde se explaya y donde dice las cosas que muy probablemente no le dejan publicar en el periódico.
Y encima ahora lo tiene a huevo, tiempo atrás, no mucho, desde el momento cronológico en que empieza la novela se cometió un triple asesinato en Hontoria, un matrimonio y su hijo pequeño en su propia casa, sin signos de que la vivienda hubiera sido forzada, como si el asesino lo conociera, pero realizado con notable ensañamiento.
Pero la investigación llegó a un punto muerto y se cerró sin encontrar al culpable o culpables. No obstante, Jean recibe una llamada oculta de alguien cercano a dicha investigación, lo más seguro que un policía, y le manifiesta los errores que se cometieron en la misma y alude a un concepto existente en la realidad y que yo desconocía como es «la doctrina del fruto del árbol envenenado», la cual alude a que cualquier evidencia obtenida de manera ilícita o violando los derechos constitucionales de una persona, no puede ser utilizada en un proceso judicial. Esto aunque suene poco justo (los criminales juegan con ventaja y los buenos no podemos beneficiarnos de ser un poco malos para un fin loable) es muy tenido en cuenta por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, porque cualquier investigación se puede ir al traste si no se lleva a cabo en condiciones.
A Jean Ezequiel le vale esa información para comenzar a tirar del hilo y embarcarse en hacer la investigación por su cuenta. En el principio los sospechosos eran el círculo más cercano de los asesinados: su familia, en especial su hijo mayor que en esas fechas estaba en el seminario de Segovia, los vecinos, amigos y algún que otro policía…, pero repito, todo llegó al final a un callejón sin salida.
Nuestro avezado periodista comienza a agitar el árbol mediante sus pesquisas y con ello montará un esquema más preciso de los hechos sustanciales: odios familiares, conexiones con la parroquia local, policías corruptos, intereses políticos, corruptela en unas ayudas de la PAC…
Ese camino emprendido para el protagonista no será ni mucho menos un camino de rosas, recibirá tantas ayudas (de gente amiga y gente interesada en que se desvele la verdad) como zancadillas, hay demasiados intereses concurrentes. También la policía se ve obligada a actuar por la presión mediática del diario de Ezequiel y por la proyección de su pódcast, y consiguen lo que todo el mundo quería, que haya un culpable, Abundio, un vecino del pueblo malcarado y enemigo de todos, con razones y oportunidad para cometer los crímenes, pero también con pruebas muy circunstanciales sobre él. Declarado culpable la sociedad ya tendrá al malo que necesitaba puesto entre rejas.
Pero para Jean esto no es suficiente, sabe que Abundio es un indeseable, pero no cometió esos crímenes y no cejará hasta encontrar la verdad.
Toda una trama perfectamente hilada, muy entretenida, que nos pasea por las calles de esa entrañable Segovia que espero visitar en un futuro próximo y que pulsa sobre esos dantescos crímenes que hemos visto a lo largo de nuestra vida, y que por desgracia seguiremos viendo en el futuro, porque la mente humana por más que está profundamente estudiada es insondable e imprevisible, y como siempre se dice, la realidad supera la ficción.
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