"EL ABISMO DEL OLVIDO", DE PACO ROCA Y RODRIGO TERRASA

No puedo decir que el subgénero literario de la Guerra Civil Española sea de mis preferidos, desde luego que no lo es y justo en relación inversamente proporcional a lo que me gusta el de la 2ª Guerra Mundial; y casi por casualidad me he juntado estas semanas con varias novelas de dicho subgénero que leo en paralelo, junto con otras, porque hay que saber de todo o por lo menos intentarlo, aunque a veces no nos guste.

Dichas lecturas me provocan en estos días varias reflexiones relativas a la memoria histórica, con la que he de reconocer que he tenido en algunos momentos de mi vida algunas opiniones que hoy no puedo defender, gracias a que el bagaje vital le hace a uno madurar y rectificar.

Y precisamente hago esta entrada atípica, porque es una de mis etiquetas más abandonadas, probablemente hace más de un año que no escribo una entrada relativa a cómic, pero es más, es que suelo escribir de cómic en una especie de formato holístico, reseñando a un historietista por el conjunto de su obra, y hoy no, hoy reseño un libro de cómic.

«El abismo del olvido» es un libro de cómic, una auténtica novela, un ensayo con viñetas, dibujado por el historietista valenciano Paco Roca y con guion del propio Roca y del periodista también valenciano y curiosamente muy vinculado a temas deportivos Rodrigo Terrasa. Son trescientas páginas bellamente narradas, en torno a mil viñetas, dignamente dibujadas, para hacer un homenaje a esas familias que sufrieron muertes de familiares durante la Guerra Civil, que fueron enterrados en fosas comunes y que algunas de esas familias consiguieron muchos años después darle digna sepultura, y otras ni lo consiguieron ni lo conseguirán, pues hay algunas que aún lo siguen intentando.

El título está muy bien traído porque hace poco leí que el recuerdo de un familiar apenas llega a tu tercera o cuarta generación, tus tataranietos jamás sabrán quién fuiste, ahí se pierde tu legado y da igual si hayas sido bueno o malo, salvo que seas un personaje famoso. El recuerdo se pierde por ese inexorable enemigo que es el tiempo. Cuanto más se tarda en abordar fosas comunes, en exhumar cuerpos quedan menos hijos o nietos que tenga esa necesidad de darle digna sepultura a ese ser querido. Pero es más, cuanto más pasa el tiempo los restos se van deteriorando o es más difícil encontrar familiares para intentar conseguir restos de ADN para posibles coincidencias.

Porque no hay sentimiento más igualitario para los seres humanos, que es el de la digna sepultura de los nuestros. Para los ateos porque los restos del ser querido le ayudan a rememorar las vivencias de esa persona, porque el ateo solo tiene como referencia central nuestra vida terrena; para los creyentes no es solo rememorar sino también conectar con ese ser que según sus convicciones debe estar eternamente en otro lugar, esperando.

No veo mal que esa memoria histórica se propugne, debiera ser no solo la de la Guerra Civil sino la del conjunto de nuestra historia, sobre todo, porque la historia española es rica pero se diluye cuanto más atrás nos vamos en el tiempo, es la única queja que tengo, y porque se le ha dotado a este concepto de determinada carga ideológica. Pero en términos generales no se puede ser más justo con los que no pudieron ser dignamente recordados ni enterrados que hacer lo posible para que los que tuvieron una muerte horrible y que se hacinaron en fosas comunes, como animales con peste, puedan tener un descanso eterno más digno. Y porque en justicia durante la dictadura franquista, la muerte de los del bando ganador sí que pudieron tener digna sepultura, incluso hasta hace un tiempo en las iglesias había listados con esas gentes fusiladas por los rojos.

En esta obra tan sensible los autores afrontan un hecho real como fue el de la exhumación de cuerpos en fosas comunes de Paterna (Valencia). El relato, basado en hechos reales, parte de la exhumación actual donde una vecina, Pepica, también real, busca el cuerpo de su padre, un hombre más amante de sus hijos que fiel a sus ideas políticas, pero en aquella Guerra Civil, como en cualquier guerra, fue inevitable la muerte de cientos de miles de inocentes, que querían más a sus familias, a su tierra que a cualquier cuita de políticos y mandos militares que muchos ni se mancharon de sangre.

Los autores tienen una delicadeza sin límites con esas personas de hoy que buscan a sus muertos, pero también tienen el rigor histórico de haberse documentado para reconstruir las historias de esos fusilados en la provincia de Valencia, entre ellos el padre de Pepica.

Del mismo modo, también ello se conecta con la sensibilidad de un enterrador, también una historia real, que procuró ayudar a mujeres a identificar a sus familiares muertos, jugándose su propia vida, haciendo un esfuerzo para que pudieran ser identificados en el futuro (depositaba una botella de cristal con el nombre dentro y las metía entre sus ropas), o procurando que no se amontonaran como si fueran bolsas de basura en esas espantosas fosas…

El trazo de Paco Roca no es excesivamente colorido, la ocasión no invita a ello, los rostros son adustos, tiernos, serenos, no pretende añadir dureza a historias duras. En los diálogos es de justicia que reseñen por qué murieron y cómo murieron, pero no se ceban los autores.

Una digna historia para el recuerdo de tantas personas que hoy, aquí y allá, hace poco o hace siglos, no pudieron ser recordados por sus seres queridos y yacen en el olvido de todos bajo las tierras que pisamos sin que ni siquiera lo sepamos. Una digna despedida para unos recuerdos de personas anónimas que en el futuro también serán cenizas, pero la historia que cabe recordarla para no volver a repetirla, jamás será ceniza.

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