Los que me siguen en esta bitácora, pocos, pero bien avenidos, y yo diría que me siento muy orgulloso de tenerlos al otro lado, saben que soy un poco friqui, y les agradezco que se interesen por todo lo que escribo aunque a veces se tengan que tragar alguna que otra brasa.
Pues de brasa va esto hoy, sí, porque una de mis frikadas más incuestionables es mi pasión por el sumo. Ya he reconocido en este foro que tengo una deriva hacia gustos raros y adquisición de datos que, en muchos casos, no sirven absolutamente para nada, espero que al menos me sirvan para una constante gimnasia mental. Hubo un momento, con esto del sumo, en que pensé que se trataba de una materia que controlaba bastante bien, y conociendo más o menos como se mueve el percal en España donde, de algún modo, los que sabemos de esto somos un grupo reducidísimo, tengo el dudoso honor, que es un claro galardón del friquismo y de una pérdida de tiempo bastante curiosa, de ser uno de los mayores expertos de sumo en nuestro país, que para el caso me sirve más bien poco o nada, tan solo para disfrutar yo conmigo mismo en este placer tan particular.
Le dedico una entrada al año, sobre enero o así, en la que resumo lo que ha acaecido en el sumo profesional. Todo el mundo sabe lo que es el sumo, más que nada porque es muy llamativo; la lectura fácil es que unos tíos bastante gordos y ataviados con un exiguo taparrabos luchan entre sí. La lectura experta es lógicamente mucho más profunda, lo de la gordura es accesorio aunque innato a este deporte, y lo del taparrabos es algo en lo que ni te fijas, máxime yo, cuando habré visto miles de combates y estás atento a la lucha en sí.
Pues bien, a nadie escapa que el fenómeno de Netflix lo es a nivel mundial y especialmente en los países de mediano y gran desarrollo, lo que impropiamente se llama países occidentales u occidentalizados. Y sí, en Japón también Netflix extiende sus tentáculos, ya que obviamente es un país muy avanzado y con un importante potencial de consumidores de esta plataforma de contenidos.
Obviamente no nos llega mucho de Japón, es como si hubiera más un abismo cultural que geográfico, apenas consumimos en Europa su arte, música, cine, televisión, deporte, e incluso sus noticias, y del sumo, lógicamente, casi nada.
Esta serie «El aprendiz de sumo» es, si se quiere, una especie de apertura al mundo, no de Japón, que de algún modo también porque es una sociedad bastante peculiar y diferente a la española y por extensión a la europea, sino de su deporte más ancestral y ceremonioso, el sumo. Aunque cuenta una historia también que es como un tutorial básico de este deporte.
Para mí el ver la serie ha sido adentrarme en la historia que cuenta, más que en el «tutorial» ya que el envoltorio divulgativo del sumo lo tengo sobrepasado, con lo que he podido disfrutar del fondo de la trama sin perderme en lo sorprendente que puede resultar para un profano. Y no pasa nada, esa parte pedagógica no está mal porque sirve a la comunidad occidental en general para conocer este deporte y modificar, si cabe, esa idea de que el sumo es una lucha (cómica) de gordos con taparrabos, que es esa opinión rápida que tiene la mayoría de la gente.
Si acaso sí que ha tenido para mí cierto enfoque divulgativo en tanto en cuanto no conozco tan de lleno la vida que se hace en las heyas (establos en traducción literal y escuelas de sumo en traducción dirigida), donde conviven con pasión por el sumo jóvenes y no tan jóvenes durante años con notable sacrificio. El sumo tiene seis categorías, donde se va ascendiendo en función de los resultados del torneo precedente, más rápido o más lento en función del balance de victorias y derrotas. Las dos primeras son profesionales, Juryo la segunda y Makuuchi la primera, casi para los elegidos; algunos se tiran años de entrenamiento y no llegan ahí, y permanecen en esas heyas sirviendo de algún modo a los luchadores profesionales, es una cuestión de jerarquía.
En esta serie hay mucho de esa jerarquía, de esos luchadores de clase media, de categorías no profesionales, que aspiran a llegar a lo más alto y otros que saben que su lugar está ahí, en mantenerse subiendo y bajando, fluctuando, durante toda su carrera en los escalafones medios o inferiores.
Es el sumo un deporte que, como digo, está lleno de ritos, ceremoniales y tradiciones; deporte fácil de seguir para mí que lo tengo muy asimilado y sigo en directo los torneos y la actualidad, y algo que es muy interesante y para perderse o para perderme, es que está perfectamente datado y catalogado, pudiendo encontrar los datos de los torneos oficiales casi desde mitad del siglo XVIII, miles y miles de luchadores que serán prácticamente anónimos y un reducido número de sumotoris que han pasado a la historia por sus logros.
Como decía la serie va un poco de eso, de esos luchadores anónimos, apasionados infatigables del sumo que soportan duras condiciones en sus heyas por un éxito que nunca llegará o no al menos el que les da ese plus para pasar a la historia.
Esta historia se centra en un joven bastante díscolo hasta ese momento, con una familia un tanto desestructurada, padres divorciados, y que ha ido alternando su faceta de judoka con la de matoncillo de poca monta. El sumo piensa que va a ser una salida fácil para ganar dinero y algo de prestigio.
Debo decir para la gran mayoría de los mortales que muchos deportes de lucha tienen transferencias y el sumo bebe mucho del judo o al revés, pues el primero es más antiguo, en este caso, cuando los luchadores dejan de empujarse y el combate deviene en un juego de agarres, las llaves que se practican son muchas de las que existen en el judo, con lo que un luchador que ha sido judoka antes tiene ya un camino recorrido.
Así que instalado en la heya el joven Kiyoshi Oze, interpretado por el actor Wataru Ichinose, su soberbia choca de lleno con un mundo lleno de tradiciones, ya no solo en la escuela de sumo sino en los torneos oficiales está sacando los pies del plato, se burla un poco de todo y es incapaz de seguir una disciplina adecuada a los cánones que se esperan de un sumotori. Es palpable que tiene calidad por su fuerza y por su pasado como judoka pero debido a esa falta de interés por aprender cómo se debe entrenar específicamente en el sumo para poder avanzar más rápido, se va viendo frustrado.
Esta serie es muy ilustrativa, aunque a veces sacada de quicio adrede, acerca de lo que se mueve no solo en las heyas, sino en los torneos oficiales, igualmente observamos la dedicación de los medios de comunicación, algo de la vida de las grandes estrellas, los tentáculos de las yakuzas (la mafia japonesa) y la siempre controvertida, también en la vida real, gestión que hace del sumo la Nihon Sumo Kyokai, organismo rector de este deporte.
Oze, que adquirirá el nombre de luchador de Enno, es el emblema tal vez de un Japón enormemente avanzado pero sometido a muchos rituales. Enno, en una de las subtramas más dramáticas, se enfrentará a un joven luchador muy callado, Shizuuchi, que tiene una historia trágica detrás y que no le permite ser normal, aunque sí todo un guerrero en el dohyo (la arena donde se lucha).
Al final Enno irá entrando en vereda, ya sabe que alejarse de la tradición y seguir el camino «a su manera» no le va a permitir ni los éxitos ni sacar lo que siempre oigo en este deporte, que cada luchador tiene su propio sumo dentro de sí, y cada cual tiene que sacar ese mejor sumo para poder prosperar en su carrera.
La serie diría que se queda ligeramente abierta para seguir con las peripecias de Oze, ya más asentado y con la cabeza más centrada. Esa nueva temporada abordaría aspectos ya más populares en Japón, como la vida de las grandes estrellas; pero me da la impresión de que con esta primera temporada los productores se han quedado satisfechos.
Sí que se hace un guiño a las grandes figuras del sumo y aquí hay, con las distancias obvias, un cierto paralelismo con el toreo en nuestro país, y es que a los luchadores que se retiran se les corta la coleta en un ceremonial lleno de protocolo (el danpatsu-shiki). Y también los escalafones son igualmente similares, en España conocemos a un puñado de grandes toreros, pero luego hay un buen número de desconocidos que apenas torean dos o tres veces al año, y muchos de ellos se ven relegados a formar parte de las cuadrillas de los grandes.
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