"EL ESPEJO", DE ANDRÉI TARKOVSKI

¿Qué tiene que ver Palomo Linares con esta película rusa (soviética en 1975)? ¿Qué relación puede tener un tipo de Linares con una película de Andrei Tarkovski? Pues aunque no sea el modo más ortodoxo de empezar esta reseña sí que hay conexión; tampoco puedo decir que la película sea ortodoxa, que no lo es para nada, pero sí que es una sucesión de guiños y contraguiños a la manera del maestro Tarkovski, que todo lo que tocó fue oro para la historia del cine, aunque su carrera fue muy corta. Después hablaremos de Palomo Linares.

El universo surreal e irreal de Tarkovski no deja pie a la comprensión erudita y el que lo haga es que es un necio y prepotente. Aún recuerdo mis análisis poéticos en la época del instituto de enseñanza media, cuando decías lo que te evocaba tal poema y el profesor de turno sacaba la interpretación canónica y te decía que lo que tú habías colegido no era correcto. Con el tiempo me di cuenta de que la riqueza de la poesía, como la música, es que puedes interpretar lo que tú quieras, según tu estado de ánimo, y cualquier interpretación es válida, porque tal vez eso es lo que quiso expresar el poeta, hacer más rica su composición si a cualquier persona le evoca sensaciones diferentes.

Tarkovski nos ofrece un caleidoscopio, un universo fascinante, donde cada imagen o cada escena es para escribir una tesis doctoral, no da puntada sin hilo, la música tiene su sitio, un mueble tiene su porqué, los diálogos son perfectamente medidos y el uso de la fotografía es un ejercicio de introspección más que del autor del público.

Es difícil escribir sobre el argumento de la película, en todo caso no hay un argumento lineal, si acaso es la historia de Maria, madre y esposa, separada de su marido y buscando respuestas a su existencia, en la época de la Guerra Fría, en la que los soviéticos marcaban su segregación con todo Occidente.

Perro esta historia es solo circunstancial porque se deduce levemente en el metraje; y es que el auténtico acierto de Tarkovski es el de criticar sin parecerlo, el de remover conciencias sin que lo notemos, el de hacer que reflexionemos tanto que la cabeza nos explote alrededor de cualquier pasaje, de cualquier mueca de sus personajes.

¿Cuántas historias inconexas hay en la película? Varias, y no tiene explicación; evidentemente no sé si el director ofreció una visión muy cuadriculada, lo dudo, y si lo hizo no voy a buscarlas porque es mi interpretación. Sí que percibo un potente tono crítico, no el de su presumible anticomunismo, sino el de un evidente malestar por el nulo papel referente de Rusia, cuando por su posición geográfica, por su potencial y por su población debiera haber sido más influyente en el resto de Europa. Pero el comunismo era separarse del resto, por provocación y no para desarrollo mutuo, aquello del Telón de Acero se antojaba más teórico que físico.

Se nos alude a ese rol apartado del resto de Europa, antes evidente por aquello de la URSS y sus países limítrofes de gobierno comunista, y hoy aún más si se quiere por la presencia de Putin, que ha dejado las ideas políticas a un lado para convertirse en un sociópata ávido de poder. Todo en Rusia ha sido una permanente escisión de Europa, las estrategias geopolíticas están detrás, pero si Rusia hubiera tenido la mano tendida desde hace años Europa hubiera dominado el mundo, no como ahora, que somos el Viejo Continente, gobernado por viejos de espíritu y de actitudes. Incluso la religión en Rusia se ha hecho a la medida de los gobernantes, como un modo de separarse más aún del resto de Europa, haciendo las fronteras más lejanas espiritual que físicamente.

En un pasaje el hijo de Maria coge un libro y lee en voz alta a una señora una carta que Pushkin escribe a Chaadáev en 1836, ¡hace dos siglos!, en la que ya refiere que Rusia se va a quedar atrás por el afán de sus políticos de creerse diferentes, únicos e independientes, como si ser más patriota significara no querer nada con el resto, cuando puedes hacer más grande tu patria si te apoyas en lo demás.

Tarkovski está infravalorado en el universo cinematográfico, es admirado por los cinéfilos, pero los aficionados más de andar por casa no acceden a él, porque tampoco las televisiones se prestan a mostrarnos una riqueza diferente más allá de las facilitas películas norteamericanas.

Toda la película es un poema constante, es una oda a la crítica, la del ser humano enclaustrado en sí mismo y que no quiere desarrollarse. Está apostado en un mundo limitado por cuatro paredes y los personajes de la película luchan por romper un molde, a la postre sin lograrlo, limítrofes con la locura.

La película es un laberinto, dentro del surrealismo imperante, y viendo avanzado el metraje y descubriendo que no tienes un argumento detectable, la gran atracción es ver qué te propone en la siguiente escena, y además mezcla el blanco y negro con el color incluso en escenas interpretadas por el mismo personaje. Hay una secuencia particularmente potente que es la de la protagonista, casi en plano secuencia, atravesando una industria gráfica para rectificar un escrito, probablemente sea la manifestación, así lo veo yo, de que el ser humano es imperfecto, que busca volver hacia atrás y que ello le abruma, porque hay que vivir con lo que tenemos detrás, y solo la experiencia de lo adquirido nos puede vacunar de fracasos futuros, pero en la inteligencia de que volveremos a tropezar si no es en la misma piedra en otra distinta.

La música está presente en toda la grabación y es sumamente importante, elige con notable tiento las composiciones, porque aparte de temas clásicos de Purcell, Pergolesi o Bach, luego le proporciona un ambiente asfixiante con las sinfonías más arriesgadas de Eduard Artémiev, uno de los grandes precursores de la música electrónica y referente para muchos músicos actuales de este género.

Y lo de Palomo Linares. En la película, en esa crítica más o menos velada a su patria pero también a Europa o al mundo, nos enseña imágenes de archivo de momentos pretéritos, alude a las guerras, la peor de las facetas humanas. En una secuencia se nos muestra a niños desplazados tras la guerra, supuestamente la II Guerra Mundial, y conocemos a una familia española, niños que ya son mayores que se fueron durante la Guerra Civil, pero que conservan nuestro idioma (con muy poco acento ruso) y añoran las costumbres españolas, entre ellas los toros, puesto que el actor imita unas verónicas y se muestra encantado de los éxitos de su ídolo Palomo Linares. Claramente hay una crítica a las guerras y a las víctimas de las mismas, esos desplazados, obligados a vivir el resto de sus vidas en una tierra lejana y extraña.

Los niños son el gran referente de Tarkovski en la película, siempre presentes en buena parte de las escenas, también caóticos, imprudentes, desorientados, necesitados de respuestas ante un mundo en el que los adultos no son los ejemplos ideales que un niño debiera considerar.

El espejo es tal vez el reflejo de tanta degradación social que no podemos expresar y solo en un escenario imaginario es cuando nos atrevemos a ser nosotros mismos y decirle a este mundo que no nos gusta, que hay mucha gente mala, y que el poder mediatiza todo y nos convierte en unos borregos adocenados a los que se nos da una palmada en la espalda para que permanezcamos callados.

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