No suelo poner el título de mis entradas hasta el momento que las publico, sobre todo cuando tienen una parte informativa, pero en este caso sí que me parece relevante que explique un poco, que he pensado en el título antes de ponerme a escribir. Y es que yo nunca me he referido a la música New Age como música neoclásica, o a una parte de esa música que algunos la llaman así, yo tengo mis reservas, pero esta vez me voy a inclinar por hacerlo.
Mirando hacia atrás en el tiempo, no sólo al momento en que conocí estas nuevas músicas sino desde que comencé a escribir este blog, yo veía claramente que la New Age era una evolución lógica de la música clásica, la de un concierto de Año Nuevo en Viena, por poner un ejemplo visible y mediático; hay compositores actuales que siguen en esta línea, una música culta (no porque los que la escuchan tengan una cultura superior a la media, sino tal vez por su exclusividad), bien orquestada y sin salirse de unos cánones melódicos tradicionales.
No obstante, hay algunos que han querido diferenciar la música clásica actual y la música neoclásica aunque también es cuestión de detalles fronterizos. Tengo más o menos claro lo que es la música clásica actual, pero entre música neoclásica y New Age la frontera sí que se diluye. Y aquí es donde está el detalle porque con este compositor percibo que hay una separación de la música clásica actual y una evolución hacia la música neoclásica sin llegar a ser New Age en toda su esencia, o no al menos en todas sus composiciones.
Y es que Mattia Vlad Morleo, un jovencísimo compositor que descubrí este año (nació en el 2000, así que probablemente es el primer músico que traigo a este blog nacido en este milenio), parte de su piano para asomarse a esos cánones clásicos y tradicionales con una vuelta de tuerca más moderna, ya casi franqueando la frontera entre lo clásico y lo neoclásico e invadiendo también esa difusa línea con la New Age, ya que también se vale de elementos electrónicos modernos. En este sentido muchas de sus composiciones rezuman un minimalismo acendrado, claro que si nos metemos en diatribas el concepto «minimalismo» en la música también daría lugar a un amplio debate, ya que se basa en el uso de pocos instrumentos, melodías sencillas y repetitivas, evolución lenta de la composición, y a veces coexisten todos estos conceptos o alguno de ellos y, claro, tantas composiciones pueden responder a ello que muchas veces no es fácil encasillar a un autor en ese género. Yo, desde luego, percibo ese minimalismo en este joven.
Como digo me surgió este chico por casualidad navegando por Spotify, escuché «Perceptions», y me quedé prendado de una composición que había realizado en 2017, ¡con 17 años!, algo maravilloso, inspirador, emotivo, y que obviamente guardé en mi carpeta de favoritos de esa plataforma musical, y que me apunté para poder reseñarlo aquí en cuanto tuviera un hueco.
El piano sigue siendo mi instrumento musical por excelencia, tiene un rango de sonidos amplísimo, y tiene algo que por más que reconozco no deja de sorprenderme, y es que es polifónico, suenan varias notas a la vez, tantas como dedos estén tocando, y alguna tecla pulsada permite un sonido de fondo persistente, es una orquesta en pequeñito, una maravilla, un regalo eterno; y Mattia sabe sacarle un jugo increíble a un instrumento donde la producción de composiciones será por fortuna tan infinita como la imaginación de un compositor que se ponga delante del teclado.
He estado escuchando mucha música de Mattia en estas últimas semanas y podría aludir a este aserto que más o menos viene a decir que «Honra merece quien a los suyos se parece»; yo a veces tengo mis límites a la hora de buscar similitudes en la música de autores de nuevo cuño en la New Age/neoclasicismo, pero es que somos prisioneros de nuestro acerbo sonoro, cómo no, y si algo parece a algo pues se enciende la bombilla. Es más, para un compositor actual de música de vanguardia la necesidad de inspirarse y de escuchar la música en la que se quiere establecer, aun con su propio estilo, es un ejercicio necesario.
Y ahí es donde yo encuentro la conexión, evidente en algunos temas, entre el grandioso Ludovico Einaudi (uno de los cinco compositores neoclásicos vivos más importantes del mundo en la actualidad) y Vlad Morleo, de ahí que naciera el titular más que adecuado para iniciar esta reseña. Mattia es un genial compositor, que por su juventud va a hacer mucho ruido en los próximos años, tal vez no al nivel de Ludovico, porque acceder al estrellato con la New Age son palabras mayores y yo no arriesgaría a decir que Mattia será tan mediático como él, pero no es descartable.
Y, por supuesto, no podemos eludir que más allá de la limitada difusión y seguimiento por el gran público, en este caso, por un limitado público, de las nuevas músicas, soy de la opinión de que la New Age goza de una magnífica salud en lo que a composiciones se refiere. Los medios técnicos actuales favorecen que más músicos se atrevan a componer y a ofrecerlo en redes sociales aunque luego no tengan el reconocimiento popular, pero lo que sí es cierto es que la calidad es muy buena, a veces, tan insultantemente grandiosa que uno se atreve a pensar que ha encontrado un tesoro al alcance de muy pocos, la gente se lo pierde, os lo perdéis, allá vosotros.
La New Age goza de esa buena salud en muchos países occidentales, desde luego en España así es, en los últimos diez años se me ocurren más de veinte nombres solo de memoria, y es posible que haya más de doscientos compositores en activo a día de hoy; y en Italia, de donde es el compositor que hoy reseño pues hay una nítida correlación entre un pasado clásico, una cultura de la música de cámara por así decirlo y el buen trato que tienen las escuelas musicales en ese país. Por eso Mattia Vlad Morleo representa ese relevo generacional, esa reserva espiritual de lo antiguo y de lo moderno, es el legado de Ludovico Einaudi, sin tener ni idea acerca de si ambos se han conocido personalmente, pero también de tantos otros compositores de vanguardia que siempre llevan consigo esa tradición italiana de la música, como Federico Albanese, Roberto Cacciapaglia (al que ya reseñé en esta bitácora), Gigi Masin, Giulio Aldinucci o Alio Die.
Lo sorprendente de este descubrimiento es que me parece increíble lo que ha sido capaz de componer Mattia en tan poco tiempo, siendo aún un tipo joven que debería estar por ahí saliendo de copas, jugando videojuegos o conociendo chicas, que seguro que lo hace. «Perceptions» fue un pelotazo sonoro, un EP que, como digo, publicó en 2017, junto con otros cuatro temas más; pero es que en ese mismo año publicó su primer álbum completo «The Flying of the Leaf», un trabajo donde no hay ni un solo tema que sobre, todos son geniales. Incluso tiene un trabajo pequeñito editado en 2016.
Después de ello ha ido haciendo trabajos más complejos, Mattia se siente seguro desde su piano, en esa faceta minimalista, tanto por el exclusivo uso de ese instrumento como por sus composiciones intimistas y de lento desarrollo. Con el éxito, aunque sin volver la espalda al piano, sus últimos trabajos han ido significando esa evolución con la incorporación de otros instrumentos, con violines violas, cellos y también sintetizadores, es obvio que es un progreso hacia espacios más arriesgados y hacia un esfuerzo compositivo de mayor complejidad.
Su fama no es ajena al mundo de las artes y de la comunicación y temas suyos han aparecido en películas, documentales o comerciales, y él mismo ha compuesto bandas sonoras para películas y otras expresiones audiovisuales.
Ya sé que Mattia no es muy conocido pero su fama va en aumento; este 2025 lo va a terminar con casi medio centenar de conciertos en toda Europa. Estuvo en Barcelona y Madrid el pasado mes de noviembre en salas muy especializadas, hubiera ido de vivir por allí, pero uno no tiene el don de la ubicuidad, lástima.


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