EL QUE SE FUE A SEVILLA Y VINO HABLANDO MADRILEÑO

El otro día saludé a un conocido al que llevaba tiempo sin ver, nacido y criado en Linares, en Andalucía, y puede que más de la mitad de su vida fuera de su cuna, lo cual le provoca que al hablar con él se denote un deje madrileño algo acentuado sobre todo al finalizar frases. Reconozco que por mucho que esto pueda ser habitual no deja de sorprenderme.

Esta anécdota me recordó otra más sorprendente de aquel conocido mío que se fue a estudiar a Sevilla y vino hablando madrileño, como diría José Mota «eres mu tonto», porque el chaval imagino que tenía que dárselas de algo, y que se notara que venía estudiado y cambiado, y ya puestos a cambiar había que jugárselo todo a doble o nada y qué mejor que utilizar el madrileño, porque venir seseando como un sevillano se podía presumir una bajada de nivel, como si hablar más fino implicara ser más culto o más importante.

También conocí a otro tontito de estos que hablaba tan finolis que no es que pareciera de Madrid sino del mismo Valladolid. A los días o a las semanas me enteré que el tipo era de Almería y que para más señas había estudiado en Granada. Nunca después, en todos los años que traté con él, se bajó del barco de ese «acentuado acento» que imagino que él asumía como un signo de distinción, una absoluta bobada a todas luces.

Cuestión distinta puede ser tal vez periodistas que nacen en el sur y tienen que adquirir una dicción del español normativizado, muy típico de los presentadores de telediarios (tal y como se dice de la BBC británica donde puedes escuchar el inglés más correcto posible); de hecho siempre me sorprendió el acento ampuloso y grandilocuente de Jesús Hermida, nacido y criado hasta los veinte años en Huelva aunque hay ciertas controversias con esto, que masticaba las palabras antes de soltarlas y eso evidentemente le provocaba torceduras de cuello.

A los que somos andaluces nos molesta sobremanera que se utilice nuestro acento para identificar en no pocas ocasiones al cateto o a la maruja, cuando catetos y marujas hay en todas partes de España y el acento es algo accesorio. De nada sirvió para normalizar el andaluz, si es que había que normalizarlo, que ya en democracia el que fuera presidente español Felipe González popularizara su verbo ágil y rico mezclado con un fuerte acento sevillano que jamás ha abandonado por mucho que este hombre haya vivido fuera de su patria chica muchísimos años y haya tenido que relacionarse con personas de todas las partes del mundo.

Ah, por supuesto, y no se me tome como una crítica política, una de las soberbias burradas de la adquisición vertiginosa de acento fue la del otrora presidente Aznar que se fue un fin de semana a las Azores (provincia portuguesa) y se le pegó el acento yanqui, «estamos trabajando en ello».

Creo que como buen consejo de padre cuando uno se iba a la mili en estas cosas de acentos hay que reivindicar el «hijo, que no seas el más listo ni el más tonto», porque en el término medio siempre está el equilibrio, ese debe ser el criterio a la hora de los acentos. Entiendo que esto puede no ser fácil porque uno puede ser más o menos permeable a tomar el acento del sitio donde vive, pero se es tan tonto hablando madrileño tras estudiar en Sevilla como forzar el acento cateto para parecer más llano o más chulo, porque al final esa persona es, para mí, doblemente cateto.

Yo mismo no niego que, según las circunstancias, a veces suelto alguna «ese» final, sobre todo cuando estoy en un contexto laboral, es casi una deformación profesional porque a la hora de relacionarte en según qué circunstancias uno tiende a vocalizar, a no comerse sílabas y una cosa lleva a otra, que al final casi te expresas en un castellano de libro.

Hace años me fijaba en el acento que se utiliza en Canal Sur, nuestra televisión y radio autonómicas. Creo que al inicio de la misma se marcaba mucho el acento andaluz, y ahora se ha dado cierta libertad, y creo que está bien, porque entiendo que cualquier periodista o comunicador no debe tener corsés de ningún tipo, y uno se puede sentir más cómodo hablando como en casa o está más acostumbrado a expresarse con el acento con el que desde siempre ha aparecido en ese medio.

Y sin duda el acento andaluz no está en peligro, ni mucho menos, lo mismo que me escuece el hecho de que alguien adquiera el acento madrileño cuando se ha criado en el sur, a buen seguro que los del norte también observan cómo alguno de sus hijos van a Andalucía para un rato y se vuelven aspirando las eses, porque según dicen el andaluz es muy pegadizo. Ciertamente no hay peligro para el dialecto andaluz por cuanto que muchas de sus particularidades lingüísticas van conquistando territorios de una forma silenciosa; partiendo de que el origen del habla española en Hispanoamérica tiene su origen en las primeras generaciones que allí se instalaron y que llevaron su acento, buena parte de ellos del sur de España. Hoy la ese aspirada que es un signo distintivo del dialecto andaluz se extiende por Andalucía, Extremadura, Castilla la Mancha, Murcia e incluso Madrid.

El acento andaluz debe ser y de hecho es una especie de tortura para los que vienen a estudiar español de primeras y pongamos que el primer lugar de nuestro país que pisan es Cádiz, donde en determinados contextos y con ciertas personas hasta a mí me puede costar coger algunas palabras en una conversación; a este respecto aunque no me gustan mucho los carnavales, siempre he abogado porque subtitularan las chirigotas gaditanas ya que se pierden algunas palabras claves de las canciones, entre tanta voz diferente y una música detrás que a veces ensombrece las letras.

Sí ya sé que uno no es de donde nace sino de donde pace, pero una cosa es ir un fin de semana Galicia y a la vuelta parecer que oriundo de Xinzo de Limia.

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