"MALAHERBA", DE MANUEL JABOIS

Justo he leído esta novelita tras hacer una pequeña reflexión hace unas semanas en este blog relativa a la felicidad en forma de burbuja que era vivir siendo un niño. Ahora uno comprende mejor lo bonito que era aquello, era esa burbuja donde los problemas, comparados con los de un adulto, eran nimios, mundanos, niñerías. Tal vez, a mí me pasa ahora, o lo entiendo con nitidez, nuestros padres propiciaban esa burbuja, no nos transmitían cualquier atisbo de problemas que tuvieran ellos y nosotros veíamos la vida de color de rosa, ya habría tiempo, y lo ha habido. Mi hijo me ve feliz y no le transmito lo que me angustia y últimamente tengo unos cuantos frentes que me angustian.

Pues a Tambu le pasa, de algún modo, eso, es feliz y vive en esa burbuja. Tambu o Mr Tamburino es el apodo cariñoso con el que todo el mundo conoce al protagonista de este libro y es normal que uno vuelva a su niñez porque él narra su historia desde los nueve o diez años que tiene y además viviendo en una ciudad media, Pontevedra, que por las cosas que cuenta y aunque no es la misma época, tal vez una década después, se asemeja a mi infancia en mi Linares natal. Por cierto, Mr Tamburino es el nombre del personaje de una mítica canción de Bob Dylan, Mr Tambourine Man.

A Tambu casi le despierta la curiosidad de saber en qué mundo vive, más trascendente y complejo que el que una visión de niño puede tener, cuando su padre muere por primera vez, como él dice. Su padre ha sufrido probablemente un ictus o un infarto, lo tienen que ingresar en un hospital, y durante unos días Tambu tendrá que convivir junto a su hermana Rebe, que es unos años mayor que él, con los vecinos de arriba, Armando el padre y sus hijos Claudia y Elvis.

Tambu iniciará una amistad con Elvis (nombre que procede no del cantante sino del personaje de una novela que lleva por título «Elvis Karlsson» escrito por la autora sueca Maria Gripe), ambos son de la misma edad, van a la misma clase y en ellos nacerá la necesidad de ir descubriendo ese intrincado lenguaje que hablan los adultos. Igualmente esa amistad trascenderá a lo sexual, como un juego, ambos se sentirán atraídos.

En ese tránsito de la cándida infancia hacia la preadultez, Tambu nos enseña su cotidianidad, los personajes que giran en torno a él, sus compañeros de clase, cada uno con su historia en pequeño, que cuando uno es un niño parece una historia en grande. Eso me hizo recordar cómo en mi infancia cualquier capítulo de la vida de un compañero de clase nos parecía como una especie de cuento, aquel niño que lo operaron y estuvo varios meses sin venir, el otro que regalaba monedas de duro a la salida del colegio o aquel otro que invariablemente se la quedaba en «mosca» para que le pegáramos con la saña de niños inconscientes.

El padre de Rebe y Tambu empeorará y eso les obligará a estar exiliados en el piso de arriba, mientras la madre de ellos lo cuida. En esos días Tambu recuerda las vivencias con su padre, lo que le ha enseñado y lo que le queda por mostrar, si vive para ello, porque su padre es su referente.

El libro está narrado desde la perspectiva de un niño, un niño con aspiraciones de adulto, con un lenguaje jocoso, trufado de anécdotas de su vida familiar, en la calle o en el colegio. El colegio, de hecho, se convierte en el auténtico eje de la vida de cualquier niño, el lugar donde más interactúa, donde más gente conoce, donde más experiencias adquiere. Y al igual que con las anécdotas de sus compañeros también nos muestra la abigarrada fauna de profesores y profesoras que habitan en su pequeño mundo. Cada profesor se convierte en un pequeño dios o un pequeño padre, porque casi pasa más tiempo con los niños que sus propios padres, y los niños en su irreflexiva crueldad humillan a su manera a esos faros docentes, evidenciando sus defectos, infravalorando sus virtudes y poniéndole esos motes que tan típicos eran en mi época e imagino que todavía sigue ocurriendo.

Como motes también tienen los compañeros de clase y los de cursos de más arriba y más abajo. En la niñez tener un año más o un año menos es tener casi una vida de ventaja o de retraso, el de un curso más está dotado de la aureola de superioridad. Son esos individuos, algunos más sobredimensionados que otros, que se hacen adultos antes de tiempo, son malotes en proyecto, tienen un apodo que les viene al pelo, fuman cigarrillos o porros directamente, hacen novillos en clase, se morrean con la chica de turno, la más salida o la más libertina, y si son repetidores ya es que están revestidos con el halo de intocables.

Tambu está feliz por haber encontrado algo más que un amigo en Elvis, aunque vive con sentimientos encontrados todo eso que está naciendo en su interior y que a veces no es fácil de digerir, pero no le importa, porque sus sentimientos no están mediatizados, Tambu no sabe casi nada del sexo, casi nada del mundo adulto y lo que vive es tan natural y puro como crecer.

Tal vez «Malaherba» sea la historia natural del tránsito de la niñez a la adolescencia, que no tiene que ser una mera banalización de un simple estado de ánimo, porque ese tránsito es precisamente uno de los más dolorosos de una persona, porque eres feliz, sí, pero comienzas a descubrir que la vida tiene truco y que lo que se había presentado hasta este momento como un cuento de colores alegres ahora empieza a visionarse con notables claroscuros, el anticipo de lo que viene después.

Manuel Jabois nos invita a un recorrido por la vida en una ciudad media, probablemente tendrá algo de autobiográfico, donde todo está a la mano, donde tu pequeño mundo es el único mundo existente, y además nos refleja en el personaje de Tambu esa incipiente homosexualidad que cualquier chico o chica puede experimentar, que obviamente no tiene nada de enfermedad, mucho menos de tendencia social y sí bastante de naturalidad, de expresión propia de la condición del ser humano.

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