"AL FINAL SIEMPRE GANAN LOS MONSTRUOS", DE JUARMA

Lolo, Dani, el Liendres, Juanillo y Jony; cinco amigos que evidentemente nadie conoce a menos que se lea este libro, pero con los que vas a empatizar de algún modo a medida que lo vas leyendo. Cinco personajes marcados por las drogas, en una novela social que refleja una cruda realidad que tenemos más cerca de lo que nos pensamos.

Acabo de realizar el Camino de Santiago por segunda vez y el libro ya lo había terminado de leer apenas unos días antes. En dicho Camino en el que te encuentras con gente singular y que no te juzga porque no te conoce, uno es capaz de sincerarse, de abrirse en canal y despojarse de todo prejuicio, sintiéndose libre para expresar tus sentimientos, emociones y opiniones sobre casi cualquier tema.

En estos encuentros casuales con caminantes que jamás volveré a ver en mi vida, aunque espero que a uno sí, reflexionábamos sobre el mundo de las drogas. Tal vez por aquello de que estábamos en Galicia y que durante mucho tiempo se han asociado esas tierras con el tráfico de drogas, esta realidad respondía sin lugar a dudas a una indudable demanda de una nada residual parte de la sociedad.

Lo cierto es que es más que probable que lo que se consigue aprehender en grandes operaciones contra el narcotráfico no sea más que la punta del iceberg, porque de un modo u otro, la droga sigue entrando en nuestro país y es plenamente accesible. En esta novela todos sus personajes consumen y abiertamente reconocen que si tienes necesidad de droga, de cocaína más exactamente, basta con llamar a alguien, y si ese no te vende es fácil que sepa quién lo hace.

La cocaína se ha convertido en una droga social, casi «blanca», normalizada hasta el punto de que la persona más insospechada que tienes a tu alrededor puede que la consuma y tú sin saberlo. Atrás quedan los tiempos de mi juventud donde la heroína era entonces la que se llevaba la palma, aquella deterioraba y machacaba los cerebros con rapidez, y generaba muertes inmediatas e irremediables.

Hoy la cocaína puede que no deteriore el físico, pero deteriora a las personas con el tiempo y, sobre todo, las engancha de por vida, con consecuencias fatales para los que felizmente consumen pensando que tienen controlada la situación, porque se creen superiores.

Y si la coca está normalizada, verdaderamente la gente que la consume se «corta» y no se mete las rayas en público, pero sí que está mucho más normalizada la marihuana, que esa sí que está en todos lados y llevamos años oliéndola en las calles, en los parques, plenamente aceptada. De hecho, los personajes, cuando no se colocan con coca están con los porros.

Pues resulta que este escritor, Juarma (Juan Manuel López), nos presenta a estos personajes que pueden aparentar ser ficticios, pero que a través de sus historias nos trasladan a una realidad que a lo mejor no tiene los nombres de esos que nombré al principio, pero existirán otros muy parecidos con vivencias muy similares.

Aunque ya había escuchado buenas críticas sobre Juarma, mis expectativas han sido incluso superadas. Juarma no es un escritor al uso, ni siquiera consagrado, aunque la frescura y la calidad de lo que hace merecería mayor reconocimiento. Estamos ante un tipo que lleva escribiendo (y dibujando) toda la vida, pero que ha simultaneado esa afición con trabajos como jornalero en el campo, nació en 1981 en Deifontes (Granada), un pueblo a apenas 30 km de Granada capital.

Esta novela escrita en 2017 se generó como una especie de proyecto singular y en cadena, y es que a través de un club de lectura que él creó en una red social fue poniendo en conocimiento las tramas y subtramas a algo más de medio centenar de personas, y todas ellas se fueron entrelazando hasta llegar a la publicación de este libro que ha visto la luz gracias a la editorial Blackie Books.

De hecho la historia está narrada por los múltiples personajes de la novela, los cinco amigos, incluso alguna novia que está en algún momento en la vida de ellos. Es la historia de nuestros amigos que avanza en el tiempo y en ese recorrido algunos de esos amigos van cayendo, directa o indirectamente a causa de la droga.

Aunque parezca que puede estar más lejos que lo que nos imaginamos, un tipo como yo, con una vida bastante normal y aséptica, ha podido conocer directa o indirectamente, a tres personas, algunos fueron amigos y mucho en determinados momentos de mi vida que fueron esclavos de las drogas y murieron a causa de ello.

Los personajes de la historia no son nada estereotipados, tienen muchas aristas, pero precisamente en esa peculiaridad tal vez deduzcamos que es más real de lo que imaginamos, que cualquier persona que está a nuestro alrededor podría estar consumiendo. Jony es el traficante y curiosamente licenciado en Filosofía, pero es que Dani es el tipo normal que lleva esa doble vida, la de farlopero y la de padre de familia que trabaja en un banco.

Lolo, el primer protagonista, con las neuronas machacadas se despierta cada noche viendo monstruos, se han alojado en su mente, de hecho ya lo han invadido de tal modo que muere arrollado por una furgoneta mientras esos «monstruos» lo perseguían.

La novela está genialmente bien escrita, no tiene por qué sorprendernos, un tipo puede ser culto y trabajando en el campo, aunque quizá sí que tenga mayor mérito. Y luego le mete, sin abusar, cuando el personaje lo pide, algún que otro giro «granaíno», una jerga que no me es muy desconocida, primero por una cuestión de cercanía geográfica y luego por mis varios años viviendo y conociendo a granadinos de la capital y de los pueblos.

Y es que la novela se sitúa en una localidad ficticia de la periferia de Granada, que bien podría ser Deifontes, porque el pueblo se llama Villa de la Fuente, y luego también se suceden muchas acciones en Granada capital.

El relato es entretenidísimo y tiene una mezcla de comedia negra, porque te ríes con los personajes, y de cruda realidad, esa realidad que no es nada bonita, es una vida que asumen esos personajes, que viven en un estado de felicidad a tiempo parcial, el que le permite la droga que pueden consumir en un momento dado, pero en un estado de profunda infelicidad, porque son incapaces de salir del hoyo.

Y ya no es tanto el hecho de que hayan elegido esa vida o de que no hayan podido salir o no hayan querido, o les sea imposible; uno puede hacerse daño a sí mismo, pero una persona drogadicta hace sufrir a los demás, a los que la quieren, a sus familiares y amigos.

Se creen más listos que nadie, imagino que la capacidad omnisciente de la droga les da ese carácter, pero es una imagen virtual. Hacen, los que pueden, como que cumplen sus deberes cuando van a un centro de desintoxicación, pero es casi más para acallar a los suyos que para tratar verdaderamente de salir de sus pozos.

Una historia se va entrelazando con otra y vamos completando un puzle fácil de descifrar por lo que nos cuentan los sucesivos protagonistas de la novela.

Me gustaría decir que la historia termina bien, pero no, el relato es un claro ejemplo, amplificado tal vez, de la realidad de una lacra social que tarde o temprano destruye a los que están metidos en ella.

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