"LA NOIRE DE", DE OUSMANE SEMBENE

El cine, como vehículo de comunicación y transmisión de la realidad humana, ha supuesto y supone una forma de vivir, una profesión, un mundo; sin ir más lejos, hemos podido ver la pasada semana cómo nuestra industria cinematográfica patria entregaba sus galardones en forma de Goyas.

En este auténtico arte cabe todo; todo se proyecta, todo se experimenta, cualquier expresión humana, por extraña o minúscula que nos pueda parecer, ha tenido su representación en el cine.

Como ya he comentado en alguna ocasión, soy un enamorado de Internet, esta enciclopedia de saber ilimitado que se renueva cada día, cada segundo, nos permite conocer y llegar con la mente a escenarios que jamás hubiésemos imaginado.

Esta herramienta ha posibilitado que podamos acceder a películas raras, de autores poco conocidos, de países escasamente desarrollados. En este sentido, una de las ilusiones que mantengo es la de intentar descubrir el mejor cine de todos los países del mundo, por recóndito o ignoto que sea.

En esta particular búsqueda he podido indagar acerca del cine africano, poco conocido per se, aun en nuestros días, con lo que resulta más atractivo y cautivador si nos remontamos al cine que se hacía en ese continente hace casi medio siglo.

Según los cinéfilos hay un nombre clave en la historia del cine africano, y es el senegalés Ousmane Sembene. Hace un par de años tuve la oportunidad de ver su cortometraje “Borom Sarret” (1963) en el que nos enseña la vida de un conductor de un carro, que se adentra en la parte colonial de la capital senegalesa, Dakar, para llevar a un cliente, pero le multan y le confiscan su medio de subsistencia. Sin duda, es un importante estudio sociológico de la época y, lo que es más interesante, se considera el primer trabajo cinematográfico realizado en África por un cineasta de raza negra.

Ousmane Sembene nace en 1923 y se alista en su juventud en el Ejército francés, pasando posteriormente a trabajar como estibador en el puerto de Marsella. Su formación y sus vivencias en Francia le marcan el futuro, y especialmente su afiliación al Partido Comunista Francés. La lucha de clases es el núcleo sobre el que gira toda su obra literaria (escribió una decena de libros) y cinematográfica.

Tras ese cortometraje que es un auténtico viaje iniciático, nuestro artista de hoy logra su madurez, a través del que es considerado en puridad el primer largometraje africano de la historia; se trata de “La noire de” (1966), traducido al inglés “Black girl”, y en español se mantuvo el título original, aunque lógicamente su traducción es “Chica negra”.

En este largometraje (que no lo es tal, pues su duración es de 55 minutos, por tanto, estamos al límite del tiempo que la RAE marca para diferenciar un largometraje de un mediometraje) nos muestra nuevamente la lucha de clases a la que antes aludía. Nos enseña la vida de los suburbios de Dakar, en contraposición con la parte colonial, europeizada donde viven los blancos casi abstraídos de la realidad senegalesa, en una especie de urbanización privada.

La historia cuenta cómo una joven senegalesa encuentra trabajo como criada para una pudiente familia francesa y se marcha a vivir con ellos a la Costa Azul. Todas las ilusiones que se había hecho la muchacha se desmoronan, pues se pasa todo el tiempo realizando labores del hogar, prácticamente sin descanso y con un trato un tanto despectivo por parte de la familia, sobre todo de la señora.

Mientras la chica negra se va obsesionando con su condición y planteándose muchas dudas acerca de su futuro en un país lejano donde no puede salir y no conoce a nadie, recuerda con nostalgia su vida en Senegal y las ilusiones que se hacía por viajar a Europa, de hecho, la película tiene saltos al pasado, a modo de flash-backs.

La situación se va enquistando hasta que la joven toma la decisión de cerrar su vida, cortándose las venas. El final de la película coincide con el viaje del marido de la familia a Dakar donde entrega a la madre de la chavala, la maleta con sus pertenencias, un fajo de francos que no acepta, y una máscara ritual que la chica le había regalado a la familia como signo de afecto al haber sido contratada.

Más que interesante ejercicio cinematográfico de Sembene que con las limitaciones propias de la época consigue narrar una historia con mucha convicción, sin estereotipos, muy real y que, desde luego, es un símbolo de la opresión inacabada de los países ricos sobre los pobres a lo largo de la historia.

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