MUERTE DE UNA MASCOTA, UN AMIGO ESPECIAL

Hoy me voy a apartar de mi línea discursiva para hablar desde mi lado más intimista.

Siempre he considerado que tener una mascota, un animal doméstico en casa, es una gran responsabilidad; sobre todo, si este animal interactúa contigo y requiere unos cuidados y te marca unas obligaciones diarias. Ya se sabe que a un perro se le debería sacar al menos dos veces al día a la calle y, desde luego, no concibo una vida entre gatos sin ofrecerle una caricia y un mimo de vez en cuando; y esto va desde el día en que pisa tu hogar hasta el final de su vida, es decir, cada uno de los 365 días de muchos años. Por eso me exaspera que haya gente que abandone a sus animales por cualquier cuestión nada vital, que se canse de ellos, que los ofrezca a otras personas por razones absurdas; cuando detrás de todo ello hay una definitiva carencia de responsabilidad y madurez, si no estamos hablando de una evidente muestra de inhumanidad de nuestra especie.

Hace unos diez días murió uno de mis gatos, el más viejo, el que habitó mi casa por primera vez, el primer animal doméstico que he tenido en mi vida. Mi Lolo, que así se llamaba, me ha enseñado calladamente a conocer cómo es el trato con una mascota, sus gustos, sus frustraciones, sus necesidades, sus sentimientos, su mundo.

Mi falta de experiencia y el no tener antecedentes sobre la muerte de un animal, me lo han hecho pasar mal estos días, porque no encontraba el amparo racional para esta pérdida. Esta vida tan compleja te ha enseñado a la fuerza a asumir la muerte de familiares, de seres queridos, es más, he conocido la terrible semblanza del fallecimiento prematuro de personas que han estado muy cerca de ti, y al final intentas o tratas de darte una explicación.

Cuando murió Lolo pretendí rebuscar en esa experiencia para tener un pilar donde sustentar el duelo por mi gatito. Pero era y es diferente, y eso me angustiaba. No digo que el dolor por una mascota sea comparable a la pérdida de un ser querido, Dios me libre, pero sí es cierto que tienes una pena rara que al final se convierte en resignación, y ahora estoy en la fase de recuerdo ilusionado.

Y es que cuando te tiras varios años con una mascota, viéndola diariamente, conviviendo con ella, llegas a tenerle un cariño especial, que no es el de un familiar o el de un amigo, es diferente, de ahí el título de esta entrada.

Esa carencia de vivencia previa ante la llegada de la inevitable muerte de este ser vivo, tuvo también su parte de sorpresa y la consiguiente falta de preparación o anticipo de lo inevitable; puesto que Lolo apenas tenía diez años y no había llegado a la media de vida de un gato, pues en condiciones normales debiera haber estado con nosotros dos o tres años más. Se trataba de un gato que en su existencia ya se había dejado alguna de sus siete vidas, ya que en estos años, pese a habitar en el marco protector de un hogar, había pasado por una serie de vicisitudes que lo hacían algo vulnerable.

Al final una infección respiratoria rematada por un proceso viral, y el sufrimiento que percibíamos que tenía nuestro querido felino nos llevó, con los lógicos consejos de nuestro veterinario, a tener que practicarle la eutanasia. Ese era otro elemento que jamás había experimentado y se incrementaba en mayor medida mi angustia; pues tenía que vivir sus últimas horas intentando ofrecerle unas postreras y finales muestras de cariño. Era horrible, tenía una sensación dolorosísima de que ahora lo tenía en mis brazos y en unos minutos una inyección letal acabaría con su existencia.

Lolo dejaba su casa, a sus amigos y hermanos, a sus dueños y cuando murió no encontraba consuelo sólo dolor. Un ser que está en este mundo porque tú quieres, que depende de ti para todo, un ser indefenso que con una fidelidad fuera de todo límite aún me movía su cola cuando lo llamaba por su nombre, estando ya tan enfermito.

Y lo peor de todo, es que en esta vida con tantos interrogantes y a la que uno trata de aferrarse con sus convicciones religiosas, no hay casi ni un día de mi vida en el que no me pregunte por qué estamos en este mundo y cuál es el destino del ser humano tras su muerte. Por eso, unos segundos antes de morir lo abracé llorando y le dije al oído o a lo mejor lo pensé (estaba muy afectado): “Espero volverte a ver alguna vez”.

Comentarios

CPB ha dicho que…
Muy emotiva esta reseña, Pedro, sobre todo para quienes compartimos contigo la pasión por los animales; yo soy más del lado "perruno", siempre he tenido perros en mi casa y, lo cierto, es que detesto ese tipo de comportamiento tan "humano" de quienes un día quieren una mascota, pequeñita, indefensa y amigable, para otro día, ya no tan pequeñita abandonarla a su suerte, dársela a otros o, simplemente, ver únicamente su lado "negativo": hacer sus necesidades, ladrar, maullar mucho, soltar pelo... etc...y olvidarse de todo lo bueno que nos ofrecen: cariño incondicional, dulzura y, sobre todo, compañía en todo momento.
En definitiva, te entiendo sobremanera; yo he perdido ya a varios de mis perros y siempre te queda la misma desazón y tristeza pero, igualmente, siempre permanecerá en nosotros todo lo que nos dieron y el cariño que nosotros pudimos darles también.
Pedro Manuel Martos Jódar ha dicho que…
Perdona Ceci que no te haya respondido antes, la foto que aparece en esta entrada era efectivamente la de mi gato Lolo, y aunque tengo asumida su pérdida, siempre estoy recordando los momentos que estuvo entre nosotros.

A mí lo que me duele especialmente es que son seres indefensos, que dependen de ti, que son tus gregarios, esto es sobrecogedor. Al igual que tú pienso la ruindad de esa gente que es capaz de romper esa trabazón, esa cadena de fidelidad; lo que siempre he dicho aun siendo de dos patas son más animales que los de cuatro.