"LAS TORTUGAS TAMBIÉN VUELAN", DE BAHMAN GHOBADI

Tenía pendiente otro artículo para este fin de semana, pero ocurrió una de esas casualidades simpáticas de la vida, que más que dotarlas de un sentido sobrenatural, me las tomo como una agradable consecuencia de este juego caótico e imprevisto que es nuestra existencia.

Este pasado miércoles venía a mi casa un técnico para cambiarme la antena y poder ver, por fin, la dichosa TDT (por cierto, que si tengo ganas algún día escribiré acerca del engaño y las mentiras de la TDT). Estuvimos toda la tarde quitando la antigua y poniendo una más moderna y con más capacidad, ganancia en jerga antenista; al concluir la jornada y cuando ya limpié los restos que habían quedado de la batalla, me dispuse a ver una película.

Es curioso que tengo más de cien películas pendientes de ver en casa y tuve que elegir precisamente esa, “Las tortugas también vuelan”, del director iraní Bahman Ghobadi. Y es que nada más empezar unos chicos están colocando en una colina un puñado de antenas para intentar ver la tele, ¡vaya casualidad!

Con un comienzo tan procedente para una tarde de trabajos manuales, pude asistir durante noventa minutos a una historia auténticamente sobrecogedora. La película narra la historia de un grupo de niños y adolescentes en un campo de refugiados de Iraq, de mayoría kurda, muy cerca de la frontera turca e iraní. La acción se sitúa en un momento convulso, en vísperas de la invasión estadounidense de 2003, en su cruzada por derrocar la dictadura impuesta por Sadam Hussein, y precisamente sus habitantes están buscando sintonizar un canal que les anuncie la inminente guerra.

Se trata de una película de 2004, en la que un grupo de chicos capitaneados por su líder natural, Satélite, se las arreglan para sobrevivir extrayendo minas anti-persona de los campos aledaños y vendiéndolas o cambiándolas por otros artículos.

Podemos decir que hay seis personajes centrales en la película, todos niños o adolescentes y nos encontramos una auténtica “Parada de los monstruos”: un pequeño con serios problemas de visión, un joven sin brazos que predice el futuro y otro con una pierna inútil. Lo sorprendente es que son niños y jóvenes reales que, además, no tenían experiencia cinematográfica y que se enfrentan a este reto con una naturalidad que sobrecoge.

La vida de los personajes es narrada con una sencillez abrumadora, sin alardes. Una película de niños para adultos, porque los niños en sí, parecen estar curtidos por la vida, acostumbrados a luchar desde que tienen uso de razón y a convivir con escenarios impensables para nuestra sociedad burguesa y acomodaticia.

Ante todo el director nos propone una reflexión acerca de la guerra y las personas que la sufren, y es que por encima de las luchas de poder de los mandamases de cada país, detrás de cada guerra hay millones de personas nobles que no entenderán jamás el porqué, y que lo único que piden es poder vivir con un poco de dignidad.

La película, por otro lado, tiene también una trama humana paralela y es la de Agrin, una niña de apenas doce años, por la que está interesado Satélite, que es hermana del joven sin brazos y madre, sí madre, del niño con problemas de ceguera. Agrin tiene una lucha interna durante toda la acción, por separarse de las ataduras de una vida cruel, insensata y descabellada, en la que muy pronto tuvo que ser niña.

Ghobadi nos muestra una cinta conmovedora, tan crudamente real que no te deja indiferente; son noventa minutos de intensa enseñanza que yo recomendaría a grandes, pero sobre todo a nuestros jóvenes, pues les mostraría un mundo tan cercano y desconocido a la vez que podría remover sus conciencias.

Por último, me gustaría destacar que aparte de esta joya cinematográfica que consigue crear Ghobadi, con gran respaldo de la crítica; en este complejo trabajo de producir una película con niños y jóvenes sin experiencia previa en estas lides, me congratula saber que el director se preocupó tras el rodaje de mejorar las vidas de esos niños, en especial, la de aquellos con problemas físicos.

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