ESPAÑA EN LA ENCRUCIJADA DEL MUNDIAL 2010

No, el fútbol ya no desata en mí la pasión de hace unos años. El culto a una serie de señores multimillonarios, que difícilmente pueden sentir los colores de sus clubes y que no sudan ni trabajan más que otros deportistas anónimos que luchan por metas y no por dinero, es suficiente argumento para haberme apartado decentemente de este deporte que, bajo mi punto de vista, ha perdido en las últimas dos décadas la esencia de antaño.

Podía haber titulado la entrada de esta semana de varias maneras, de hecho, el escribir acerca de fútbol ya es una odisea para mí, en un blog que tenía definido desde su concepción como atípico; pero la actualidad me puede y también ese poso que dejó en mí aquel arrebato y que me llevaría en 1994 a Estados Unidos a seguir la mayor parte del Mundial y asistir en directo en Chicago a los partidos España – Alemania (1 – 1) y España – Bolivia (3 – 1).

Pensé en titular este artículo “España no ganará el Mundial”, y me hubiera quedado tan pancho, sobre todo porque la estadística y la historia, pese a la euforia que pueda existir, están ahí como una realidad palpable, insoslayable, cruel, y esto no es fruto de la casualidad. Nuestra España lleva sesenta años, muchos Mundiales, sin llegar a semifinales, es decir, no ha estado jamás, ni tan siquiera en la antesala del triunfo final, no es nadie en la historia mundialista. No obstante, he preferido dejar un título más abierto, porque no me gustaría ser tan agorero y tener luego que tragarme mis palabras, lo cual desearía con todo mi corazón.

Y es que no puedo ser optimista porque al fin y al cabo, qué ha cambiado para España desde los últimos cinco o seis Mundiales, pues que hemos sido Campeones de Europa hace dos años y que el equipo juega objetivamente bien, pero no que seamos más favoritos ahora que antes; no hay Mundial que recuerde, y ya he vivido varios, en el que nuestros medios de comunicación patrios, señalaran la vitola de favoritos de los seleccionados, las más de las veces sin fundamento.

Ahora mismo percibo algunos síntomas que no me gustan, por un lado, ese exceso de euforia, de favoritismo que yo pienso que no nos beneficia y que cae a plomo sobre los futbolistas y les provoca mayor ansiedad, eso lo alimentan los medios de comunicación; por otro lado, un mal que siempre nos ha afectado y es el de asumir que somos mejores y que todo depende de nuestro juego, de nuestra eficacia y de que ganamos independientemente del rival que tengamos enfrente; y ahí está el problema porque el rival juega, el rival hace goles y tiene el mismo interés, la misma responsabilidad que nosotros y un público detrás con el mismo deseo de triunfo que cualquier aficionado español, y no hay más peligro histórico en el fútbol que ningunear de principio al contrincante. El año pasado, sin ir más lejos, éramos favoritos en la Copa Confederaciones, pero llegó un contendiente sin nombre en el concierto futbolístico internacional, Estados Unidos, y nos bajó de la nube, no contamos con que ellos, pese a sus limitaciones, también saben meter goles y encerrarse atrás. No podemos pensar en jugar la final cuando todavía no hemos jugado el primer partido.

Es difícil razonar acerca del porqué nuestra selección no es nadie en los Mundiales, quizá habría que atender a una serie de factores que tienen que ver más con lo filosófico que con lo deportivo. Sin duda, un torneo eliminatorio como este, a España no se la ha dado bien históricamente, y eso puede tener su explicación en la capacidad competitiva, en la mentalidad, en el exceso de responsabilidad de nuestros futbolistas en los encuentros clave; de ahí que seamos muy buenos en liguillas de clasificación, donde un error es subsanable y donde escasean los partidos definitivos.

Otra razón de nuestra historia de fracasos es que el fútbol es de los deportes con un mayor índice de incertidumbre, es decir, es uno de los deportes que por la escasez de anotación (a diferencia de otros deportes como el baloncesto, balonmano, tenis...), no necesariamente gana el que mejor juega, ni siquiera el que más oportunidades tiene. Si el fútbol fuera un combate de boxeo y se valoraran las acciones positivas, las oportunidades de gol, el tiempo de posesión, es posible que España hubiera llegado a semifinales, incluso hubiera ganado alguna Copa del Mundo.

Y, por último, y en descargo de algunas generaciones magníficas de futbolistas españoles, luego debe existir una importante dosis de suerte. La suerte o la desgracia en este caso, nos ha echado de varios Mundiales: La lotería de los penaltis que nos largó del Mundial de Japón – Corea del Sur 2002, y del de México 1986; los fallos arbitrales que nos hubieran permitido cambiar el destino, así el codazo de Tasotti a Luis Enrique en 1994, penalti a todas luces (el Mundial que yo viví en directo y estoy seguro de que teníamos la mejor selección de nuestra historia), o las pifias de Al Gandhour en el partido contra Corea del Sur en 2002, que nos arrebató dos goles legales; fallos garrafales de los jugadores, como la cantada de Zubi en Francia 98 (rememorando la de Arconada en la final de la Eurocopa también en Francia en 1984), y goles errados estrepitosamente con la puerta casi vacía como Salinas en 1994 ante Italia, o el celebérrimo “gol” de Cardeñosa ante Brasil en Argentina 78.

Yo me planteo este Mundial con moderada lejanía, creo que la regla de oro es asumir que la posibilidad de fracaso existe para no llevarse una desilusión, una más. Así, intentaré no ver a España en la fase previa, salvo que alguien se empeñe en invitarme a ver algún partido, y luego depende de cómo discurra todo a lo mejor me apunto, a la parte final.

Y es que otra de las claves para encarar un Mundial es ir de menos a más, prefiero que se juegue mal y se gane (“el fin justifica los medios” que argumentaba Maquiavelo), que empezar arrasando para ir desinflándose, por eso el otro día casi me molestó que España ganara a Polonia 6 – 0, porque eso contribuía a alimentar una ilusión con pies de paja y si luego fallamos, la caída será brutal. Prefiero, en este sentido, la filosofía de otras selecciones, que no han estado brillantes en los últimos meses, ni siquiera en su clasificación previa, pero luego siempre están indubitadamente ahí, es decir, saben a lo que juegan, saben competir, matan en el momento preciso aunque no jueguen bien, aunque sean ultradefensivas, y son estas las auténticas favoritas: Italia, Alemania, Francia, Brasil y Argentina. Manifiesto con duda otras dos posibles aspirantes, Holanda e Inglaterra, por aquello de que Sudáfrica, es una especie de segunda patria por la colonización llevada a cabo hace más de dos siglos, aunque bien es cierto que los blancos sudafricanos se han decantado por el rugby y la fiesta del fútbol se la han arrogado los negros.

Hay un par de detalles que sí me gustan, uno es el entrenador, sobrio, moderado y tranquilo como pocos; a Vicente del Bosque no paro de observarlo en sus declaraciones y tiene bien asumido que el exceso de favoritismo y euforia es un malísimo compañero de viaje, y reitera que el partido más importante no es el último, sino el primero y el siguiente, es decir, hay que ir dando pequeños pasos pero firmes. Otro detalle, pues que no tenemos un líder en la selección, una gran figura por encima de las demás, uno que tire del carro, ya acabó la era Raúl y la de otras estrellas que acaparaban el protagonismo; eso provoca que el compromiso y las tareas de cada jugador, se distribuyan equitativamente.

Por último, hay un componente emotivo que hace a este Mundial especial, precisamente el fútbol, el deporte de masas por excelencia, hace un regalo a un país que, siendo mayoritariamente de raza negra, mantuvo relegada y segregada a esta población hasta hace apenas veinte años, con el apartheid. Es el mayor evento deportivo de la historia celebrado en el continente africano y donde los sudafricanos en general, pero los de raza negra en particular lo van a vivir con inusitada alegría. Todo un triunfo para esa nación y una llamada a la esperanza para la siempre olvidada y depauperada África.

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