"LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS", DE ANTONIO ROMÁN

Ya lo comenté hace algunas semanas cuando hablaba de las historias de Roberto Alcázar y Pedrín, que somos un país que, en muchas ocasiones, se avergüenza de su propia historia. Ni la historia de las victorias, esas de hace algunos siglos cuando España tenía un imperio en el que no se ponía el sol y que siempre recuerda en algunas de sus obras y en sus artículos el escritor Arturo Pérez Reverte; pero tampoco la historia de las derrotas, esas que nos hicieron hincar la rodilla en tierra y doblegarnos ante nuestros enemigos.

La película que traigo a colación nos habla de una historia épica en medio de la derrota. Los últimos de Filipinas fueron un grupo de soldados que se mantuvieron atrincherados en la Ermita de San Luis de Tolosa en Baler, un punto de la costa oriental de este país asiático, en la época en que era una colonia hispana, soportando el asedio de las tropas locales, aguantando estoicamente sus ideales y la fidelidad a su patria, hasta el límite de la muerte de algunos miembros de ese destacamento; aun cuando les habían mandado varias comunicaciones acerca de que España, sus políticos, ya habían claudicado ante Estados Unidos. Por el Tratado de París de diciembre de 1898, nuestro país “cedía” oficialmente Filipinas, Guam y Puerto Rico, a cambio de veinte millones de dólares a los norteamericanos.

La historia en sí que relata la película ha quedado prácticamente olvidada en nuestros días. En el momento de su estreno, en 1945, en un contexto de posguerra y de necesidad de aferrarse a valores patrios, la propaganda franquista de la época propugnó la producción de películas en las que se ensalzaba el carácter recio del español. Sin ser una gran película (participan entre los actores más recordados, Fernando Rey, Tony Leblanc y Manolo Morán), sin grandes alardes, con algún que otro detalle cómico, con mucho de fervor patriótico, ni que decir tiene que “Los últimos de Filipinas” fue todo un éxito en los cines de hace más de medio siglo.

Me interesan menos estas disquisiciones y sí el trasfondo épico que tiene la historia en sí. Este destacamento de sesenta unidades estuvo fortificado durante casi un año, del 30 de junio de 1898 al 2 de junio de 1899, con un armamento limitado, con escasos víveres, sufriendo enfermedades y alguna que otra deserción. Lo que le da el carácter extraordinario a esta historia es que tanto las tropas y el gobierno provisional filipino, como autoridades estadounidenses, intentaron a través de misivas hacerles entender que tenían que deponer las armas pues desde diciembre de 1898, Filipinas había dejado de ser una colonia española. Siendo instigados por grupos locales, siguieron resistiendo por lealtad a sus principios y comunicaron que no abandonarían su posición a menos que se lo ordenase su referente, el Gobernador de Filipinas, el General Diego de los Ríos.

De los Ríos fue lógicamente el último Gobernador español de ese país, el cual ya se encontraba en España desde principios de 1899. Él mismo se encargó de mandar a un emisario, el Teniente Coronel Cristóbal Aguilar y Castañeda para llevar de vuelta a Manila y posteriormente a España al destacamento. Tampoco creyeron a este mando que dejó, eso sí, unos cuantos diarios de la época para que verificaran que la información que les había dado era cierta y que debían ya, deponer su actitud. Leyeron los periódicos y se convencieron de que todo estaba manipulado por los filipinos (ahora con los medios que tenemos hubiera sido enormemente fácil). A los pocos días releyendo esos diarios el que era el mando superior en este sitio, el Teniente Martín Cerezo (el Capitán del destacamento había fallecido unos meses antes por enfermedad) descubre una pequeña leyenda en la que se informa del traslado a Málaga de un Teniente amigo suyo, que le había señalado que después de la guerra pediría ese traslado; persuadido ya sí, de que esa noticia no podía haber sido alterada a conciencia, fue entonces cuando firma definitivamente su capitulación.

Bueno, pues una bella historia de carácter, de raza, de tenacidad, del valor de lo español, que no hay que avergonzarse de esto. Permítaseme decir que esto también es memoria histórica, no sólo la que viene referida a la Guerra Civil y a un solo bando, que está bien que se recuerde este momento duro de la historia de nuestro país, pero otros como el de los últimos de Filipinas también. Y con ello tantos y tantos episodios que quedarán en el olvido más absoluto.

Cuando llegó el año 1998 el recuerdo de nuestros medios de comunicación y de nuestros políticos hacia este acontecimiento o hacia el mismo en sí de la derrota en Cuba y las cesiones de Filipinas y Puerto Rico, pasó casi de soslayo. Qué bonito hubiera sido celebrar este centenario, retomando el guión de esta película y haber hecho una superproducción para rememorar una de los pasajes más apasionantes de nuestra historia, porque sinceramente creo que había y hay mimbres para construir un relato cinematográfico excepcional, que bien pudiera haberse titulado “Los héroes de Baler”.

Por cierto que de los sesenta españoles que resistieron en la Ermita de San Luis de Tolosa durante casi un año, quince murieron de disentería o beriberi, dos murieron en los combates con tropas locales, seis desertaron y dos fueron fusilados por intentar desertar. Por tanto, al final volvieron a España, treinta y cinco héroes, de casi todas las regiones, uno de ellos era nuestro comprovinciano, el soldado Felipe Castillo Castillo, natural de Castillo de Locubín, donde tiene una calle con su nombre, y espero y deseo que siempre haya sido ensalzado, honrado y agasajado por sus convecinos por lo que fue, un héroe de nuestro país.

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