"CALABUCH", CINE ESPAÑOL OLVIDADO Y DEL BUENO

Lo siento, es superior a mis fuerzas, no he visto una película completa de “Cine de barrio” en TVE desde hace tropecientos años. No puedo soportar que la selección de películas sea tan pobre, vulgar y repetitiva. Cintas que no son lo mejor del cine histórico español y que no sé por qué oscuro motivo intentan adocenar al público para que piense y cavile lo menos posible.

Son absolutamente insoportables las mediocres películas de Paco Martínez Soria (por cierto escribí esto el viernes sin saber que este sábado han vuelto a echar una en La 1), que cuando yo era chico me parecían simpáticas y que con el tiempo, a base de repetirse hasta la saciedad infinita ya las defino como insufribles bodrios. Y que conste que nada tengo en contra de las personas que las ven y que son capaces de disfrutarlas como si fuera la primera vez. Entre ellos mi padre al que nada más ver en pantalla a ese actor aragonés con su pinta de españolito con aire algo cateto, siempre se le escapa una sonrisa y ya le he dicho en alguna ocasión, “papá, seguro que te sabes los diálogos de memoria”.

Bueno quien dice películas de Paco Martínez Soria, dice también de Manolo Escobar, Mari Santpere, Marisol..., toda una serie de películas que TVE repite y repite compulsivamente y que dan una imagen distorsionada del cine español que es más y mejor que todo eso.

Recuerdo haber visto de niño en una de esas inefables tardes aderezadas con “Primera Sesión” o “Sesión de Tarde”, una película española antigua, de 1956, de la que recuerdo que me encantó su guión y su puesta en escena, y también me acordaba de su título “Calabuch”, especialmente una imagen en la que se veía un castillo de fuegos artificiales que dejaba ver en lo alto del cielo el nombre del pueblo de forma espectacular.

El nombre de esta película me estuvo acompañando durante décadas, permaneciendo en el olvido de las diferentes cadenas de televisión, y yo no podía explicar como un filme que a mí me había parecido tan bueno (desde luego mejor que cualquiera de Martínez Soria), no tenía ninguna presencia en la pequeña pantalla. Sólo la irrupción de Internet me permitió volver a ver esta maravillosa película, no perdiendo ni un ápice aquella sensación que me dejó y renovando con mayor fuerza si cabe el cariño hacia esta veterana producción poco recordada.

Y no será porque su director no tiene fama, el maestro García Berlanga, que nos dejara hace apenas unos meses; quizá porque el guión era novedoso, original, fuera de lo común, de los que hacen reflexionar, lo cierto es que Calabuch es una de las grandes olvidadas del cine español.

El preámbulo no puede ser más atractivo, un célebre científico, el profesor George Hamilton (encarnado por el actor inglés Edmund Gwenn), dedicado a construir cohetes espaciales desaparece misteriosamente desde una base del Mediterráneo. En un pueblecito costero español aparece un personaje, mezcla de pedigüeño y de abuelo entrañable, que dice llamarse Tío Jorge, que rápidamente se amolda a la idiosincrasia de sus gentes y termina siendo uno más, participando de una vida tranquila, sosegada y donde los problemas del día a día distan mucho de los que él tenía que afrontar en su vida anterior.

No es una película que hubiera tenido problemas de censura, no, Berlanga no mete el dedo en la llaga y se dedica a sacar partido a una historia original y simpática. Lo que yo resaltaría tras haber hecho más de un visionado reciente es que una cinta costumbrista pero en su justa medida, nada exagerado ni recalcintrante como las de Paco Martínez Soria que son una antología de una España cateta y palurda que es claramente irreal aunque existieran y sigan existiendo catetos y garrulos por nuestras calles.

En esa sencillez de la vida diaria y el acontecer de un pueblo costero, Calabuch (en realidad fue rodada en la castellonense Peñíscola), Jorge encuentra la felicidad, “hacer lo que cada uno quiere en cada momento”, de alguna manera es como lo define. Su vínculo con el pueblo cada vez se hace más estrecho, se convierte en uno más. No obstante, su sabiduría empezará a relucir y esa será su perdición, ayudando al pirotécnico del pueblo a ganar el concurso de fuegos artificiales en la feria local con un despliegue sin precedentes (con ese espectacular Calabuch en el aire al que aludía antes). Toman una foto de él junto con sus ayudantes y la imagen llega a los periódicos al día siguiente, con el misterio prácticamente desvelado, el Tío Jorge es, en realidad, el magno científico George Hamilton.

El pueblo se conmociona por la noticia, primero tratan de no aceptarlo, después que Jorge no se entere y, finalmente, en un apoteósico final berlanguiano (casi surrealista), Calabuch con todas las autoridades de acuerdo, el cura, el alcalde y el jefe de la Guardia Civil, se alza en guerra con unas pocas escopetas, pistolas y, sobre todo, con las lanzas y cascos de romanos que se utilizan en las procesiones.

Finalmente Jorge acepta su destino y el pueblo también, pero ambos tendrán un recuerdo mutuo imborrable, mientras en las arenas de la playa quedan a merced del suave oleaje cascos y lanzas, en un claro mensaje antibelicista.

Una simpatiquísima y muy bien elaborada película, con escenas y personajes irrepetibles, como el Langosta, un contrabandista de poca monta que vive en la cárcel y que sale cada día de ella cuando quiere como si fuera una pensión; o José Luis Ozores haciendo de torero de ferias, con su propia vaca a la que habla y mima cariñosamente.

En fin, una película imprescindible y que recomiendo a todo aquel que no la haya visto y que dignifica a nuestro cine español, por más que TVE y otras cadenas intenten desprestigiar.

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