Prácticamente estamos en la antesala de los Campeonatos del Mundo de atletismo que se celebran este año en la ciudad surcoreana de Daegu, del 27 de agosto al 4 de septiembre, y me ha parecido relevante sacar una entradilla acerca de este deporte que es el más practicado del mundo, la gran vedette en los Juegos Olímpicos, y dicho sea de paso creo sinceramente que es el que más me gusta de todos.
Una vez escuché que unos Campeonatos del Mundo de atletismo son el tercer acontecimiento deportivo por popularidad, después de los Juegos Olímpicos y del Mundial de fútbol. Sólo me quedan por ver in situ unos Juegos Olímpicos, ojalá que al final Madrid pueda conseguirlo aunque tenga que probar varias veces. Así que puedo decir que soy un afortunado, pues he podido asistir a un Mundial de fútbol, el de 1994, y en 1999 me saqué el abono para los Mundiales de atletismo en Sevilla, inolvidables, donde recuerdo la vuelta más rápida al estadio jamás vista en la historia, protagonizada por el gran Michael Johnson con 43'18; o la entrada triunfal en el Estadio Olímpico de Sevilla de Abel Antón que se proclamaba Campeón del Mundo en la siempre mítica y agónica prueba del Maratón.
Dicho esto, resulta curioso presenciar como en el atletismo existe una evolución muy lenta en cuanto a récords, en contraposición a otro deporte estrella como es la natación donde en cada torneo importante suele haber una lluvia de plusmarcas. Me temo que los avances tecnológicos en la natación por pequeños que sean y en un recinto con unas condiciones siempre invariables, posibilita avances sustanciales. En el atletismo con esos avances la progresión es mucho menor, y es que influyen otros factores, tales como el lugar donde se practica este deporte que está siempre mucho más supeditado a condiciones climatológicas, estado y características de la pista, la interacción en muchas pruebas con tus oponentes que facilitan o perjudican los consecuentes logros...
Aparte de eso, las variaciones técnicas en el atletismo son mínimas y las aportaciones que se hayan hecho por ordenador pueden transferir alguna ventaja, pero no como para progresar exponencialmente; más que eso ha contribuido la profesionalización de atletas y entrenadores, los hábitos alimenticios o las planificaciones en los entrenamientos. Pero, de algún modo, un atleta corre igual ahora que hace cien años.
Por otro lado, también hemos de reflexionar acerca de la legitimidad de algunas marcas mundiales vigentes en este deporte, pues se lograron entre la década de los 80 y comienzos de los 90, que permanecen sin batirse, casi inalcanzables, ya que fue una época donde se hablaba mucho del uso indiscriminado de sustancias dopantes, especialmente por atletas del Este de Europa y China. Incluso el récord del mundo masculino actual tiene su polémica, realizado por el cubano Javier Sotomayor en 1993 en Salamanca, con 2'45 m., y que a los pocos años fue suspendido por dopaje en dos ocasiones (una de ellas por nandrolona, un anabolizante que se usa para vigorizar los músculos), a ese récord no ha llegado nadie ni de cerca, y ostenta diecisiete de los veinticinco mejores saltos de todos los tiempos. Siempre ha ido la trampa por delante de la legalidad, antes era más acusado y había muchas trabas para pillar a los atletas fulleros. Ahora está todo más controlado, pero el engaño suele ir un puntito por delante de lo legal, y es que sigue habiendo un mercado negro en este mundillo y técnicas para evitar que te destapen; es curioso que lo último que yo conozco o que más se comenta es las autotransfusiones, al límite de la legalidad, y que para lograr su detección se acude a la presencia en sangre de mínimas cantidades de sustancias plásticas, en teoría la de los envases donde ha permanecido tu propia sangre enriquecida externamente.
Bien, al hilo de los avances sustanciales en determinadas pruebas atléticas, lo cierto es que los cambios de estilo introducidos en ellas son invisibles o inapreciables en la mayoría de los casos, es decir, se corre, se lanza o se salta igual ahora, que cuando yo era chico. Quizá el cambio reciente más relevante fue el establecido hace veinticinco años cuando algún lanzamiento de jabalina comenzó a superar los cien metros (el récord mundial lo alcanzó el alemán oriental Uwe Hohn con 104'80 m.) y amenazaba con franquear el césped del estadio e irse a la pista o peor todavía a una grada repleta de aficionados. La IAAF (la Federación Internacional de Atletismo) decidió entonces cambiar el centro de gravedad de la jabalina con el objetivo de dificultar el lanzamiento y rebajar drásticamente las marcas. El nuevo récord lo ostenta el checo Jan Zelezny con unos nada despreciables 98'48 m. logrados en 1996, aunque por el momento no hay peligro de accidente por impacto pues desde su retirada, llevamos casi una década sin que nadie haya superado los 92 metros.
No obstante, el cambio más drástico y reciente en una prueba atlética fue el sufrido por el salto de altura, probablemente la más cambiante y con una historia más rica de todas las que se dan cita en esta deporte tan singular como heterogéneo. Hace apenas cuatro años entrenaba atletismo en un Instituto de Enseñanza Secundaria a un grupo de chavales, y los días que llovía subíamos al gimnasio y practicábamos allí. Muy bulliciosos, eso sí, pero no malos; entre reprimendas y regaños que siempre estaban a la orden del día, alguna vez se lo tomaban en serio; por suerte las instalaciones contaban con un listón de salto de altura y unas socorridas colchonetas para caer sin miedo (miedo era precisamente lo que no tenían mis alumnos). Cuando se ponían a saltar, yo también me unía, observé que todos tendíamos a intentar rebasar el listón no de espaldas o estilo Fosbury, del que hablaré más tarde, sino con otras técnicas más naturales, las que imagino que abordarían los primeros atletas de esta prueba hace algo más de un siglo. Así, tenía alumnos que intentaban superar el listón corriendo frontalmente y atacando como si fuera una valla, otros que se tiraban en plancha con cabeza y brazos por delante como si se lanzaran a una piscina, y otros que saltaban lateralmente haciendo una tijera con los pies.
El salto de altura en sus inicios se hacía sin carrera, es decir, desde una posición parada delante del listón se saltaba, pero apenas hace un siglo se observó que tomando una ligera carrera se podía saltar más y abordar el listón de diferentes formas. En aquella época de los primeros Juegos Olímpicos coexistían dos estilos de salto: 1. La tijera, ni más ni menos que tomar carrera y saltar de lado pasando una pierna y luego la otra, en una rápida tijera, de ahí el nombre. 2. El rodillo costal o western roll, también conocido como rodillo californiano, cuyo máximo representante fue el estadounidense George Horine, que era un perfeccionamiento del estilo tijera; se abordaba el listón de la misma forma, lateralmente, pero cuando estaba arriba el primer pie, el otro, el de impulso, se pasaba por encima de este y todo el cuerpo giraba, gráficamente se rodaba de espaldas, y es como si en lo más alto del listón se golpeara un balón imaginario en el aire (la media tijereta en el fútbol).
Allá por 1936 comienza a verse por primera vez en Estados Unidos una nueva técnica, el rodillo ventral, consistente en atacar el listón de forma lateral, impulsarse con una pierna, elevar brazo y pierna contrarios al máximo y franquear el listón boca abajo, a la par que se realiza una acción envolvente y rotatoria, en la que el vientre (de ahí su nombre), se presupone que es la parte que queda más cercana a la barra. No obstante, serían los soviéticos los grandes especialistas con esta técnica, llegando a cotas y marcas jamás alcanzadas. El gran especialista fue Valeri Brumel, apoyado por los estudios biomecánicos de su entrenador, que llegó a poner el récord del mundo en 2'28 en 1963, con esa marca podía ser hoy día perfectamente finalista en un Mundial o en unos Juegos Olímpicos; por desgracia un accidente de moto en 1965 frenó su progresión.
La gran revolución se produjo en 1968 cuando en los Juegos Olímpicos de México, eternamente añorados por el antológico récord de salto de longitud de Bob Beamon (8'90 m. destrozando el anterior récord en más de medio metro), surgió la figura del estadounidense Dick Fosbury que sorprendió a todos con el estilo que todos conocemos hoy, es decir, saltando de espaldas y con el brazo más próximo al listón extendido, para lo cual se corre en dirección transversal siguiendo una trayectoria curva. Fosbury ganaría la medalla de oro, y poco a poco los saltadores fueron haciéndose con esta nueva técnica.
Aparentemente las características biomecánicas del Fosbury Flop o simplemente “flop”, presagiaban el poder superar las marcas del rodillo ventral, y más o menos así ocurrió, pero también el éxito de este moderno salto estribaba en la mayor facilidad para enseñarlo, en contraposición con la más compleja técnica del rodillo ventral, en la que se necesitaba una mayor concentración y una depurada especialización, pues se activaban más partes del cuerpo que en el “flop”.
Los especialistas en la materia señalan que fue más por pereza que otra cosa, por lo que el rodillo ventral dejó de utilizarse y no porque la evolución del mismo se hubiera frenado. Si antes he comentado acerca de Brumel, fue otro soviético, Volodimir Yashchenko el que elevó el listón con la técnica del rodillo ventral hasta sus más altas cotas, en 1977 con sólo 18 años alcanzaría los 2'34 m. al aire libre, y un año más tarde los 2'35 m. en pista cubierta, marcas con las que hoy a buen seguro podría optar a una medalla de oro en Juegos Olímpicos o Campeonatos del Mundo. Lamentablemente sufriría una gravísima lesión de rodilla que lo apartaría definitivamente de los tartanes, ¡con tan sólo 20 años!, y con él, la posibilidad de saber si podría haber elevado el listón aún más, seguro que sí dado lo joven que era, para rivalizar contra todos los atletas del estilo “flop”, para prestigiar esta bellísima técnica y poner en duda las bondades del estilo que Fosbury instauraría en 1968. Yashchenko moriría prematuramente con tan solo cuarenta años, de cirrosis, sin comentarios.
Por cierto, que se le atribuye a Fosbury la paternidad de la nueva técnica “flop”, y desde luego él fue el que la llevó al estrellato, aunque al parecer la idea se le atribuye a la atleta canadiense Debbie Brill. No obstante, se puede encontrar en Internet reseñas de un tal Dickie Browning, un gimnasta acrobático estadounidense que a mediados de los 50 del pasado siglo consiguió superar el listón de espaldas por encima de los dos metros, acercándose al mismo tras varias volteretas que le otorgaban el impulso definitivo.
Lo cierto y verdad es que la última gran competición en la que se vio por última vez el rodillo ventral fue en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, donde el saltador chino Yunpeng fue finalista en esta prueba pero sin opción a medallas. Creo que la última vez que vi a alguien saltando con este estilo fue algún decatleta, pero seguramente que hace más de veinte años.
Pienso honestamente que la coexistencia de dos estilos en el salto de altura permitiría una mayor emoción y atractivo a una prueba que de por sí es algo aburrida y estática. Los mismos saltadores suelen ser poco extrovertidos antes del salto, no suelen exigir la intervención del público, como por ejemplo los saltadores de longitud que son todo un espectáculo.
En Internet hay multitud de vídeos de saltos de longitud, muy curiosos, atletas que hacen saltos sin carrera y pegan brincos espectaculares, y llamo la atención sobre el veterano saltador sueco Stefan Holm, un peculiar atleta, lleno de tics, que se retiró hace un par de años de la gran competición, y que era todo lo contrario al biotipo de un saltador, el más bajito siempre de todos sus competidores, con tan sólo 1'81 m., cuando muchos practicantes de esta disciplina son unos tallos que superan los dos metros. En dichos vídeos se le puede ver entrenando carreras de vallas a 1'60 m. de altura, o haciendo un salto de tijera gracias a sus mullidas y elásticas piernas (emulando a los atletas de hace un siglo) sobre 2'10 m., lo que entiendo que sería el récord del mundo oficioso con esta técnica. Además a Holm se le atribuye el grandísimo honor de ser el saltador que ha logrado saltar más centímetros por encima de su propio cuerpo, con 59 cm., llegó a superar los 2'40 m. en pista cubierta, y curiosamente en Madrid.
En fin, el rodillo ventral expiró, pero aún nos quedan imágenes de la belleza y estética de este salto; por eso, para quien esté interesado no hay más que acudir a www.youtube.com para poner el nombre de esta técnica o el nombre de alguna de las figuras que he nombrado y deleitarse con un reducto del pasado que ¿resucitará alguna vez?
Una vez escuché que unos Campeonatos del Mundo de atletismo son el tercer acontecimiento deportivo por popularidad, después de los Juegos Olímpicos y del Mundial de fútbol. Sólo me quedan por ver in situ unos Juegos Olímpicos, ojalá que al final Madrid pueda conseguirlo aunque tenga que probar varias veces. Así que puedo decir que soy un afortunado, pues he podido asistir a un Mundial de fútbol, el de 1994, y en 1999 me saqué el abono para los Mundiales de atletismo en Sevilla, inolvidables, donde recuerdo la vuelta más rápida al estadio jamás vista en la historia, protagonizada por el gran Michael Johnson con 43'18; o la entrada triunfal en el Estadio Olímpico de Sevilla de Abel Antón que se proclamaba Campeón del Mundo en la siempre mítica y agónica prueba del Maratón.
Dicho esto, resulta curioso presenciar como en el atletismo existe una evolución muy lenta en cuanto a récords, en contraposición a otro deporte estrella como es la natación donde en cada torneo importante suele haber una lluvia de plusmarcas. Me temo que los avances tecnológicos en la natación por pequeños que sean y en un recinto con unas condiciones siempre invariables, posibilita avances sustanciales. En el atletismo con esos avances la progresión es mucho menor, y es que influyen otros factores, tales como el lugar donde se practica este deporte que está siempre mucho más supeditado a condiciones climatológicas, estado y características de la pista, la interacción en muchas pruebas con tus oponentes que facilitan o perjudican los consecuentes logros...
Aparte de eso, las variaciones técnicas en el atletismo son mínimas y las aportaciones que se hayan hecho por ordenador pueden transferir alguna ventaja, pero no como para progresar exponencialmente; más que eso ha contribuido la profesionalización de atletas y entrenadores, los hábitos alimenticios o las planificaciones en los entrenamientos. Pero, de algún modo, un atleta corre igual ahora que hace cien años.
Por otro lado, también hemos de reflexionar acerca de la legitimidad de algunas marcas mundiales vigentes en este deporte, pues se lograron entre la década de los 80 y comienzos de los 90, que permanecen sin batirse, casi inalcanzables, ya que fue una época donde se hablaba mucho del uso indiscriminado de sustancias dopantes, especialmente por atletas del Este de Europa y China. Incluso el récord del mundo masculino actual tiene su polémica, realizado por el cubano Javier Sotomayor en 1993 en Salamanca, con 2'45 m., y que a los pocos años fue suspendido por dopaje en dos ocasiones (una de ellas por nandrolona, un anabolizante que se usa para vigorizar los músculos), a ese récord no ha llegado nadie ni de cerca, y ostenta diecisiete de los veinticinco mejores saltos de todos los tiempos. Siempre ha ido la trampa por delante de la legalidad, antes era más acusado y había muchas trabas para pillar a los atletas fulleros. Ahora está todo más controlado, pero el engaño suele ir un puntito por delante de lo legal, y es que sigue habiendo un mercado negro en este mundillo y técnicas para evitar que te destapen; es curioso que lo último que yo conozco o que más se comenta es las autotransfusiones, al límite de la legalidad, y que para lograr su detección se acude a la presencia en sangre de mínimas cantidades de sustancias plásticas, en teoría la de los envases donde ha permanecido tu propia sangre enriquecida externamente.
Bien, al hilo de los avances sustanciales en determinadas pruebas atléticas, lo cierto es que los cambios de estilo introducidos en ellas son invisibles o inapreciables en la mayoría de los casos, es decir, se corre, se lanza o se salta igual ahora, que cuando yo era chico. Quizá el cambio reciente más relevante fue el establecido hace veinticinco años cuando algún lanzamiento de jabalina comenzó a superar los cien metros (el récord mundial lo alcanzó el alemán oriental Uwe Hohn con 104'80 m.) y amenazaba con franquear el césped del estadio e irse a la pista o peor todavía a una grada repleta de aficionados. La IAAF (la Federación Internacional de Atletismo) decidió entonces cambiar el centro de gravedad de la jabalina con el objetivo de dificultar el lanzamiento y rebajar drásticamente las marcas. El nuevo récord lo ostenta el checo Jan Zelezny con unos nada despreciables 98'48 m. logrados en 1996, aunque por el momento no hay peligro de accidente por impacto pues desde su retirada, llevamos casi una década sin que nadie haya superado los 92 metros.
No obstante, el cambio más drástico y reciente en una prueba atlética fue el sufrido por el salto de altura, probablemente la más cambiante y con una historia más rica de todas las que se dan cita en esta deporte tan singular como heterogéneo. Hace apenas cuatro años entrenaba atletismo en un Instituto de Enseñanza Secundaria a un grupo de chavales, y los días que llovía subíamos al gimnasio y practicábamos allí. Muy bulliciosos, eso sí, pero no malos; entre reprimendas y regaños que siempre estaban a la orden del día, alguna vez se lo tomaban en serio; por suerte las instalaciones contaban con un listón de salto de altura y unas socorridas colchonetas para caer sin miedo (miedo era precisamente lo que no tenían mis alumnos). Cuando se ponían a saltar, yo también me unía, observé que todos tendíamos a intentar rebasar el listón no de espaldas o estilo Fosbury, del que hablaré más tarde, sino con otras técnicas más naturales, las que imagino que abordarían los primeros atletas de esta prueba hace algo más de un siglo. Así, tenía alumnos que intentaban superar el listón corriendo frontalmente y atacando como si fuera una valla, otros que se tiraban en plancha con cabeza y brazos por delante como si se lanzaran a una piscina, y otros que saltaban lateralmente haciendo una tijera con los pies.
El salto de altura en sus inicios se hacía sin carrera, es decir, desde una posición parada delante del listón se saltaba, pero apenas hace un siglo se observó que tomando una ligera carrera se podía saltar más y abordar el listón de diferentes formas. En aquella época de los primeros Juegos Olímpicos coexistían dos estilos de salto: 1. La tijera, ni más ni menos que tomar carrera y saltar de lado pasando una pierna y luego la otra, en una rápida tijera, de ahí el nombre. 2. El rodillo costal o western roll, también conocido como rodillo californiano, cuyo máximo representante fue el estadounidense George Horine, que era un perfeccionamiento del estilo tijera; se abordaba el listón de la misma forma, lateralmente, pero cuando estaba arriba el primer pie, el otro, el de impulso, se pasaba por encima de este y todo el cuerpo giraba, gráficamente se rodaba de espaldas, y es como si en lo más alto del listón se golpeara un balón imaginario en el aire (la media tijereta en el fútbol).
Allá por 1936 comienza a verse por primera vez en Estados Unidos una nueva técnica, el rodillo ventral, consistente en atacar el listón de forma lateral, impulsarse con una pierna, elevar brazo y pierna contrarios al máximo y franquear el listón boca abajo, a la par que se realiza una acción envolvente y rotatoria, en la que el vientre (de ahí su nombre), se presupone que es la parte que queda más cercana a la barra. No obstante, serían los soviéticos los grandes especialistas con esta técnica, llegando a cotas y marcas jamás alcanzadas. El gran especialista fue Valeri Brumel, apoyado por los estudios biomecánicos de su entrenador, que llegó a poner el récord del mundo en 2'28 en 1963, con esa marca podía ser hoy día perfectamente finalista en un Mundial o en unos Juegos Olímpicos; por desgracia un accidente de moto en 1965 frenó su progresión.
La gran revolución se produjo en 1968 cuando en los Juegos Olímpicos de México, eternamente añorados por el antológico récord de salto de longitud de Bob Beamon (8'90 m. destrozando el anterior récord en más de medio metro), surgió la figura del estadounidense Dick Fosbury que sorprendió a todos con el estilo que todos conocemos hoy, es decir, saltando de espaldas y con el brazo más próximo al listón extendido, para lo cual se corre en dirección transversal siguiendo una trayectoria curva. Fosbury ganaría la medalla de oro, y poco a poco los saltadores fueron haciéndose con esta nueva técnica.
Aparentemente las características biomecánicas del Fosbury Flop o simplemente “flop”, presagiaban el poder superar las marcas del rodillo ventral, y más o menos así ocurrió, pero también el éxito de este moderno salto estribaba en la mayor facilidad para enseñarlo, en contraposición con la más compleja técnica del rodillo ventral, en la que se necesitaba una mayor concentración y una depurada especialización, pues se activaban más partes del cuerpo que en el “flop”.
Los especialistas en la materia señalan que fue más por pereza que otra cosa, por lo que el rodillo ventral dejó de utilizarse y no porque la evolución del mismo se hubiera frenado. Si antes he comentado acerca de Brumel, fue otro soviético, Volodimir Yashchenko el que elevó el listón con la técnica del rodillo ventral hasta sus más altas cotas, en 1977 con sólo 18 años alcanzaría los 2'34 m. al aire libre, y un año más tarde los 2'35 m. en pista cubierta, marcas con las que hoy a buen seguro podría optar a una medalla de oro en Juegos Olímpicos o Campeonatos del Mundo. Lamentablemente sufriría una gravísima lesión de rodilla que lo apartaría definitivamente de los tartanes, ¡con tan sólo 20 años!, y con él, la posibilidad de saber si podría haber elevado el listón aún más, seguro que sí dado lo joven que era, para rivalizar contra todos los atletas del estilo “flop”, para prestigiar esta bellísima técnica y poner en duda las bondades del estilo que Fosbury instauraría en 1968. Yashchenko moriría prematuramente con tan solo cuarenta años, de cirrosis, sin comentarios.
Por cierto, que se le atribuye a Fosbury la paternidad de la nueva técnica “flop”, y desde luego él fue el que la llevó al estrellato, aunque al parecer la idea se le atribuye a la atleta canadiense Debbie Brill. No obstante, se puede encontrar en Internet reseñas de un tal Dickie Browning, un gimnasta acrobático estadounidense que a mediados de los 50 del pasado siglo consiguió superar el listón de espaldas por encima de los dos metros, acercándose al mismo tras varias volteretas que le otorgaban el impulso definitivo.
Lo cierto y verdad es que la última gran competición en la que se vio por última vez el rodillo ventral fue en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, donde el saltador chino Yunpeng fue finalista en esta prueba pero sin opción a medallas. Creo que la última vez que vi a alguien saltando con este estilo fue algún decatleta, pero seguramente que hace más de veinte años.
Pienso honestamente que la coexistencia de dos estilos en el salto de altura permitiría una mayor emoción y atractivo a una prueba que de por sí es algo aburrida y estática. Los mismos saltadores suelen ser poco extrovertidos antes del salto, no suelen exigir la intervención del público, como por ejemplo los saltadores de longitud que son todo un espectáculo.
En Internet hay multitud de vídeos de saltos de longitud, muy curiosos, atletas que hacen saltos sin carrera y pegan brincos espectaculares, y llamo la atención sobre el veterano saltador sueco Stefan Holm, un peculiar atleta, lleno de tics, que se retiró hace un par de años de la gran competición, y que era todo lo contrario al biotipo de un saltador, el más bajito siempre de todos sus competidores, con tan sólo 1'81 m., cuando muchos practicantes de esta disciplina son unos tallos que superan los dos metros. En dichos vídeos se le puede ver entrenando carreras de vallas a 1'60 m. de altura, o haciendo un salto de tijera gracias a sus mullidas y elásticas piernas (emulando a los atletas de hace un siglo) sobre 2'10 m., lo que entiendo que sería el récord del mundo oficioso con esta técnica. Además a Holm se le atribuye el grandísimo honor de ser el saltador que ha logrado saltar más centímetros por encima de su propio cuerpo, con 59 cm., llegó a superar los 2'40 m. en pista cubierta, y curiosamente en Madrid.
En fin, el rodillo ventral expiró, pero aún nos quedan imágenes de la belleza y estética de este salto; por eso, para quien esté interesado no hay más que acudir a www.youtube.com para poner el nombre de esta técnica o el nombre de alguna de las figuras que he nombrado y deleitarse con un reducto del pasado que ¿resucitará alguna vez?
Comentarios
De todas maneras para salir de dudas, recomiendo poner salto de tijera en "youtube" y salen un montón de vídeos actuales en donde se puede ver gráficamente la técnica.