"SOLARIS", DE ANDREI TARKOVSKY

Hace unos años vi otra película de este director soviético, en concreto “Andrei Rublev”, la sensacional epopeya de un pintor en la Rusia del siglo XV, que es quizás el trabajo más reconocido y aplaudido de Andrei Tarkovsky, pero esta película de la que hoy trato, “Solaris”, es completamente diferente en su perfil, su temática es la ciencia ficción, o lo que algunos cinéfilos llaman con menor fortuna, ficción científica. En cualquier caso, el cambio de rol en Tarkovsky a lo largo de su obra cinematográfica ha provocado la aclamación de la crítica que lo considera uno de los mejores directores de la historia del cine.

“Solaris”, realizada en 1972, es aparentemente una película sobre el espacio interestelar, pero es sólo una excusa para hacer una introspección en el ser humano. Es una película, en este sentido, sensacional, y no me refiero en este adjetivo a sinónimo de fabulosa, sino en la acepción de digna de numerosas atenciones y sensaciones.

Dicen que esta película era la respuesta del mundo soviético a la venerada “2001: Una odisea del espacio”, de Kubrick producida cuatro años antes que esta, pero parece ser que Tarkovsky ni siquiera llego a verla. Por otro lado, la de Kubrick tenía un formato comercial, fue polémica, pero tenía una interpretación bastante concreta. “Solaris” es literalmente otro mundo, no es nada concreta, es abierta a múltiples interpretaciones, es compleja y, por supuesto, nada comercial; por tanto, entiendo que no son comparables ambas producciones, porque “Solaris” es la antítesis de cualquier película de ciencia ficción hecha hasta ese momento.

“Solaris” es una película rara, no rara de encontrar y sí rara de seguir y entender, no es una película al uso ya que puede resultar agobiante e ininteligible. Pero creo que tiene una explicación más o menos fundamentada, con la controvertida producción de “Andrei Rublev” anterior a ésta, Tarkovsky se generó muchos enemigos en la censura soviética de la época, que ponían la lupa a cualquier movimiento que hiciera el cineasta. Por eso, la mejor manera de hacer saltar los resortes de la censura es no crear una interpretación exacta para evitar una reacción evidente, sino dotar al argumento de tal trama tan incompresible que pudiera generar múltiples interpretaciones, veladamente también aquellas que atacaban directamente al régimen comunista, y una de ellas es la libertad individual que rezuma en cada uno de los personajes.

Esta película es la adaptación, con guión del propio Tarkovsky y de Friedrich Gorenstein, de la novela homónima del escritor polaco Stanislaw Lem, que declaró que no le gustó como había quedado el resultado final, por ser demasiado mística, pero suele ser normal cuando una obra literaria se lleva al cine, y pocos son los escritores que ven con buenos ojos su traslación. Se comenta que la novela de Lem es de las mejores que se han escrito sobre ciencia ficción, pero creo que hasta hace bien poco no se han podido encontrar buenas traducciones de la misma.

Este aspecto y el hecho de que no soy muy amante de la ciencia ficción me condujeron a esta película que aunque dura 166 minutos, podía ser una notable sorpresa. Desde luego que lo fue, porque no me esperaba una película soviética en 1972, casi desconocida para el gran público y en los albores de la guerra fría. Y es que no todo el cine que se hacía en el mundo en aquella década procedía de Estados Unidos, otra cosa distinta es que las salas de cine y las televisiones nos hayan privado de ver obras como ésta perfectamente diseñadas para abrirnos la mente.

“Solaris” ya he dicho que no es fácil de ver, pero tiene una disposición argumental que te permite ir entendiéndola cada vez más a medida que avanza la misma, hasta que sabes de lo que va y entras en el juego del director que te permite que interpretes a tu manera lo que él plasma en ella. Ni que decir tiene que tiene muchos momentos surrealistas y eso hace todavía más intrigante y enigmática la película.

Por dar sólo un esbozo del argumento principal, comentaré que Solaris es un planeta sometido a estudio por parte de la Tierra, hasta el punto de que orbita sobre él una estación espacial con científicos de todo tipo. Solaris es un planeta extraño, casi humanamente consciente, en el que ocurren cosas extrañas y la misión de la estación espacial es establecer contacto con él y con los seres que supuestamente lo habitan. Con el tiempo la estación espacial que albergaba casi cien personas, ahora cuenta con tres, el psicólogo Kris Kelvin es mandado a ella para ver qué ocurre, cuando llega unos de los científicos está muerto y los otros dos parecen estar en un estado a medio camino entre la locura, la catatonia y la indolencia. Kelvin se verá atrapado por sus propios sentimientos y aparecerá en la estación su esposa Hari, suicidada hacía unos años, y se establecerá una lucha entre la realidad, el amor y la imaginación.

Es ahí, en el seno de la estación espacial donde desaparece el perfil de película sobre el espacio, para convertirse en un drama psicológico que trata clarísimamente sobre la condición humana. La vida, la muerte y el amor, también la búsqueda de la trascendencia del ser humano (la religiosidad) se entrecruzan y provocan un escenario progresivamente asfixiante.

Tiene múltiples detalles para el análisis y en cada imagen, cada fotografía, cada cambio de plano, la mezcla del color y el blanco y negro en determinadas escenas, nos ofrece un campo inimaginable digno de un buen cine fórum donde se podría sacar muchísimo jugo a esta cinta. Y, sobre todo, muchos diálogos de un enorme calado, me quedo con uno, en el que uno de los personajes señala algo así como que, en realidad, los seres humanos somos inmortales, porque no conocemos cuando vamos a morir.

Y reitero, una película que no es fácil de ver, por su complejidad, máxime cuando la versión que yo he visionado es original en ruso, con subtítulos en español y con la profundidad de los diálogos, me temo que algún aspecto sustancial se pierde con la brecha del idioma, pero en cualquier caso, una obra maestra del cine, para tirarse pensando mucho rato.

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