VISITA INOLVIDABLE AL SEMINARIO DE JAÉN

Un día laborable de la pasada semana desayunaba leyendo el Diario Jaén y en él se narraban las peripecias de un joven sacerdote de La Guardia que debía de atender siete parroquias pertenecientes al municipio de Alcalá la Real, igualmente aparecía una foto en un aula con los alumnos del Seminario de Jaén, sólo seis y al parecer con la incorporación este año de tres nuevos futuros curas.

Me trae buenos recuerdos el Seminario de Jaén, un edificio potente y soberbio como lo son los seminarios en muchas ciudades de España, ocupando un lugar preeminente en las mismas. En concreto siempre que paso por el de Jaén recuerdo que una vez estuve allí de visita y desde luego había muchas más que las seis personas que mostraba aquella foto de prensa.

Esto viene al hilo de la falta de vocaciones en nuestro país. Precisamente con ocasión de la visita del Papa este verano a Madrid con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, en el que recuerdo haber oído en la radio que las vocaciones en España en el último año había sido poco más de ciento cincuenta, un número claramente insuficiente para las necesidades de la estructura de la Iglesia Católica en nuestro país.

Se entiende por esto que últimamente los curas estén pluriempleados y que tengan que estar como se suele decir “a calzón quitado” atendiendo un montón de servicios. Vamos percibiendo que la Iglesia Católica española está echando mano ya de sacerdotes procedentes de África y América. Quizás habría que reflexionar sobre las causas de este problema, después daré unas pinceladas.

Antes de eso regresaré a mi tierna juventud para rememorar aquel día que hice una visita de excepción al Seminario de Jaén. Corría el año 1986, yo estaba en C.O.U., ese curso previo a acceder a la Universidad que no tenía ninguna diferencia con el bachillerato, de hecho se podría haber llamado 4º de B.U.P. y no hubiera pasado nada y todos lo hubiéramos entendido. Por aquel entonces había en Jaén en un céntrico Instituto un certamen provincial de teatro clásico. En estas que a nuestro Instituto, el histórico Huarte de San Juan de Linares se le ocurrió participar en dicho evento y yo me enrolé en el grupo creado al efecto para poner en escena la inolvidable, para mí, “Alcestes” de Eurípides, que dirigía el bueno de Vicente del Moral de triste recuerdo para los que lo conocimos, porque a los pocos años nos dejó en un trágico accidente de tráfico junto a uno de sus hijos.

Aquella obra la estrenamos en nuestro Instituto y a las pocas semanas acudíamos a Jaén, a competir por alguno de los premios en juego, y más que todo por hacerlo bien en la capital. Recuerdo que el autobús nos dejó por la mañana a las puertas de aquel Instituto en pleno centro de Jaén (no recuerdo el nombre), y allí dejamos nuestro vestuario y decorados, y teníamos toda la sobremesa y parte de la tarde para hacer turismo. Pero mi gran amigo Vicente Fraile pensó en un plan fantástico para los dos, aprovechando que su primo estaba de seminarista, él nos recogería, sería nuestro guía y comeríamos en el Seminario, ahorrándonos el dinero que nos habrían proporcionado nuestros padres.

Allí estaba puntual a su cita Pedro García, el primo de Vicente que nos recogió en su coche y nos llevó al Castillo, todo un lujo. No recuerdo demasiados detalles de la visita turística porque han pasado muchos años, pero siempre me quedé con lo relevante y es que me adentré por única vez en mi vida en el Seminario Diocesano de Jaén.

Recuerdo que habría no menos de sesenta seminaristas, había un ambientazo como de residencia de estudiantes; visitamos las habitaciones y se respiraba alegría, mucha alegría. Se me quedó la imagen grabada de un seminarista alto y con una barba muy poblada que llevaba puesto un poncho andino y de su habitación salían notas de algún grupo de aquellas latitudes del que me viene a la memoria uno que se llamaba Quilapayún.

Sé que pudimos charlar con algún grupillo y podía decir que hasta me dio envidia ese ambiente, era un gran colegio mayor donde con un colectivo tan amable y cualificado se podían organizar un montón de actividades, entre ellas una competición de fútbol sala, donde había alguno que trataba de emular al que por aquel entonces era ídolo de masas, Emilio Butragueño “el buitre”.

Comimos en el gran comedor del Seminario, con ese bullicio que se desprende en las grandes reuniones sociales, parecía como un campamento juvenil. Fue el momento en el que pude ver a la mayor parte de los seminaristas, muchos de ellos personas normales en cuanto a su aspecto, y luego otros, esto es absolutamente subjetivo, que desprendían santidad, eran de esos que tenían cara de buena persona y que habían nacido para ser curas sí o sí.

Pude reconocer a algún chaval de Linares y a los dos seminaristas que en ese momento había de Begíjar, con esa cifra de más de sesenta (puede que hubiera más), estaban representados un elevado porcentaje de los municipios de Jaén, todo un crisol jaenero; quizá la amalgama cultural más interesante que a nivel institucional pudiera existir en nuestra provincia.

Y nos fuimos con el buen sabor de boca de una experiencia entrañable e inolvidable. Actuamos bien en la función teatral, quedamos los segundos detrás del Instituto de Jaén que organizaba el evento, y lo dimos por bueno. Aquel “Alcestes” o “Alcestis” de Eurípides siempre estará en mi recuerdo, por los buenos ratos que nos proporcionó, y porque fue el argumento perfecto para visitar el Seminario.

Contrasta, como digo, la imagen de hace veinticinco años con la realidad actual. Me imagino los largos pasillos y dependencias del Seminario de Jaén, vacíos, cerrados, sin vida, añorando esos tiempos en que era un bullidero de jóvenes, que lamentablemente me temo que nunca volverán.

Y ahora sí, hay que reflexionar qué ha pasado en este cuarto de siglo para que las vocaciones hayan caído de forma drástica. Cuando ocurre un fenómeno de estas características seguro que no es por un motivo exclusivo. Me aventuro a señalar varios, para empezar la crisis de valores de la sociedad occidental, sí porque esta crisis económica primero lo fue de valores, y no poca culpa tiene la bajeza moral de nuestra sociedad para que haya devenido en la depresión económica que actualmente sufrimos.

La promoción del estado del bienestar a toda costa, la difusión de una imagen distorsionada de lo que debía y debe ser la felicidad, el ensalzamiento de lo chabacano, lo grosero, lo burdo, lo pornográfico..., todo ello ha convertido nuestra sociedad en un rebaño acomodado y sin referentes que se ve muy reflejada en nuestra juventud (la que debe nutrir los seminarios) que confieso que por primera vez en la historia, es más inculta y vaga que sus padres.

No se salva obviamente la Iglesia católica que se ha pringado un poco de esta tendencia. Cuando vemos la tele y nos sale algún reportaje de sacerdotes comprometidos o monjas en países del tercer mundo, ellos son los que no han perdido el sentido y la esencia de su labor. Pero en nuestras ciudades echo de menos algo más de compromiso. No digo que todos los curas sean iguales, aunque algunos se toman el sacerdocio como una profesión más, tengo un horario, unas citas que cumplir y ahí acaba todo. Me imagino que en los seminarios se le dirá a los futuros curas que un sacerdote lo es las veinticuatro horas del día y que para ver a sus fieles están las parroquias pero hay otros muchos lugares donde se pueden pescar almas. A lo mejor lo que digo es una inconveniencia, pero nunca he visto a un cura en grandes congregaciones de jóvenes, ni en espectáculos deportivos, ni en las plazas, ni en el botellón.

Confieso que alguna vez pensé hacerme cura, en realidad, cuando era niño sí que le di vueltas en alguna ocasión, pero era una reacción egoísta, porque me convencía de que era una manera segura de obtener la salvación. Cuando fui joven no tuve ninguna duda y jamás sentí la llamada, ni creo que tuviera ni tengo vocación de sacerdote; aunque sí me he imaginado qué haría si fuera cura y, desde luego, sería un osado, mi parroquia sería el lugar que menos pisaría en mi labor sacerdotal y como poco intentaría saludar a todos los vecinos de mi barrio, llamar a sus casas y participar en la vida social y lúdica de los mismos.

Reconozco que ser sacerdote hoy día en España tiene que ser una vida muy comprometida, alegre también pero con momentos duros, algo para lo que no estamos preparados los mediocres, y conseguir jóvenes con ese perfil no es fácil. Ya digo que no se atisba un futuro mejor para los seminarios, ojalá me equivocara, no obstante, me quedo con aquella agradabilísima vivencia de un Seminario de Jaén repleto, rebosante de alegría y con un selecto grupo de jóvenes comprovincianos que decidieron llevar una vida mucho más trascendente que la que nos ha tocado al resto.

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