UN SÁBADO POR EL JAÉN DEL SANTO ROSTRO Y SUS LEYENDAS

Teniendo mi corazón dividido entre Linares y Bailén, y pasando mi infancia y juventud en la primera de estas localidades, uno pudiera sentirse auspiciado para pensar que tu ciudad era la mejor de todas y llevar por doquier el nombre de Linares con orgullo, a veces rozando lo palurdo. Una de las cuestiones que, aunque podía compartir, no llegaba a entender es esa inquina o falsa rivalidad que podía haber entre linarenses y los habitantes de Jaén. Más allá del fútbol que siempre distorsiona estas cuestiones, con el tiempo abandoné cualquier posibilidad virtual de llevar pegada una boina de cateto a mi cabeza. Es decir, orgullo de ser de Linares, pero también orgullo, por qué no, de su capital, Jaén.

Con el tiempo, uno se vuelve más abierto de miras y de mente, lógicamente ha vivido más y tiene más mundo. A mí me ha pasado como a todos, que basta salir un poco de Andalucía para que en cuanto ves algo de Jaén de momento lo señalas, y ya si te encuentras con alguien de tu pueblo al que no saludas cotidianamente por la calle, si te lo encuentras en Burgos le das hasta un abrazo. Por tanto, me acuso y culpabilizo de ese mal sentimiento de rivalidad y localismo exacerbado que tenía antes.

Y ahí está Jaén, la capital, con la que siempre he tenido relación, casi desde que era chico, cuando mis padres nos llevaban a mi hermano y a mí, a unos oculistas que se llamaban los Hnos. Sánchez Palencia, y que nos diagnosticaron lo que ya se sabía, que éramos cortos de vista. Aquellos sábados mañaneros en Jaén tenían también algunas visitas obligadas: ir a desayunar a Simago y subir y bajar sus escaleras mecánicas, comprar patatas fritas en Casa Paco y alquilar una bici con forma de tractor en el Parque de la Victoria.

Fui creciendo y mi labor profesional me obligó a visitar con cierta asiduidad la capital, lo que me acercó a espacios y lugares que nunca antes había visto de Jaén. Y me pareció que la capital de mi provincia era mucho más que el Paseo de la Estación y las bicis del Parque; comencé a descubrir una nueva dimensión cultural, monumental e íntima.

También, por qué no, hubo un momento para encontrarse con las tascas del casco antiguo de Jaén, señeras y típicas como pocas, que nada tienen que envidiar a ningún rincón de nuestro país.

La oportunidad hizo que mi mujer y yo viajáramos una soleada y fabulosa mañana del pasado mes de diciembre a Jaén para hacer una ruta turística diferente por la historia de Jaén, acompañando a la Asociación de Voluntarios de la Batalla de Bailén de la que formamos parte.

Comoquiera que siendo un colectivo, se puede solicitar institucionalmente que el Ayuntamiento de la capital nos facilite de forma gratuita un guía, dispusimos de él y nos ofreció una visión diferente de la que puede transmitir un cicerone que a diario dirige grupos por los rincones monumentales de Jaén.

Suelo ser bastante desconfiado con la historia, no es que no me guste, sino que a veces pongo en duda la verosimilitud de algunos pasajes que se cuentan, sea de donde sea, y más desconfiado cuanto más lejos es la fecha en el tiempo. No es extraño que algún amigo o conocido mío me haya oído decir alguna vez cuando cuenta con pelos y señales lo que ocurrió hace trescientos años, “¿es que tú estabas allí?”, realmente lo digo con cierta sorna. De algún modo, me tomo la historia como una leyenda, como un cuento y no trato de creérmelo, simplemente pretendo que me amenice.

La historia de Jaén capital es muy rica y amena, filtrando lo que pueda haber sido invención de generaciones sucesivas de intérpretes del pasado, lo cierto es que uno la escucha y se siente embargado y emocionado por lo que eran capaces de hacer nuestros antepasados.

La mañana comenzó en el lugar más emblemático de Jaén, la Catedral. Aunque he estado en ella varias veces, creo que fue la primera vez que pude disfrutarla con la bella ilustración de los comentarios de nuestro guía. Aunque parezca increíble, desconocía que este monumento se construyó con el fin principal de servir de relicario al Santo Rostro.

Cualquier visita a una catedral apabulla e impresiona por su grandilocuencia, esta también; pero creo que en Jaén podemos enorgullecernos de tener una reliquia venerada como el Santo Rostro, no entro en su autenticidad, a la altura de las circunstancias este trozo de tela se venera por su tradición y arraigo como en tantos otros sitios y eso es lo que vale, más que saber si es de verdad o no, es la convicción anímica de toda la comunidad de que así es. Casualmente tuvimos la fortuna de que se hizo una excepción ese sábado y el guardián del Santo Rostro lo sacó de su habitáculo para enseñarlo a cuantos estábamos allí, y despierta muy mucho la atención, qué duda cabe, porque comenzó a aparecer gente por todos lados y de momento nos congregamos allí más de doscientos.

La visita a la Catedral fue muy bonita y práctica, muy ilustrativa, sobre todo me impactó amén del hecho de haber visto por primera vez el Santo Rostro, las diferentes fases de construcción del edificio y como estas obras faraónicas que duraban varios siglos veían pasar generaciones y generaciones de escultores, canteros, albañiles, carpinteros..., seguramente que la historia de una familia contada a través de sus vivencias en un espacio tan espectacular como el de una obra catedralicia.

El día invitaba a pasear por el casco antiguo de Jaén escuchando las historias y leyendas de sus edificios más singulares. Los detalles que a cualquier viandante se le escapan veían la luz en nuestro caminar, tal escudo, aquel motivo escultórico, una fachada... Hicimos un recorrido casi longitudinal desde la Catedral hasta concluir en la Fuente del Lagarto de la Malena o de Jaén en la que fue recientemente catalogada como uno de los diez tesoros del Patrimonio Cultural Inmaterial de España, sin duda, una de las leyendas que hacen aún más apasionante y atractiva una visita a la capital.

No hay cosa que más me encante de las grandes ciudades que uno se encuentre con pequeños pueblos dentro de su centro, la gente vive en esas zonas como abstraída del mundo y del bullicio que se le supone a una urbe de mediana población.

Ni que decir tiene que cuando culminó el viaje cultural comenzó el lúdico y acabamos en las tascas, no podía haber tenido mejor colofón.

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