VUELVO A GRANADA, UNA VEZ MÁS

A veces la vida tiene estas casualidades, que vaya a Granada hace dos viernes, que voy muy poco y me gusta a rabiar, y que allí te llame por teléfono un antiguo compañero de piso de estudiantes y amigo a la postre, Fernando Lozano, eso podría entrar dentro de lo normal. Y que luego vuelvas a casa y te encuentres con que en el Facebook (genial invento diabólico) te ha localizado Jesús Fernández, también antiguo compañero de batallas estudiantiles granadinas y recuperado amigo después de más de veinte años (y parece que fue ayer), pues a uno le genera una sonrisa por estos devenires del azar.

Y es que ese viernes después de unas incursiones médicas de poca monta a primera hora de la mañana, mi mujer y yo nos reservamos para dar una vuelta turístico – cultural – gastronómica por la ciudad de la Alhambra. Periplo, que no lo puedo excusar y me pasa siempre que vuelvo a Granada, fue una manera de recordar mis años mozos en dicha ciudad que me acogió con calidez. Fueron años esforzados y centrados en el objetivo de vida marcado pero hubo momentos, por supuestísimo, para impregnarse de su belleza, de su fiesta, de sus gentes...

Además uno se siente, con cierto orgullo, cualificado para dar muchas vueltas por Granada sin ir necesariamente a lo típico o a lo más turístico. Esta ciudad esconde tantos rincones que da para muchas visitas y todas con valor añadido. Yo le propuse a mi mujer un itinerario improvisado que, en unas pocas horas, condensó partes muy castizas de Graná, como gusta de llamar a sus habitantes.

Para empezar he de decir que si el tráfico está medianamente controlado, el aparcamiento a salvo de los parking públicos donde hay que retratarse muy bien, es toda una odisea y, por si fuera poco, en determinadas circunstancias, como la mía, se revelan poco prácticas las zonas azules pues tienen limitado el estacionamiento y yo necesitaba más tiempo que el permitido, toda una mañana y parte de la tarde.

Empezamos desde Camino de Ronda, arteria principal de la primera gran expansión urbanística de Granada que, por supuesto, hoy ha quedado engullida por muchas más expansiones; en cualquier caso, un eje neurálgico de la vida estudiantil de los 80 y los 90, aunque sé que ahora se han disgregado mucho las zonas con presencia de estudiantes.

Subimos por Recogidas para ir entrando en el calor del bullicio granadino que lo tenía y mucho, a primera vista parece que no se ve como en otros sitios los devastadores efectos de esta crisis. La idea era acercarse a esas calles comerciales y típicas como Fuentezuelas o Alhóndiga, haciendo una incursión por las numerosas plazas que jalonan esas callejuelas que se desgajan del entorno catedralicio y me quedo con la Plaza de los Lobos, siempre serena y viva, alegre y recogida a la vez.

Y no pude evitarlo, me llegué por la Facultad de Derecho en la que forjé mi porvenir, y tuve la sensación de sentirme extraño después de tantos años, pero sus suelos, sus patios, sus aulas permanecen inalterables, ahora llenas con otros jóvenes que viven con ilusión en busca de un futuro mejor.

Continuamos nuestro recorrido por la calle de San Jerónimo, una calle que me trae buenos recuerdos, sobre todo porque tenía un bar que ponía unas tapas caseras magníficas y esta vez no lo encontré, estaba convertido en otro establecimiento. Pero también porque es una calle singular como pocas en la que hay dos farmacias casi una enfrente de la otra, apenas las separan veinte metros (esto me dará pie en algún momento a tratar en este blog la problemática de las farmacias en nuestro país). Y también, es una calle en un entorno muy bonito, aledaño al Mercado de San Agustín, y con toda una serie de puestos al aire libre que se ponen en varias calles de alrededor.

Hicimos parada temprana en Plaza Bibarrambla para avituallarnos debidamente bajo la fórmula española más típica para un viernes de asueto a mediodía, es decir, caña con tapa, y allí pudimos ver la original y variopinta fauna de extranjeros salpicada por los típicos especímenes granadinos.

Había que seguir un poco más porque tenía intención de que el cañeo tuviera tintes más señeros, fuera de lo turístico que es la zona que acabábamos de transitar. Sí, porque si hay una zona más poética y evocadora en Granada esa es el Barrio del Realejo, esencia de esa ciudad, caminito de los enamorados, es decir, ir a esta ciudad con tu novia o mujer y no pasear por el Realejo cogidos de la mano es casi un sacrilegio.

Realejo que, por cierto, todavía me atrapó más cuando hice la mili en mi época en la BRIMZ Guzmán el Bueno nº 2, pero conocida popularmente por Capitanía, entre la vecindad y entre los foráneos de varias generaciones que hemos vivido y bebido provisionalmente entre sus muros. Me hice una foto que ilustra este parrafillo, porque aunque la mili que tuve fue tranquila, aquí en Capitanía me chupé muchas guardias y algunas imaginarias. Era bastante inexplicable, pero los mandos por entonces ejercían de zoquetes, y es que la mayoría de la gente era de Granada y tenía pase de pernocta, a veces, los fines de semana, sólo dormíamos un par de personas en la compañía, y tenían que movilizarse a cuatro personas mínimo para las estúpidas imaginarias, con lo que algunos locales tenían que dejar la cama de su casa para acostarse en el cuartel (porque realmente imaginarias despierto allí se hicieron pocas en el tiempo que yo estuve ya que ningún mando controlaba esto). Igualmente digo de las guardias que hacíamos con fusiles con los cargadores precintadísimos y en las que teníamos que estar a la intemperie para no vigilar nada, porque si venía alguien de la ETA, y había riesgo entonces, poca defensa podía hacer yo con un arma inutilizada; de hecho, solía llevarme un libro para estudiar o los cascos para escuchar la radio. Y digo que ahí está la foto, porque todos entendíamos, todos menos los mandos, que al diablo con las guardias cuando lo que había que hacer era cerrar todo el recinto a cal y canto, y poner unas buenas cámara, controladas cómodamente por un operario bien calentito en su cabina.

Bueno, me he enrollado con esto, pero ya se sabe la de historias que cualquiera que ha ido a la mili tiene que contar. En fin, que la calle Pavaneras es entrañable como pocas y que el destino final era llegar al Campo del Príncipe, a las faldas de la Alhambra y del imponente Alhambra Palace, santo y seña del espíritu granadino, entre lo romántico y lo hippy, sobria y elegante, lugar para escribir una novela, para besar a la novia y a la mujer, para dormir una siesta (que lo hice a pesar del bullicio de una urbe media a las cuatro de la tarde, algo impensable en una ciudad de provincias como la mía).

Y al final, vuelta a la realidad. Granada no ha perdido su esencia, sigue siendo encantadora y coqueta. En el debe, pues sinceramente demasiados pedigüeños, gente de mala pinta, limpiabotas cansinos, gitanillas que te asedian para leerte la mano, colgados que te piden un cigarro..., y nula presencia policial, no digo que no existan pero son muy pesados y agobiantes, y a mí en cierto modo, me da igual, pero no creo que eso sea una buena imagen para los turistas que los vi muy celosos con sus pertenencias, y con razón.

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