"JUAN CARLOS, EL REY DE UN PUEBLO", DE PAUL PRESTON

No pude ver hace unas semanas la entrevista que le hizo Jesús Hermida al Rey en TVE el pasado 4 de enero, pero estaba colgada en la Red y le dediqué un rato para verla y analizarla, sobre todo porque no es habitual que nuestro Monarca ofrezca entrevistas teóricamente distendidas. Y digo teóricamente distendidas, porque en realidad esta última no lo fue; anunciada con pompa y artificios, fue un interviú demasiado hermético y teledirigido, preguntas muy generales, respuestas muy previsibles; nada de meter el dedo en el ojo, nada de yernos ni de elefantes ni de políticos corruptos... En este sentido, me pareció una continuación del discurso de Navidad, en un formato más llano y de la calle y teniendo como invitado de excepción a Hermida, el prototipo de los periodistas pedantes y sobreactuados.

Y dicho esto, se ha hablado mucho en el 2012 del Rey, por lo que hay a su alrededor, vía Urdangarín, y por sus traspiés, vía Botsuana. Realmente lo del elefantito me molestó, le molestó a la mayoría de los españoles, con la que estaba y está cayendo parecía poco decente que la figura más representativa y protocolaria de nuestro país estuviera jugando a los safaris por mucho que fuera a gastos pagados. Rompía, de algún modo, el idilio que tenía con buena parte de la población española que era muy seguidora y casi incondicional de don Juan Carlos; era muy habitual escuchar a gente de todos los signos políticos y extracciones sociales señalar que no eran monárquicos y sí juancarlistas.

Pues eso, ese ranking de popularidad ha visto como ha perdido puntos en 2012; creo que lo del elefante me incitó a leer este libro que le pedí hace unos meses a mi suegro y que me podía ayudar a prospectar con mayor juicio en la figura de nuestra Majestad.

El libro es un tocho, con lo que he ido leyéndolo a ratos y siendo una especie de biografía cualificada, me permitía seguirlo con facilidad por donde lo había dejado. Paul Preston obra con todo lujo de detalles un proyecto grandioso que a buen seguro le habrá costado años de esfuerzo e investigación, con cientos de referencias bibliográficas en las que habrá que tenido que leer miles de páginas de libros, periódicos, documentos oficiales, etc. Es, tal vez, la mejor semblanza que se ha hecho del Rey hasta la fecha y, además, lo hace con la mayor objetividad posible, no da puntadas sin hilo, ensalza las virtudes del Monarca pero también sus errores y sus defectos.

Probablemente lo que más me llamó la atención al inicio del libro, cuando se relata su infancia y juventud, es que la sangre azul no provoca un halo especial, don Juan Carlos es reconocido en sus primeros años de vida como un niño normal y en la juventud igualmente, siendo un alumno del montón y hasta cierto punto mediocre. Sólo la constancia y la necesidad de saberse destinado a una misión única e irrepetible lo harían adquirir las adecuadas tablas para asumir la importante responsabilidad que se le presentaba en el horizonte.

Quizás este sea el primer detalle interesante de la personalidad de don Juan Carlos, el hecho de que sea un tipo común y corriente, de que así sea percibido por la gente, y recordando a Miguel A. Revilla, del que hace unas semanas traía a este blog su libro “Nadie es más que nadie”, él mismo señalaba después de sus repetidos contactos personales con el Rey, que con toda seguridad le gustaría algún día poderse levantar por la mañana y darse una vuelta por la calle como un ciudadano más, pero me temo que eso no fue ni será posible, al menos sin ir acompañado de una eficaz e impenitente escolta.

Don Juan Carlos ha vivido en una auténtica encrucijada, inserto en una historia tan sui géneris como la española, con un Guerra Civil de la que sale un caudillo que, teóricamente propugnaba la vuelta de la monarquía (de hecho, yo de pequeño siempre oía hablar que nuestro régimen político era el reino, sí, un reino sin rey), pero al que le gustó la poltrona y eso de ir bajo palio en las iglesias, y lo que iba a ser algo provisional terminó durando casi cuarenta años. Tuvo que venir a España por designio de su padre y necesariamente se fue apegando a Franco; tenía que estar nadando y guardando la ropa, no podía enemistarse ni con uno ni con otro; estaba en una cuerda floja sustentada por ambos y de la cual, además, tiraban con fuerza. Eso le ocasionó no pocos problemas en su vida, especialmente con su padre, que tenía a su hijo como puente para recuperar la monarquía. Sin embargo, Don Juan Carlos casi no pudo hacer otra cosa, fue más que listo práctico, pues abrumado por lo que realmente estaba ocurriendo, que los derroteros de Franco iban por la vía de saltarse la línea sucesoria, y que al caudillito le salió la vena paternal, tiene lógica que hubiera una cierta relación, vista ahora con recelo, aunque creo que impostada por parte del por aquel entonces Príncipe para conseguir su objetivo final.

Capítulo aparte y una cierta atención merece ese episodio tantas veces comentado y con tantas versiones, acerca de la muerte de su hermano menor Alfonso. Ciertamente no sabremos jamás con exactitud qué es lo que pasó, lo que sí es claro es que no fue un accidente de caza como en muchas ocasiones se ha comentado en la calle. Fue un accidente desafortunado pero doméstico, pues sí está confirmado que ambos hermanos estaban jugando con una pistola en el interior de su casa en El Estoril (Portugal) y ahí la historia tiene dos versiones, o que jugaran a apuntarse pensando que la pistola estaba descargada, o que algo o alguien le diera al brazo y la pistola se disparara sin querer. Lo que queda nítido es que no fue un accidente de caza. Aquel suceso le afectó mucho a él y a toda la familia, imagino que habrá vivido y seguirá viviendo con ese quiste cada día que se despierte.

Y una vez hecho este paréntesis, hay que decir que don Juan Carlos fue pasando de tipo normal y corriente a personaje responsable y consciente de la enorme tarea que tenía por delante. Ahí sí hay que darle su auténtico valor, pues yo creo que él era el único en toda España, en los tiempos de la dictadura, que sabía por dónde debía orientarse el futuro de nuestro país. También ejerció una fina diplomacia, un ejercicio de cirugía pausada para ir dando pasos sin molestar casi sin que se notara, pero preparando el fin del régimen, la muerte de Franco. Ese complejo equilibrio tal vez tenga hoy más valor si cabe que el que se apreció en su momento.

A la par que se movía con diligencia entre las cañerías de la política también se fue construyendo una imagen cercana, viajaba mucho, a veces con doña Sofía, visitó prácticamente toda España, ciudades importantes y otras no tanto, estaba en eventos de cierto relumbrón, era el estandarte del desarrollo tecnocrático español (limitado desarrollo visto ahora desde el horizonte), y una de sus máximas expresiones era la visita de fábricas. Y aquí sí tengo una experiencia personal a la mano, pues también visitó la célebre y ya muerta, factoría de Land Rover en Linares, Metalúrgica Santana, donde mi padre trabajaba de probador de coches. Él siempre me contó que fue el encargado de llevar en coche al en ese momento Príncipe, por la factoría y que obviamente le chocó la mano y todo eso. Yo, de vez en cuando, he sondeado a mi padre para que confirmase si aquello fue verdad o era una milonga, y él siempre manifestó que sí que era verdad, así que no hay ninguna duda.

Uno de los momentos más críticos de la vida de don Juan Carlos llegaría con el deceso de Franco; siendo elevado a Rey de forma inmediata, continuó en esa labor de tira y afloja, intentando llevarse bien con todo el mundo pero sin confiarse a nadie, más que a sus amigos y consejeros. Seguía con lo que hoy se denomina la hoja de ruta, aunque aquellos años de la transición fueron especialmente convulsos; desde luego nada plácidos para don Juan Carlos que desde la izquierda le tachaban de fascista y desde el otro bando de excesivamente aperturista. Fueron años complicados, de crisis económica, paro, de un terrible terrorismo sinsentido, y no podía descansar ni un solo día sin que alguna noticia luctuosa tiñera a la sociedad española.

A todo esto, llegó otro momento señalado en la historia reciente de nuestro país, el 23 de febrero de 1981, cuando se procedía a la investidura de Calvo Sotelo (UCD) en el Congreso de los Diputados. Esta había llegado tras la dimisión de Suárez, que había sido sobrepasado por los acontecimientos y que era incapaz de afrontar los múltiples problemas que tenía España, ahora también vemos con perspectiva el difícil papel que tuvo que afrontar Suárez, pero por aquel entonces fue muy criticado, para ejemplo cabe destacar que en los últimos meses de su presidencia casi no se le vio en actos públicos ni siquiera en los entierros de víctimas terroristas que eran muy sonados y a veces múltiples.

Mucho se ha escrito sobre el papel de nuestro Monarca en aquel intento de golpe de estado, Paul Preston analiza ampliamente la situación que daría para estar escribiendo muchas páginas aquí y no es mi intención. Un resumen muy simple y soslayado es que don Juan Carlos estaba muy descontento y había manifestado que la situación debía cambiar, y eso lo había comentado en círculos militares; pero de ahí a un gobierno de concentración con vocación militar había un trecho; obviamente nuestro Rey siempre quiso un cambio desde la democracia y el ordenamiento jurídico que los españoles nos habíamos otorgado.

Ese cambio y su mayor tranquilidad llegarían con el gobierno socialista de Felipe González, el país comenzó a crecer, se estabilizó la inflación, ese desarrollo generó empleo, y la presión del terrorismo, aunque existente, fue cada vez más limitada gracias a la acción de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Llegarían unos años de cierta paz y el Rey tendría oportunidad de estar orgulloso (y satisfecho) de su familia, se casarían sus hijas, le darían nietos y poco más, porque el libro se queda en 2002, es decir, ya no se refleja el enlace del Príncipe Felipe; ni por supuesto, cómo los yernos del Rey salieron rana, o no, porque mucho debe querer la Infanta Cristina a su consorte con la que le está cayendo para, en principio, ser una incondicional.

Y claro, el libro tampoco habla de las caídas del Rey, del “¿por qué no te callas?, del disparo al pie de su nieto que considerando los antecedentes familiares era para que esta familia no quisiera ni acercarse un arma, ni por supuesto, las andanzas de “Juancar” por Botsuana.

En fin, el libro ha respondido bien a uno de los motivos por el que me propuse leerlo, el sacar una opinión más cualificada de la figura de nuestro Rey. Pues vale, lo perdono, lo del paquidermo y de algún modo todas aquellas cosas en las que haya podido equivocarse. Lo cierto es que la historia le colocará en un buen lugar cuando ya no esté con nosotros y, en líneas generales, sigue teniendo el aprecio del pueblo. Desde luego la misión para la que ha dedicado gran parte de su vida y en la que ha tenido que bregar muchísimo, creo que la ha cumplido.

Por eso, y aunque sea salirse un poco de este hilo discursivo y el poso que me ha dejado este libro de Paul Preston, cuando escucho a soplagaitas como este Willy Toledo, te das cuenta que en este país hay mucha incultura histórica (y muchos culturetas como este hacen gala de ello), que quieren regalarle el oído a cuatro ignorantes. Hay mala uva y sobre todo hay demasiada inquina basada en hacer titulares que llegan a los radicales de siempre, esos que protestan abiertamente con que los bancos tienen la culpa de la crisis, que habría que mandar al paredón a todos los banqueros, pero luego lucen buenas cuentas… bancarias, vayamos a tonterías.

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