CARLOS PUMARES Y "POLVO DE ESTRELLAS", EL CINE EN LAS ONDAS

En los años 90 se decía que Pumares era una de las tres personas que más sabían de cine en el mundoNo sé lo que pensarán los que como yo son un poco maduritos, pero a mí me da un poco de pena ver cómo se arrastra en los últimos años por los platós de televisión, como si fuera un bufoncillo, el crítico de cine Carlos Pumares, que es precisamente en esta faceta, donde es un superdotado.

A todos aquellos que lo conocieran antes de su incursión en el mundo televisivo, reconocerán que no es gratuito calificarlo como superdotado del cine, pues ha tenido y tiene una privilegiada memoria y un criterio muy razonable a la hora de enjuiciar películas de todos los tiempos.

Evidentemente a Carlos Pumares lo conocimos por el programa radiofónico que hoy traigo a colación, “Polvo de estrellas”, un programa que funcionó en Antena 3 de radio en los años 80 del pasado siglo y hasta los 90; época en la que me tocó a mí ser un joven con costumbres tan habituales para chicos de nuestra edad, como la de escuchar a José María García en su programa deportivo o político-deportivo o polémico-deportivo, a las 12 de la noche, y luego enganchar con Carlos a eso de la 1.30 que, en el silencio de la noche, le daba un aire muy bohemio a la existencia de cada uno. Y además, ¿por qué no decirlo?, parecía moderno decir que escuchabas a Pumares cada noche.

A alguien le escuché decir, o tal vez lo leí, que Carlos Pumares era la tercera persona que más sabía de cine en el mundo, lo de la memoria que antes comentaba venía precisamente por eso. Y es que los que seguían aquel programa recordarán cómo la gente llamaba para preguntarle por alguna película que habían visto hace un montón de años ofreciendo como únicos datos el nombre de algún actor, algún pasaje de la peli, o un resumen muy deslavazado… y daba con la tecla, y es más, ofrecía datos con pelos y señales tales como director, año, actores, música, etc. Sabía de lo comercial pero también sabía de rarezas, de una película armenia, o de aquella otra producción vietnamita. Y sinceramente aquello no daba la impresión de estar preparado, y ya sabemos que hace veinte años Internet no existía.

Carlos Pumares respondía a los oyentes con todo un clásico, “sí buenas noches, digamé”, arrastrando esa “e” final. Y al otro lado del hilo telefónico estaba muchas veces la gracia del programa y es que aparte de los kilogramos de erudición que Pumares llevaba consigo, luego tenía su parte humorística (quizá de aquellos polvos vienen estos lodos), había oyentes un poco capullines que le hacían preguntas para sacarle de sus casillas, y era fácil.

Y es que amén de las preguntas rebuscadas o bien formuladas, luego estaban los oyentes que empezaban a soltar una lista de películas, actores y directores, y Pumares respondía cansinamente: bueno, malo, genial, etc. Lo gracioso es que la gente ya sabía los nombres que le escocían y las películas que odiaba, recuerdo sin ir más lejos cuando le preguntaban por Sylvester Stallone, a lo que siempre respondía “no es un actor”.

Pero luego había otros oyentes que, de buenas a primeras se ponían a hablar de política, de la obra que estaba haciendo el ayuntamiento en su barrio o de cualquier cuestión más o menos peregrina; y Carlos Pumares entraba al trapo como un inocente novillo, y se exacerbaba, se enervaba, parecía que se iba a salir por el altavoz, criticando a cualquier político, a la industria cinematográfica, a algún país, o al sursuncorda.

En fin, ¡qué buenos ratos! Nunca podré olvidar una anécdota que me ocurrió en 1992, estaba yo en la mili en el cuartel general de la División de Infantería Mecanizada Guzmán el Bueno nº 2 en la calle Pavaneras de Granada, la que siempre se ha conocido popularmente como Capitanía. Yo estaba haciendo guardia por la noche, de esas guardias insulsas y sinsentido, porque en el cuartel había cuatro gatos (la mayoría de la gente era de Granada y tenía pase de pernocta), aunque ahí residía el General, y por eso más de la mitad de la gente que estaba en el cuartel tenía que hacer guardias y ridículas imaginarias para velar por la seguridad de aquella reducida mitad.

El caso es que yo me ponía mis cascos para escuchar a García o a Pumares, o a los dos, depende del turno, y en teoría tenía que estar en una especie de azotea-garita donde no vigilaba nada, ni yo ni nadie; y eso que en 1992 había amenazas de ETA sobre los cuarteles militares porque estábamos sobre aviso, pero nuestra defensa era ninguna, pues aunque portábamos un cetme, el cargador estaba precintadísimo con cinta de embalar, es decir, que si yo recibía un ataque podía estar media hora perfectamente intentando desentrañar el precinto; y yo creo sinceramente que los mandos confiaban más en la honestidad y profesionalidad de los terroristas que en nuestra cándida juventud.

Pero a lo que iba, como aquello era un aburrimiento, solía bajarme de la azotea al patio interior para estirar las piernas y entretenerme paseando mientras escuchaba la radio; y aquella vez ocurrió, el suboficial de guardia, un brigada a la sazón, me pilló fuera de mi sitio a eso de las 2 de la madrugada; no era normal que un suboficial tuviera insomnio y se dedicara a joder la marrana a los inocentes soldados (de reemplazo obligatorio). Yo tenía mi excusa perfecta por si algo así pasaba y era la de señalar que había visto algún movimiento raro en el patio o algún ruido extraño (profesional que era uno), aunque lamentablemente para mí aquella noche mi paseo me llevaría a la otra punta del cuartel, estaría a unos ciento cincuenta metros de donde debería estar. El brigada me espetó la pregunta del millón “¿qué haces aquí?” y mientras escuchaba de fondo a Carlos Pumares despotricar contra las farmacéuticas o contra tal o cual festival de cine, le dije lo primero que me salió, “he venido a decirle una cosa a los guardias” (en la otra parte de cuartel había una habitación con monitores donde estaba la policía militar), y el brigada me contestó “vuelve a tu sitio”. Y me fui para la azotea con Pumares zumbando en mis oídos, ya que los cascos no me los había quitado porque era invierno y me los tapaba la braga que llevaba en el cuello, supongo.

La historia tuvo final feliz y tampoco me preocuparon las consecuencias, total a la cárcel no me iban a mandar y todo lo más, me hubieran arrestado haciendo la mili durante un mes más. Aquel brigada demostró ser una buena persona y eso que era de los serios en el día a día, pero comprendió que aquello era una chiquillería sin mayor relevancia y que no podía cargarse una pena sobre alguien que estaba allí obligado; otros militares de más o menos graduación no le entendían así y se creían superiores por los galones que llevaban y no eran capaces de discriminar que la vida militar era una especie de mundo de colores y que fuera de él, cuando terminara la mili, cuando terminara el día o la semana, todos seríamos iguales, iguales ante la ley, e iguales para que más de uno esperara a algún chusquero a la salida del cuartel para darle una guasca bien dada.

Bueno, pues Carlos Pumares tenía ese encanto y hacía tan atractivo su programa, que ya ven, a mí casi me lleva al paredón. “Polvo de estrellas” tenía aparte de las preguntas y de las críticas de Carlos desde algún festival de cine donde estaba destacado, tenía también apartados para música, para rarezas musicales, para monográficos en los que se tiraba un programa entero hablando sobre un actor, un director, un productor o alguna película. Su programa era, en definitiva, muy ameno, no tenía parangón con nada que se hubiera hecho hasta la fecha en la rama del séptimo arte.

Tuvo, por cierto, una incursión no muy prolongada en el tiempo en la televisión y es que cuando comenzaron las emisiones de Antena 3 de televisión, hacía un programa las tardes de los sábados que, si no recuerdo mal también se llamaba “Polvo de estrellas”, en el que seleccionaba cuatro o cinco películas para emitirlas desde la sobremesa hasta la medianoche. Aquellas eran magníficas películas y mirar la programación de aquellos años (inicios de los 90) es un catálogo de las mejores producciones de todos los tiempos.

Por eso, a los que fuimos seguidores de ese programa nos sabe mal, nos deja un regusto desagradable, por lo menos a mí, que este genial locutor que nunca ha abandonado su faceta cinematográfica donde es un icono, se meta en programas poco serios como aquellas “Crónicas marcianas”, o el más reciente programa de saltos de trampolín, donde a Pumares lo contratan porque saben que su histeria proverbial sube las audiencias, no me gusta.

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