DON PÍO, UN HOMBRECILLO QUE SE ACTUALIZÓ O QUE LO ACTUALIZARON

Las historietas que yo leía cuando era niño eran un auténtico reflejo del tiempo que se vivió unas décadas antes, y los célebres tebeos o revistas infantiles que comprábamos en los quioscos o que conseguíamos en los puestos de feria, seguían manteniendo su vigencia aunque no fueran recientes, aunque hubieran sido adquiridos por el vendedor al peso y fueran editados varios años atrás.

Realmente uno, como niño, no conseguía descubrir el matiz que podía imprimir el auge de los nuevos tiempos, porque parecían realmente próximos y actuales, en cierto modo eran atemporales y lo siguen siendo. Es más, ahora desde la distancia, si las historietas y los historietistas eran testigos de su tiempo, tampoco me imagino que en mi espíritu de niño pudiera caber el doble sentido que estos gráciles magos de la pluma y el pincel proporcionaban a sus personajes. Y es que uno se fijaba en la historia directa y en el colorido de los dibujos.

De la pluma del castellonense José Peñarroya, surgió Don Pío, un personaje al que he rescatado del olvido recientemente para repasar sus andanzas; y nuestro peculiar protagonista tenía ese doble sentido, claro que lo tenía, si no de qué iba a meter mano la censura de la época para llevar por el camino recto a este personaje.

Don Pío es un hombrecillo de mediana edad un tanto enclenque, con bigotito, y siempre viste chaqueta oscura, pantalón claro y remata con un bombín del que casi nunca se desprende. Su mujer, Doña Benita es clara y significativamente más alta y voluminosa que él. De hecho en la primera época, hasta 1950 más o menos, ejercía una actitud autoritaria hacia él, le atizaba con cierta habitualidad, lo tenía frito casi hasta el límite de la ¿separación?, aunque también sacaba la cara por él. Era una pareja española, llevada a lo satírico, es decir, ninguna pareja era ni es una balsa de aceite, y todos tenemos nuestros más y nuestros menos. Pero hete aquí que la censura de la época tomó cartas en el asunto y reconvino a Peñarroya para que dulcificara a los personajes, sobre todo a la esposa, porque no se podía consentir que se percibiera el más mínimo atisbo de ruptura matrimonial, todo tenía que ser perfeccionado y perfecto, todo había de discurrir según los cánones del régimen, o sea, una realidad imaginada en sus propias mentes.

Y así fue, Peñarroya decidió «cortarle» un poco las manos a Doña Benita y a partir de 1950 ya no fue tan cruel con su esposo, ahora su influencia sobre Don Pío era mucho más sutil. Por si fuera poco también le cambió el color del pelo, del negro «español», a un rubio moderno y ciertamente algo sofisticado. Y el remate del tomate para intentar solapar las diferencias familiares fue el instalar en la historieta al sobrino Luisito, que vivía con ellos en una especie de adopción irregular (quizá también era el reflejo de una época, donde estas situaciones estaban socialmente aceptadas), y todo ello porque no parecía muy de recibo que Don Pío y Doña Benita estuvieran en edad procreadora y era más fácil inventarse a este vástago impostado.

No fue el único cambio al que tuvo que someterse Peñarroya, también hasta 1950 Don Pío era un individuo que carecía de recursos y estaba siempre de trapicheos para llevar algunas perras al hogar, lo pasaba mal en verdad. Pero esto tampoco podía ser, en España nadie podía estar vagando por ahí para lograr su sustento, había que trabajar y había trabajo para todos (je, je), de manera que Don Pío progresó y fue colocado en una oficina donde ejercía su profesión como cualquier hijo de vecino, aunque nunca trascendía a qué ramo pertenecía.

Con estos ingredientes fue como verdaderamente nació el personaje para los restos, tal y como lo conocieron la mayoría de los niños de mi época, es decir, un hombre normal de clase media, con un trabajo decente, con una mujer algo dominantona y con un hijo (sobrino) para armonizar el hogar.

No obstante, Peñarroya continuó con sus sutilezas con el objeto de sacarle el jugo a su personaje. En el trabajo tenía que soportar a un jefe un tanto tirano y sin escrúpulos, y unos compañeros que se aprovechaban de la bonhomía de Don Pío.

Sí porque Don Pío pretende ser el hombre perfecto, el hombre que lo controla todo, que sabe de todo, que aspira a ser el mejor vecino, el mejor esposo y padre y, por supuesto, el mejor empleado de la oficina. Y es que su mujer medra mucho a ese respecto, pues siempre tiene presunción de ser más de lo que es, tiene ciertos aires de grandeza, porque quiere acercarse a amigos y conocidos que están en un escalón social y económico superior al de ellos. Por eso, el pobre Pío quiere ser el mejor trabajador y sus compañeros de trabajo no escatiman esfuerzos para dejarle las tareas más engorrosas y menos fructíferas, que las más de las veces no encuentran la recompensa a través de su jefe.

A todo esto la P de Pío, no sé si a caso hecho o por casualidad también, como he dicho antes, es la P de Perfecto; a Don Pío no se le escapa una, pero ese propósito de perfección es vano, porque nuestro personaje en su particular afán cometerá errores o despistes, porque no es ni puede ser lo que él quiere ser, y eso le lleva a terminar las historietas malparado.

Por cierto, que el personaje del sobrino Luisito pienso sinceramente que es lo menos acertado de la historieta, con su incorporación forzada, no aporta demasiado al personaje, más allá de la razón armonizadora, no es ni bueno ni malo, es muy plano, es un niño más; quizá podría haberle sacado más partido pero sus razones tendría Peñarroya.

Por último, no puedo resistirme a rescatar la opinión de Joan March, un historietista también de aquella época aunque más joven, que señalaba que el humor de Peñarroya y Don Pío no era explosivo como podía ser el de Ibáñez (padre de Mortadelo y Filemón), sino que era un humor más sutil, más de continuo, donde interviene mucho la fuerza del dibujo, y manifestaba que sería más entendible por los orientales que por los españoles, porque los españoles «somos un poco bestias».

Peñarroya nos dejaría en 1975 a la edad de 65 años proporcionándonos una decena de entrañables personajes que han quedado grabados en la historia de toda una generación.

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