"GUARDIANAS NAZIS", DE MÓNICA G. ÁLVAREZ

Me he aficionado últimamente a leer libros y ver películas o documentales acerca de la 2ª Guerra Mundial, especialmente aquellos relacionados con el holocausto, y obviamente no es porque tenga un interés morboso, sino que creo que con la divulgación de estos cooperamos a que, en primer lugar, nunca olvidemos esta barbarie para que no vuelva a repetirse y, en segundo lugar, para desmontar a esos grupúsculos que han surgido no hace mucho y que defienden que la «solución final» fue un montaje pergeñado por los vencedores de la contienda bélica, son los llamados negacionistas.

Precisamente este fin de semana que he estado fuera de mi casa en compañía de amigos, hemos tenido la oportunidad de echar buenos ratos de tertulia, y comentábamos al hilo de este libro que la humanidad tiene mala memoria y que se han venido sucediendo los genocidios, así se me vienen a la cabeza la feroz carnicería en Ruanda entre hutus y tutsis, el conflicto en la antigua Yugoslavia y actualmente lo que está ocurriendo en Siria, Mali, R.D. Congo, Sudán del Sur o Rep. Centroafricana. Es tal vez en África donde más enfrentamientos étnicos existen, y lo digo con conocimiento de causa; la lucha entre etnias está a la orden del día, y la gente mira muy mucho el tono del color de la piel, básicamente si eres más o menos negro.

También comentábamos que en una guerra, en una situación límite, no sabemos cómo puede reaccionar una persona normal como tú y como yo; como quizá le ocurrió a estas mujeres, a estas guardianas de campos de concentración, personas anónimas hasta ese momento, sin antecedentes de ningún tipo que hubieran inducido a pensar que se convertirían en bestias, y que hicieran del asesinato, de la depravación, de la crueldad su rutina.

Desde luego, se quedan cortos a mí y a cualquiera los sinónimos con los que se puede calificar lo ocurrido en estos campos de exterminio, supera la mente humana. Tan sólo con la muerte de una persona ya me parecería una barbaridad, pero es que fueron millones de personas las asesinadas, por una simple razón de limpieza étnica, pues muchas personas de las que murieron claramente no podían ser una amenaza para los nazis: mujeres, niños, ancianos, discapacitados... Fue el llevar una filosofía del horror, la de que hay razas superiores a otras, a sus últimas consecuencias.

El análisis de este libro nos refleja, como no puede ser de otro modo, un sinfín de situaciones en las que estas guardianas actuaron con una fiereza absoluta, propia de animales, de alimañas, que atrapadas por el sectarismo nazi las lleva a cumplir a rajatabla lo dictado desde arriba, cuando no a extralimitarse en el cumplimiento de sus funciones, y proporcionar previamente a una muerte segura un sufrimiento añadido a las víctimas.

La periodista Mónica G. Álvarez indaga en las andanzas de diecisiete guardianas nazis, en su perversidad, en sus aires de grandeza y superioridad, y amén de todo esto, en que muchas no fueron capaces ni de arrepentirse y en las más de las ocasiones negaron los hechos.

Resulta curioso que a esas guardianas que no tuvieron la más mínima piedad con sus víctimas, se les organizaran procedimientos judiciales con todos los visos de legalidad, en los que no se trataba de demostrar que hubieran colaborado en crímenes contra la humanidad, porque se podía alegar obediencia debida, sino que los abogados acusadores fueron buscando testimonios de supervivientes del holocausto para demostrar asesinatos directos provocados por cada una de estas mujeres. Es curiosa la delicadeza de los tribunales en este sentido ya que en muchos casos la ausencia de testimonios (porque no quedó nadie para contarlo o fue difícil de hallar) impidió severas condenas. Algunas terminaron en la horca, en su mayoría sin el más mínimo arrepentimiento, clara demostración del nivel de ausencia de humanidad al que llegaron estas supervisoras de los campos de exterminio; pero otras tuvieron condenas más cortas y que por buena conducta o por especiales razones de salud fueron puestas en libertad de forma anticipada, es decir, que se tuvo con ellas un trato de favor, el mismo que estos verdugos pudieron haber puesto en práctica, pero jamás fueron capaces de ofrecer a sus víctimas.

Es más, hubo algunas que en el caos del fin de la guerra se escondieron, se perdieron, rehicieron sus vidas y pasaron a ser amas de casa modélicas; pero algunos cazadores de criminales nazis (el más célebre tal vez fue Simon Wiesenthal) dieron con sus paraderos y muchos años después también tuvieron su juicio con todas las de la ley; y lamentablemente con el paso de los años estas bestias, ya maduras o ancianas, tampoco tuvieron el más mínimo atisbo de disculpa. Algunas, dicho sea de paso, terminarían eludiendo la justicia o cadenas perpetuas, y como han intentado llevar vidas absolutamente anónimas, podrían estar aún disfrutando sus últimos años de vida en algún recóndito lugar del mundo, tal vez tres puertas más abajo de tu casa.

Este libro, como toda la historia de esta barbarie, nos deja unos inolvidables (en el peor sentido de la palabra) nombres sonoros de los campos de concentración, palabras preñadas de sílabas y vocales, enrevesadas hasta que cuesta pronunciarlas, pero que cuando las tienes en la cabeza son fáciles de recordar: Auschwitz, Majdanek, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Stutthof..., hubo decenas de ellos, con su particular historia truculenta a sus espaldas y su testimonio de muerte y horror.

Las páginas de este libro no pueden dejar de sobrecogernos por más que hayamos leído, visto y escuchado lo que ocurrió en los campos de exterminio, aunque las personales vicisitudes de estas dieciesiete salvajes nos acerca a comportamientos que no caben en el espíritu humano, por mucho lavado de cerebro que hubiera. Como he dicho antes, llevaron hasta sus últimas consecuencias las órdenes recibidas, pero elevando al máximo nivel el dolor y la humillación de las víctimas, alimentando las más perversas fábulas, algunas que sólo de contarlas ponen la piel de gallina, de estas ejecutoras.

Los apodos que recibieron estas guardianas ofrece una pista de sus manejos: la sádica, la bestia, la de los perros, o el ángel de Auschwitz, referido este con siniestra ironía a la joven Irma Grese, en la que contrastaba su rostro límpido con la fiereza de sus acciones.

Alguna discordancia en la narración de la escritora es el único pero de este ensayo literario, especialmente porque a veces se pierde el hilo discursivo y le falta un pelín de organización, aunque es evidente que el fin justifica los medios, y que es más nutritivo el conjunto que las pequeñas pegas que uno pueda poner.

Para terminar no puedo eludir el comentar la fotografía de la portada, la cual es muy acertada, se ve en primer término a dos guardianas rubias con gestos poco agraciados, Irene Haschke y Hertha Bothe, con una pinta de brutas que espanta, mandíbulas prominentes y gesto severo el de Irene. Con la lectura del libro esa foto cobra más relevancia si cabe, hasta el punto de que puede producir miedo, de hecho, mi hijo ha visto el libro pulular estos días con mi casa y le he comentado muy de pasada de qué iba, así que el otro día no se pudo dormir pensando en la portada de ese libro y en sus terribles protagonistas, y le dije que ya no lo tenía, que lo tenía prestado, así que he tenido que terminarlo a escondidas.

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