JOSÉ MARÍA GARCÍA, OJO AL DATO, CON ÉL LLEGÓ EL ESCÁNDALO

JOSÉ MARÍA GARCÍA ES POSEEDOR DE UNA INFINIDAD DE FRASES HECHAS, OJO AL DATO
Salvo niños y jóvenes, dudo que haya alguien en este país que no conozca o sepa algo de José María García, el famosísimo periodista deportivo, azote de políticos y dirigentes deportivos a lo largo de muchísimos años, y que lleva más una década apartado de forma profesional de los micrófonos.

José María García creo que producía sentimientos encontrados en todo el mundo, yo por lo menos así lo experimentaba. A mí me gustaba que fuera ácido con aquellos que amasaban fortunas aprovechándose del deporte, que buscara el momento de gloria de deportes y deportistas minoritarios que con no poco esfuerzo trataban de superarse y se encontraban, por ejemplo, con que un ayuntamiento utilizaba sus instalaciones deportivas como almacén. Lo que menos me gustaba era que al final en sus programas se hablaba poco de deporte y sí de política deportiva o simplemente de política, y también que el trato que tenía con sus colaboradores era a veces abusivo, no era inusual que de los más cercanos se riera un poco y que a los pobrecitos locutores de provincias les pegara unas bullas impresionantes en vivo y en directo, con cientos de miles de escuchantes asistiendo al espectáculo.

Lo que no se le puede negar a José María García es que creó un estilo, una forma de hacer radio y, más que nada, el abrir un nuevo universo radiofónico, que no era otro que el de gestar un programa de éxito en el que se hablaba de la actualidad y opinión deportivas en un horario que hasta ese momento (comenzó realmente con cierta presencia con su proyecto Supergarcía en 1982, y lo mantuvo en diversas cadenas de radio) estaba perdido para las radios, las 12 de la noche, era una especie de nicho de mercado. Y García llegó para acompañar en sus veladas y en sus camas a muchísimos españoles, fundamentalmente hombres, que no conciliaban el sueño si antes no habían escuchado a este tipo menudo de verbo fácil y mordaz que cada día, cada noche, sacaba su látigo y castigaba sin piedad a aquel dirigente deportivo que hubiera cometido el más mínimo error.

Es evidente que a lo largo de los muchos años que estuvo en antena, veinte, cometió algún error, y a punto estuvo de dar con sus huesos en la cárcel, por extralimitarse en sus palabras (derecho al honor, calumnias...) y por enfrentarse a algún personaje que no le tuvo miedo y que le echó el pulso en los tribunales, adonde se le bajan los humos a muchas personas. No obstante, y a pesar de estas tachas, hay que decir que el efecto social, casi de servicio público, su influencia y el innegable poder que tenía, hicieron que lograra muchos de sus propósitos y que colaborara, como amante del deporte que eso no creo que nadie pusiera en duda, a que el deporte efectivamente se promocionara por los cauces debidos y sacara a España de ese estado de subdesarrollo deportivo que teníamos antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992; ese grano de arena más o menos grande también hay que agradecérselo a él.

Una de sus estrategias era casi similar a la de la tortura china, y es que como le diera por alguien no paraba, cada día de forma metódica lo machacaba hasta la saciedad; desde luego era su forma de llamar la atención y a fuer de ser sinceros que muchas veces conseguía el acoso y derribo de su objetivo, el cual prefería resolver lo que fuera, largarse o llegar a algún acuerdo, cuando no la absolución de García, lo cual no era fácil.

Hubo muchos mártires de su palabra, personajes que ahora desde la distancia, si recordamos sus crónicas, sus vicisitudes casi nos provocan una sonrisa, así, se me vienen a la memoria Pablo Porta, el que fuera el presidente de la Federación Española de Fútbol o José Luis Roca que también fue presidente de la misma Federación.

Tampoco se puede obviar que ese estilo de periodismo radiofónico estaba decorado por su chistosa y elocuente forma de enfrentar sus causas, sus frases hechas, sus giros, sus muletillas, su singular vocabulario aún perviven en nuestros días. Aquel famoso «ojo al dato», o el no menos celebérrimo «chupópteros y abrazafarolas», son dos ejemplos de las muchas aportaciones que José María García ha hecho al idioma español de la calle.

El ocaso de José María García vino precisamente porque otros periodistas sacaron provecho de la fórmula que tanto éxito le había proporcionado a él. Se instalaron programas de similares características en las radios generalistas a la misma hora que Supergarcía, incluso con locutores que habían crecido con él, y además más jóvenes, lo que hizo que el público comenzara a desplazar sus gustos. Tal vez la competencia más feroz, porque además el enfrentamiento era latente, fue la protagonizada por José Ramón de la Morena en la Cadena Ser con El larguero, el cual desbancó a García a mediados de los 90.

Alguna vez comentó que tenía una ilusión o una deuda con los españoles y era la de hacer un programa de televisión, con formato de radio al estilo de Carrusel deportivo, los domingos por la tarde; esto lo hacía La Sexta recientemente (creo que esta temporada ya no, imagino que por la locura de los horarios), aunque con dudoso seguimiento. Ese proyecto nunca vio la luz y, desde luego, si García hubiera estado al frente eso sería sinónimo de éxito asegurado.

Tuvo un problema José María García a mi parecer y es que el estatus y el poder que poseía lo endiosaron, y a veces ya era cargante, prepotente, demasiado chulo, y eso terminó por exasperar a la audiencia. ¿Colaboró en eso el que fuera multimillonario? Realmente lo era, primero porque lo decía y segundo porque las astronómicas cifras que se manejaban en sus años buenos eran de general conocimiento; eso le permitía hacer lo que le daba la gana y a veces se pasaba.

Y bueno, pasados los años, su aparición en medios de comunicación es más que esporádica, también es cierto que ha atravesado por un cáncer que ha conseguido superar. Ya no se le ve ni para el deporte ni para nada, y no estaría de más que en estos tiempos de crisis de valores, casi más dura que la económica, este hombre se dejara caer de vez en cuando por algún programa de debate para ilustrarnos con una opinión que seguro que no deja indiferente a nadie, tal y como ocurrió en su carrera profesional.

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