EL CUBO DE RUBIK, ENTRE EL ENTRETENIMIENTO Y LA PÉRDIDA DE TIEMPO

No sé en qué maldito o dichoso día se me ocurrió a mí hacerme con un cubo de Rubik, ese genial juguetillo que dicen que inventó casi de casualidad un profesor de arquitectura húngaro que dio nombre al juego.

Probablemente el año de la explosión en España del cubo fue finales de 1980 y principios de 1981 y se corresponde con el lanzamiento mundial como juguete, pues como invento de carácter técnico ya llevaba algunos años atrás patentado. Quizá mucha gente recuerde que se atribuía a Erno Rubik el invento de forma casual, como he señalado en el párrafo anterior, para enseñarles a sus supuestos alumnos de matemáticas ciertas lecciones, pero no fue así y fue fruto de un trabajo mucho más elaborado y muy adrede.

El cubo llegó a España y a las jugueterías de todas España con notable rapidez, imagino que alentado por lo barato que era, por aquella época no creo que costara más de quinientas pesetas. Y en cuanto lo vi, un juego en el que en teoría había que pensar, pues allí que haría mella en mis padres para que me lo compraran. Y digo que no debía costar mucho, cuando ni siquiera recuerdo que mis padres se negaran, y eso que no les gustaba que compráramos en barbecho objetos inútiles.

Apenas tardé en hacerme con lo que se denominaba «las fórmulas» para resolver el cubo, un grupo de unas diez fórmulas aproximadamente, que no eran matemáticas, sino una serie de movimientos que había que hacer de forma continuada para pasar de fase en fase. En dichas fórmulas se señalaba básicamente el movimiento simple o doble de los seis ejes existentes en el cubo, es decir, frente, trasera, izquierda, derecha, arriba y abajo. En aquel momento de mi infancia, en el que estaba pronto a pasar a la adolescencia, desconocía que, en realidad, se trataba de una serie de algoritmos de resolución de este geométrico ingenio.

Ni que decir tiene que me aficioné al cubo, que me gustaba mucho y que casi me envicié de todas todas, con lo que me he tirado muchísimas horas de mi vida haciendo y rehaciendo el cubo de Rubik. ¿Fue tiempo perdido? No lo sé, fue un entretenimiento más, aunque desconozco si esto tuvo algún fin beneficioso en mis neuronas.

Lo que he de decir es que aquellas famosas fórmulas que todos los que teníamos el cubo las teníamos apuntadas a boli en un papel, se perdían a los pocos días, una vez que ya te las sabías de memoria y eras capaz de reproducir los movimientos sin la correspondiente chuleta.

He jugado tantísimas veces al cubo, yo diría que miles, que me puedo pasar varios años sin jugar al cubo y tengo grabadas en mi memoria las fórmulas de forma mecánica sin necesidad de tener que escribirlas, es como el padrenuestro; creo que no las olvidaré jamás.

Es tal, la fijación de esos algoritmos en mi cerebro que cuando alguien se ha interesado por las fórmulas, poca gente bien es cierto, pues uno tiene que pararse e ir apuntando los movimientos; y no es fácil porque la mente y las manos van demasiado rápidas y si hago los movimientos lentos para apuntarlos me lío; es imposible, es como si hubiera un una especie de conflicto en mi cerebro que me impide ralentizar una acción tan mecánica y tan alojada en lo más profundo de mis sesos.

En cualquier caso, lo cierto es que el cubo ha sido mi fiel compañero de viaje en muchos momentos de mi vida, y siempre tengo uno de cerca de mí. Recuerdo con viveza aquella vez en la que yo estaba en 8º de EGB y me seleccionaron en mi colegio junto con dos compañeros más, para representarlo en el Concurso de redacción de Coca Cola (por cierto, creo que sigue existiendo) allá por 1982. Tenía muchas ganas de acudir a la fase provincial, que era en Jaén, porque era muy prestigioso y para la selección del colegio hice una buena redacción, una mezcla de poesía y medio ambiente. En esa fase provincial acudí, para inspirarme, con mi cubo, y hasta la chica que controlaba el aula me preguntó si sabía hacerlo y le dije que sí. Estaba claro que estaba haciendo un alarde, quería demostrarle al mundo que yo sabía hacer el cubo de Rubik. Mi destreza, dudosa destreza, se combinó a la postre con una horrible redacción (el tema era «el Mundial 82 de fútbol»), carente de inspiración y yo definitivamente me fui de aquella aula de un Instituto de Jaén con la sensación de que había escrito una birria.

Siempre he tenido una ligera frustración con respecto al cubo, y es que de vez en cuando veo en la tele a jóvenes haciendo el cubo en apenas diez segundos, y yo ni en el mejor de los casos jamás lo resolví en menos de un minuto. Desde luego, que aquellos monstruos lo manejaban con mucha más rapidez que yo, ¡qué montón de días de prácticas y cuántas noches sin dormir!

También hay algo que impidió que yo resolviera más rápido, a lo mejor diez segundos de media más veloz, y es que había cubos y cubos, o para ser exactos hay cubos y cubos. Están los buenos y están los de los chinos, y yo creo que siempre tuve uno de los chinos, con las piezas huecas y unos ejes giratorios de mala calidad que engarzaban nada más que regular, y que en cualquier movimiento rápido saltaba por los aires algún elemento.

Por cierto, en su concepto la resolución del cubo no puede ser más fácil y lógica, primero se resuelve una corona, después la segunda sin deshacer la anterior, y finalmente la tercera, la más laboriosa y con más fórmulas, con la que se llegaba al éxito final de completar el cubo.

Con el tiempo descubrí que esos ases del cubo que batían récord tras récord y que resolvían el juguetito antes de que cantara el gallo, estaban utilizando otro tipo de fórmulas. Yo aprendí el sistema tradicional, el creado por el profesor Singmaster; posteriormente matemáticos y mentes lúcidas idearon otros métodos mucho más rápidos basados en otros algoritmos, y ahí me quedé yo, lo cierto es que no descarto alguna vez aprender esas soluciones, pero tendrían que dejármelas muy claritas, porque a veces tengo fallos de memoria, será por la edad.

La gracia del cubo, en mi opinión, está en que nunca resuelves uno igual, hay pequeñas estrategias que cambian en función de la disposición de las piezas, y a ello contribuye las nada menos que cuarenta y tres trillones de permutaciones posibles, sí amigos, para estar varios siglos jugando sin encontrarte un cubo igual a otro.

Se sacaron muchas variantes del cubo, y ya no he querido tentar a la suerte, porque caigo rápidamente y si algo me gusta me engancho como si fuera un adicto y luego me cuesta trabajo deshabituarme. Y lo dicho ayer localicé uno en mi casa de tamaño mini y lo volvía a hacer, sin problemas.

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