LA PERIPECIA DE EDDIE "EL ÁGUILA" EDWARDS, UNA DE LAS GRANDES RAREZAS EN LA HISTORIA DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE INVIERNO

Tenía ganas de sacar algún articulillo relacionado con los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi que en estos días se celebran en esa ciudad de vacaciones rusa, y no lo digo de forma baladí esto último, pues ya se está viendo que en esa ciudad propiamente no hace demasiado frío, está a orillas del Mar Negro y simplemente es una ciudad «pija» adonde acuden muchos nuevos ricos rusos.

Estuve dándole vueltas entre escoger alguna especialidad deportiva tan poco común por estas latitudes y a la que sólo accedemos, por razones obvias, cada cuatro años; o escribir acerca de algún sufrido deportista español que se ha hecho un hueco en la élite de estas gélidas disciplinas gracias a su esfuerzo y su bolsillo, dado que las infraestructuras en España apenas permiten su práctica, generalmente porque no existen.

Y es que la gran diferencia entre un deporte de invierno y un deporte de verano es, resumiéndolo mucho, la nieve. O sea, que atletismo lo puede practicar todo el mundo, y el esquí de fondo yo jamás podré practicarlo a no ser que me gaste los cuartos para ir de vez en cuando a Granada. Todo esto implica que unos Juegos de invierno sean mucho más exclusivos que los de verano, en los que apenas hay una treintena de países con opciones de medalla, a saber, los europeos, Canadá, Estados Unidos, Australia, China, Japón y Corea del Sur.

Esta exclusividad nos hace ver raro que algunos deportistas de ciertos países exóticos acudan a una Olimpiada de invierno; puede estar justificado cuando alguien está afincado en un país invernal y compite por ese país, pero hay otros casos más rocambolescos. De algún modo podría ser el caso del español Ander Mirambell, un barcelonés que se empeñó en hacerse deportista de élite en la especialidad de skeleton (esos que se lanzan por un tubo de hielo a velocidades supersónicas), cuando no hay ni una sola pista en España ni visos de que se vaya a construir a medio plazo. El propio Ander se dedica a practicar las salidas en las playas de su tierra para no perder la forma en el período estival.

Tal vez el caso más paradigmático y mediático a la vez fue el del equipo jamaicano de bobsleigh que compitió en Calgary 1988, y es que a algún entrenador estadounidense residente en el país caribeño se le ocurrió este simpático proyecto, aseverando que un grupo de veloces morenos, que los hay y muchos, podrían hacer una salida muy rápida, una de las claves de este deporte, y compensar la falta de técnica en el circuito. Aquella historia un tanto curiosa fue tan sonada que hasta la factoría Disney llegaría a hacer una película, «Elegidos para la gloria», en la que se escenifica de forma distendida el devenir de estos aventureros. La historia, por cierto, no ha tenido fin, pues ya es muy habitual ver competir al equipo de bobs a cuatro jamaicano en las pruebas de la Copa del Mundo y, por supuesto, están presentes en Sochi 2014.

Pues nada que revisando los participantes de estos Juegos, el que más me llamó la atención fue un deportista de Tonga (país que se caracteriza en el deporte por tener una muy buena selección de rugby). Un paradisíaco país enclavado en la Polinesia Occidental y con apenas 100.000 habitantes. En estos días los medios de comunicación se han hecho eco de la sin par historia del tongano Bruno Banani, que compite en luge (más o menos como el skeleton pero boca arriba), que no se llama así sino Fuahea Semi, y que se ha cambiado el nombre por este otro más occidental que no es ni más ni menos que la marca alemana de ropa interior que lo patrocina, pues es en Alemania adonde se ha ido a vivir para poder competir en el luge.

Pero, lo dicho, en muchos medios de comunicación ya se ha divulgado esta noticia curiosa y que le da ese toque anecdótico, que siempre lo tienen los Juegos Olímpicos tanto de invierno como de verano, y fue esta historia la que me llevó a otra no menos rocambolesca que yo recordaba de pasada en mi memoria, pero que merece la pena echarle un vistazo, nunca mejor dicho, y es la de Eddie «el Águila» Edwards.

Tal vez lo primero que llame la atención es que este personaje no procedía de ningún país exótico, era británico y su nombre saltó a los medios de comunicación, al igual que los jamaicanos, en Calgary 1988. Este deportista llamado en realidad Michael Edwards, integraba el equipo de su país en esquí alpino, y ya se sabe que en Gran Bretaña son tan nulos como los españoles para los deportes de nieve y con esquís. Con todo y con eso, luchó con denuedo para participar en los Juegos previos de Sarajevo 1984, pero no pudo entrar en la selección definitiva. Pero este tipo tenía un sueño que era el de ser olímpico, y ya que su proyecto en esquí alpino no se consumaba, decidió a cambiarse a una especialidad sin ninguna tradición en su país, y así de ese modo, con un poco de práctica, ambición y suerte, podría ser olímpico.

Así fue, se decidió por los saltos de esquí y existen controversias en cuanto al modo en que entrenaba, la versión más razonable es que siendo un buen esquiador alpino, aunque le faltaba un punto para llegar a la élite, aprovechara sus estancias en otros países para probar la nueva disciplina, eso sí, todo de su propio bolsillo; no obstante, algunos maledicentes señalan que los entrenamientos los hacía en su país, donde no existen trampolines en estaciones invernales, saltando desde autobuses londinenses de dos pisos desguazados y, en teoría, pegándose un golpe tras otro; esto sinceramente me parece muy rebuscado, aun cuando alguien pudiera encontrar un sistema en «tierras de barbecho» para practicar este tipo de saltos tan específicos. Lo que sí ha trascendido es que consiguió unos esquís de salto con botas incorporadas y no eran de su número, con lo cual hacía sus entrenamientos enfundado en varios pares de calcetines gruesos.

Pero, la historia que en su origen puede ser más o menos normal, no lo fue tanto si atendiésemos a la imagen de Edwards, un tipo absolutamente cegato, con muchísimas dioptrías de miopía y que siempre competía con unas enormes gafas de «culo de vaso»; ahí sí que podíamos concluir que su imagen era de chiste o de cómic, más parecido a Mortadelo que a un deportista olímpico.

El porqué competía con esas gafas y no se operó antes, que hace veinticinco años ya existían esas operaciones, lo desconozco; lo cierto es que las gafas aparte de darle esa imagen tan cómica (y la cara tampoco acompañaba, quizá por su mandíbula prominente), le dificultaban practicar este deporte, toda vez que sobre ellas se colocaba casco y gafas o máscara superpuestas, lo que le provocaba que no pocas veces las suyas propias se le empañaran.

Imagino que él pensaría «a mí qué, yo voy a ir a unos Juegos Olímpicos». Para hacer más singular si cabe esta historia, este Eddie Edwards era yesista de profesión, oficio bastante disonante con los deportes de invierno y con cualquier deporte. No tenía que ser muy malo el muchacho en el arte (auténtico y lo digo con convencimiento) de pegar yesos en las paredes, porque la llamada para esos Juegos de 1988 le vino cuando trabajaba en Finlandia.

Sus logros deportivos en Calgary 1988 fueron inversamente proporcionales a la fama que adquirió, había nacido para la historia Eddie «el Águila» Edwards. En esos Juegos logró la 55ª plaza de 56 competidores, el último fue descalificado, y su mejor salto tenía la mitad de distancia aproximadamente que el ganador, el finlandés Matti Nykänen.

Honradamente hay que decir que no lo hacía tan mal; su salto efectivamente no era muy largo, pero el estilo era el mismo que utiliza un saltador en la actualidad; imagino que aparte de ganas le faltaría mucha técnica. Aquí viene una de las controversias que no he podido verificar, que es la de cómo sobrevino el apodo, mi hipótesis es que fue un irónico apelativo proyectado por sus muchísimos fieles seguidores, y otros también con un poco de mala idea señalan que era porque en sus saltos batía ligeramente sus manos para equilibrarse, como un águila. Lo cierto es que el vídeo que hay en «youtube» (recuerdo que no me gusta poner enlaces, pero con sólo poner el nombre ya se encuentra), no se aprecia que mueva las manos más de lo que lo hacían los profesionales.

Eddie no había ganado nada, pero sí el reconocimiento del público y hasta el recordatorio del Presidente del Comité Organizador, Frank King, en la ceremonia de clausura de aquellos Juegos, hizo alusión a este personaje señalando algo así como a organización: «En estos Juegos, algunos competidores han ganado el oro, otros batieron récords, y algunos de ustedes incluso hasta voló como un águila». Y parece ser que entonces todo el estadio se levantó aclamando el nombre de Eddie.

Total que Edwards se hizo famoso por esa especie de fracaso heroico, por ese empeño denodado en ser olímpico y, además, casi autofinanciándose y quiso seguir perseverando en su proyecto olímpico, pero no tardarían en aparecer voces discordantes entre saltadores y mandatarios deportivos que afirmaban que un competidor de su nivel casi era una burla para esa disciplina deportiva. Así que las presiones sobre el Comité Olímpico Internacional obligarían a este a cambiar las normas de acceso a unos Juegos y que se resumía en que se obligaba a los atletas a participar en competiciones oficiales a nivel internacional y a clasificarse por lo menos una vez entre los cincuenta primeros u obtener una marca dentro del 30% tomada como referencia la marca del primero.

La paradoja de todo esto es que este cambio normativo se denominó oficialmente «Eddie the Eagle Rule», es decir la Regla de Eddie el Águila, y precisamente la regla a la que dio nombre nuestro personaje fue la que le impidió participar en los Juegos siguientes de 1992, 1994 y 1998, y eso que lo intentó además de contar, ahora sí, con algunas ayudas, gracias a la fama adquirida.

A decir verdad, la vida ya no fue la misma para Eddie Edwards, ya se hizo famoso en Gran Bretaña para los restos y sus apariciones en televisión no han cesado desde entonces; yo lo comparo en cierta manera, por lo mediático, con el nadador español de grandes distancias David Meca.

Eddie haciendo publicidad y sacando partido de su historia
Pues haciendo un breve recopilatorio Eddie escribió un libro contando su historia, grabó una canción en finlandés que fue un éxito en ese país, se sacó la carrera de Derecho, hizo anuncios de televisión, participó como colaborador en programas de radio y televisión, entre ellos los internacionales «Mira quién baila», «Wipeout» o «Splash», incluso había por ahí un proyecto de hacer una película de su peripecia olímpica pero no llegó a fraguar.

Y a todo esto, Edwards se operó de la vista y abandonaría para siempre esas ridículas gafas que tan famoso le hicieron y, por supuesto, no ve más yeso que el que encierran las paredes de cualquier edificio. Él podrá haber cambiado la imagen, pero nunca podrá ser olvidada su expresión y su rostro en aquellos míticos Juegos de 1988.

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