LOS ROPER, LA SECUELA PERFECTA

Al que se le ocurrió inventar la Coca Cola no se hubiera imaginado jamás que no tendría que hacer publicidad, aunque la hace, porque es tal su fama que sin querer su marca aparece en cualquier escenario difundiéndose gratuitamente por los lustros de los lustros. Ese artista experimentaría una satisfacción absoluta, una especie de halo de triunfalismo. Una sensación similar debieron experimentar los productores y creadores de la serie británica «Un hombre en casa» que hace unos meses ya abordé en este blog, y es que una de sus secuelas, de las tres que tuvo, nació prácticamente con el éxito garantizado, «Los Roper», al menos en España, donde sin duda, esta serie fue mucho más popular que su matriz.

Fue tal el calado de esta serie en nuestro país que se popularizaron muchos dichos que hacían alusión a esta pareja, del tipo de «trabajas menos que los Roper». De hecho, el principal apego de los Roper con nuestro país, fue que en España no se llamó por el nombre original de la serie que era «George & Mildred», sino directamente por el apellido de los personajes de este singular matrimonio, Roper.

La secuela en sí representa a esta parejita que se muda de barrio y lo hacen a uno más refinado y menos acorde, inicialmente, con su clase social. De hecho, este detalle será muy tenido en cuenta por los vecinos Fourmile, especialmente por el padre de familia, Jeffrey, un tipo estirado y pedante, bastante politiquillo, que no podrá aceptar jamás que tenga al lado de su hogar a una familia que no es de su estatus.

A la postre las tramas de la serie alternarán el hogar de los Fourmile y los Roper y muchas veces se entrelazan las mismas. Tal vez ese talante un tanto displicente y clasista le genera demasiados problemas al tal Jeffrey, evidentemente porque se pasa de listo, y esa es una crítica que los creadores quieren acentuar en la serie.

De hecho, por suerte para los otros miembros de la unidad familiar, no se impregnan de ese carácter. Su hijo de unos siete u ocho años Tristán es un niño normal, revoltoso, vivo, al que no le importa mezclarse con niños de «otros barrios» y que, para colmo de su padre, hace buenas migas con George Roper, juegan a las cartas con dinero y otras aficiones mundanas.

La mujer de Jeffrey Fourmile, Ann es una encantadora ama de casa que se dedica a las labores familiares con mucho tacto, incluyendo al pequeño Tarquin que nacerá en la tercera temporada. Básicamente ella es la principal artífice de mantener buenas relaciones con sus vecinos, y traba una cierta amistad con Mildred; esto lógicamente sacará de quicio a Jeffrey.

Ahora bien, ¿en dónde residía el éxito de los Roper en España? Pues yo creo que pese a ser una serie británica, con humor británico, muchos guiños de la serie se veían reflejados en la sociedad española: el vago (George Roper), la que quiere aparentar socialmente más de lo que es (Mildred Roper), las reiteradas desavenencias familiares que no llegan a mayores porque ¡al final se quieren!, las dificultades económicas y los consiguientes malabarismos que hay que hacer con el presupuesto... ¿Quién no ha visto o vivido alguna vez alguna de estas situaciones?

Y es que si algo caracterizaba a los Roper era su permanente estado prebélico, parecía que siempre iba a estallar la guerra, pero jamás llegaba la sangre al río, porque se necesitaban mutuamente o porque terminaba el capítulo con la metedura de pata generalmente de George, pero a la entrega siguiente todo volvía a la normalidad. El resumen de lo que era la serie se podía observar en la cabecera que siempre era muy divertida y con música al hilo.

Curiosamente, en contra de la mala fama de George Roper, que quedó para los restos como el tipo más gandul de Inglaterra, en algo trabajó. En la serie, de hecho, consigue trabajo como agente controlador de aparcamientos, pero su afán arbitrario por colocarle multas a todo el mundo, provocará que lo larguen con cajas destempladas del Cuerpo, pese a que su mujer hará todo lo posible y lo no tan posible, incluidas insinuaciones a su jefe, para evitarlo. Mientras no trabaja, abusa del Estado británico, cobrando eternos subsidios de desempleo, y esa pequeña cantidad con la que se subvenciona a esta familia le es más o menos suficiente para vivir modestamente, para quebranto de Mildred que desearía estar en una posición superior, por eso a veces tiene que tirar de sus ahorros personales. George, por su lado, es el típico tacaño para su casa pero excelso para sí, ¿qué menos?

No obstante, a salvo de este intento de insertarse en el mundo laboral, la vida de George es bastante bohemia, por decir algo. Se dedica a cuidar sus plantas, a su pececito Mobby Dick, a beber cerveza negra en su casa o en el pub y cuando podía gorroneándosela al vecino. Es muy aficionado a la tele, a los dardos y a las chapuzas y como es imaginable es un chapucero de considerables proporciones.

Hablando de chapuzas, de vez en cuando se colaba en la serie, el diplomado en chapuzas Jerry, un tipo que también salía en la serie matriz de «Un hombre en casa» y que se reivindicaba como el certero compañero de George para todo tipo de asuntos turbios, incluyendo arreglos de cierta envergadura en casa, donde el bueno de Jerry daba rienda suelta a su escasa cualificación para culminar unos desastrosos trabajos que hacían bueno el dicho ese de «lo barato sale caro».

Pero lo que sobresalía por encima de todo en cada capítulo era esa extraña relación sentimental entre George y Mildred, una Mildred aparentemente fogosa y un George huidizo de cualquier contacto físico por pequeño que fuese, hasta un simple beso le superaba. Esa expectación sobre si los Roper consumarán el matrimonio se mantendrá a lo largo de toda la serie con el triste resultado que más o menos todo el mundo conoce.

Mildred, por su parte, perseverará en ese anhelo de situarse en una escala superior en la sociedad británica que lo que le corresponde por su economía, pero su marido no da para más, y ella pues sinceramente se las da de lo que no es porque a veces también mete la pata, por esa manía de aparentar, y dicho sea de paso tampoco hace nada por trabajar.

Se sucede a lo largo de la serie una curiosa relación con una de las hermanas de Mildred, Ethel. Esta ha tenido la fortuna de casarse con Humprey, un tipo al que le han ido bien los negocios en el sector ganadero y eso les permite vivir de forma holgadísima. Los choques entre ambos matrimonios eran proverbiales, ahí Mildred no se cortaba ni un pelo y le tiraba a su hermana a muerte; pues la hermana aprovechaba cualquier situación para hacer alarde de sus riquezas ridiculizando a los Roper. George también entraba al trapo ridiculizando a su vez a sus cuñados, porque este Roper era de una pasta única, capaz de hacer lo que le viniera en gana sin cortarse un pelo.

La serie estaba protagonizada por los actores Yootha Joyce (Mildred) y Brian Murphy (George), este último magníficamente doblado en España por la característica voz de Rafael de Penagos y que multiplica, más si cabe, la vis cómica de George Roper.

Fueron treinta y ocho capítulos a lo largo de cinco temporadas, entre 1976 y 1979; y quizá lo que nunca trascendió demasiado en la audiencia española es que no estaba previsto que la serie se cerrara, aunque sí que se iba a tomar un paréntesis, pero la actriz que encarnaba a Mildred moriría en el verano de 1980 a consecuencia de un fallo hepático derivado de su adicción al alcoholismo, una larga batalla, señalan las crónicas, que manifiesta que llevaría varios años con esa cruz. Esta truculenta faceta de Yootha Joyce no fue conocida, al parecer, por prácticamente nadie, y todos la recordaban como una profesional como la copa de un pino, sin que en ningún momento su enfermedad se antepusiera en su fantástico manejo del personaje. Su marido en la pequeña pantalla estuvo a su lado en la cama del hospital donde Mildred Roper (Yootha Joyce) nos diría adiós con cincuenta y tres años.

Por supuesto, la serie con esa extirpación brutal de uno de sus personajes principales no tenía sentido que continuara, ni tan siquiera en una secuela, pero los Roper ha quedado para siempre en España como la mejor comedia británica de la historia.

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