"EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA", DE ROBERT FISHER

No, sinceramente no, este libro yo jamás me lo hubiera comprado, pero el otro día acompañando a una compañera de trabajo y amiga a la biblioteca municipal me recomendó que lo leyera. Es uno de esos libros que se vienen denominando de autoayuda y a los que no les hurto su interés y su servicio para muchas personas. Y ya digo, no es un libro que yo hubiera adquirido, básicamente porque para leer soy más aficionado a la novela, y porque tal vez, no digo que no necesite de vez en cuando leer algún libro de estos, pero a lo mejor es que no me gusta rebuscar demasiado en mis sentimientos.

No obstante, atendiendo a la grata invitación de mi amiga, le dediqué el tiempo preciso para leerlo y ahondar un poco en él, y de paso con esta obligación impuesta a mí mismo, no me resisto a comentar una breve y humilde reseña en esta bitácora.

Esta obrita se fundamenta en esa especie de coraza o armadura que todos tenemos, unos más y otros menos, y que nos hace darnos a los demás, de forma diferente a lo que somos en realidad, de tal guisa que de tanto hacernos pasar por lo que no somos de veras, al final terminamos siendo ese revestimiento y no la esencia.

Pues sí, a cuánta gente no le ha ocurrido eso en su vida, las circunstancias, su existencia, su día a día, le han hecho forjarse una pantalla o una máscara que a base de convivir con ellas cotidianamente, cuando han querido retroceder ya era imposible, la armadura ya se ha oxidado. Convivimos, es verdad, con personas que sabemos a ciencia cierta que antes no eran así, ¡innumerables veces hemos escuchado esto!, pero se han colocado un peto que lamentablemente es siempre peor opción que la de dejar ver lo que uno tiene y es.

El autor de la obra nos desvela en la contraportada que no estamos ante un libro, sino ante una experiencia que expande en nuestra mente. Es obvio el interés didáctico del libro, que se corresponde, además, con su ligera extensión, lo cual es garantía de éxito, porque aunque no es un cuento está escrito como si lo fuera para hacerlo más ameno, y además con un lenguaje claro, sin ambigüedades, hasta cierto punto simpático. Por cierto, fabulosa la traducción de Verónica d’Ornellas, que recoge punto por punto las claves que a buen seguro el autor pretendía transmitir.

A este virtuoso caballero le pasa lo que también a mucha gente, que es absorbido por sus tareas caballerescas, como garante de la salvaguardia y sostenimiento de su prole, y eso le hace distanciarse de su propia existencia y es otra muralla más que pone entre él y su familia. Su trabajo le justifica a él mismo, pero es evidente que su familia hay un momento en que ya no piensa igual. Y como no puede ser de otro modo, cuando el caballero quiere reaccionar existe un abismo insalvable.

Por suerte para el caballero y para todo ser humano siempre hay luz al final del túnel, y él tendrá la oportunidad de introducirse en una senda de valores, ayudado por unos personajes, que son básicamente su propia conciencia, en la que tendrá que superar una serie de retos que no son ni más ni menos, que el difícil recorrido para volver a ser lo que uno fue (o es y está recóndito). Así los castillos del Silencio, del Conocimiento y de la Voluntad y la Osadía, se presentan como espacios para el encuentro con uno mismo, donde el caballero va recuperando su esencia y desembarazándose de esas ataduras aherrojadas; son espacios en los que necesariamente el caballero va adquiriendo un tono cada vez más optimista a base de ir descubriendo las potencialidades que tiene verdaderamente y que había enterrado por las circunstancias de la vida.

Dice bien el autor Robert Fisher en uno de sus pasajes que todos ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos, y al final terminamos atrapados. ¿Y no puede haber algo más bonito que ser nosotros mismos sin más?

Del mismo modo, en un mensaje contra el materialismo el autor critica el exceso de superficialidades que nos rodean, el límite de lo necesario y de lo superfluo no sabemos disgregarlo, y terminamos mezclando la necesidad con la codicia.

Lo que desconocía, una vez que leí el libro, es que el autor ya falleció (en 2008) y que no era reciente ni mucho menos. Se escribió en 1989, aunque eso sí, dada su temática, atemporal, está plenamente vigente.

Es evidente que todo tenemos una armadura, sin ser presuntuoso, la mía no está oxidada y puedo quitármela bien; sé cuando debo ponérmela y cuando ya no la necesito, lo hago a diario. Espero que en este trasvase no se me queden restos de la misma, creo que no. La pena es que este libro no siempre caerá en las manos del que verdaderamente lo necesita, ese que oye pero no escucha, ese que se cree el mejor del mundo y está convencido de que él no necesita ayuda.

La clave del libro está en confiar o en creer, y el autor lo dice bien: en la vida, en la fuerza, en el universo, o en Dios, lo que cada uno quiera.

La lectura del libro me permitió días atrás una breve tertulia con la compañera y amiga que me lo recomendó. Ahí pude apreciar con mayor precisión la fuerza del libro, el soporte que puede suponer y el refuerzo de la personalidad interior tan sojuzgada por la exterior (la coraza). Ella apreció que me costaba abrir ese interior, es verdad, a mí me cuesta hablar de intimidades y ni yo ni nadie debiéramos perder ese saludable y vital hábito.

Tristemente vivimos en un mundo donde es más fácil insultar a alguien que decirle «te quiero».

Hace no mucho me mandaron una de esas citas que, como mantras, se cuelan por Twitter o Facebook, a veces aburren y uno ni las lee, es como si fuera el nuevo apostolado social del siglo XXI, porque luego te encuentras al que te las manda por la calle y nada de dice. No obstante, el otro día recibí una muy buena que, de algún modo, tiene relación con este libro y decía algo así como: «Es fácil quitarse la ropa, pero abrir el alma, eso sí que es estar verdaderamente desnudo». Pues eso, abramos un poco más el alma, yo también, e intentemos recuperar nuestra esencia, pues la versión original y natural siempre será la mejor.

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