HERMINIO MENÉNDEZ, RAMOS MISIONÉ, CELORRIO Y DÍAZ-FLOR, UN CUARTETO DE PIRAGÜISTAS PARA LA HISTORIA

Quiero pensar y así estoy convencido de que desde muy chiquitito ya me gustaba el deporte, tanto practicarlo como verlo, de hecho, tengo conciencia de que desde que tengo uso de razón ya estaba enganchado a la tele viendo tal o cual acontecimiento deportivo, así recuerdo mi primer Mundial de fútbol en 1974 (Alemania) y mis primeros Juegos Olímpicos en Montreal 1976; y antes de eso la nada, pues en 1974 yo tenía seis años y mis primeros recuerdos sólidos se sitúan en los cinco añitos aproximadamente.

Pues eso, mis primeros Juegos Olímpicos fueron en Montreal y de ellos tengo un tenue recuerdo, como chispazos en mi mente. Curiosamente no se vivía en España un idilio con los deportes como ahora se vive, que tampoco, porque ahora es todo fútbol, fútbol y más fútbol, básicamente como antes, aunque matizado. Así que no habiendo hace cuarenta años una cultura deportiva firmemente asentada en la población, más allá del fútbol, que por su manera de desarrollarse es casi el antideporte por antonomasia, pues a mí ya me iba gustando de infante todo lo que tenía que ver con competición en todo tipo de disciplinas.

La realidad es que damos por hecho que España es un país desarrollado en materia deportiva y que acudimos a los Juegos Olímpicos con muchas expectativas de medalla, no es exactamente así, porque hay países menos poblados que el nuestro y menos desarrollados económicamente donde se trabaja el deporte de forma mucho más planificada y científica que aquí; el caso paradigmático quizá sea Cuba, especialista en varias disciplinas deportivas, no en muchas, que es capaz con tres o cuatro deportes fuertes (boxeo, judo, lucha y atletismo), de situarse siempre por encima de España en la clasificación del medallero.

En España tenemos muy desequilibrados los esfuerzos, amén de que la inversión en infraestructuras y estructuras deportivas deja mucho que desear, esto hace que nuestra posición en dicho medallero siempre se sitúe de forma natural por detrás de no menos de veinte países. Y no hablemos de los Juegos Olímpico de invierno, porque seguimos como siempre, es decir, sin medallas, aunque hay que reconocer la labor de algunos/as valerosos/as que se buscan la vida hipotecando su vida, por amor a su pasión. Con todo no es peor que hace apenas treinta años en los «deportes de verano», donde nuestra presencia en dichos Juegos era casi testimonial, a excepción de algunos lobos solitarios que esculpían artesanalmente su preparación física, su planificación y la búsqueda de fondos.

El punto de inflexión del cambio de tendencia no radical pero sí sólido, vino con los Juegos de Barcelona, donde dimos el do de pecho y logramos veintidós medallas, de las cuales trece de oro, encaramándonos al sexto lugar del medallero. Desde entonces, sin contar esa excepcional participación en nuestro propio país (mientras no se demuestre lo contrario que Barcelona es España), la media actual de medallas ronda las diecisiete.

Sólo con las medallas de Barcelona casi igualamos el total de las conseguidas en toda la historia de nuestro país hasta ese momento. De hecho, hasta aquella fecha yo casi me sabía de memoria todas las que habíamos conseguido, ya que tampoco eran tantas. Recuerdo que Correos, después de Barcelona sacó una colección de sellos rindiendo homenaje a todos nuestros medallistas históricos, ahora ya sería impensable, porque ya tenemos unas cifras más consecuentes para la situación económica, social y deportiva de nuestro país, aunque siempre opinaré que nunca es suficiente y seguimos algo subdesarrollados en relación con los países de nuestro entorno.

Haciendo un rápido análisis del medallero histórico de España se podrían sacar más conclusiones aún. Desde los primeros Juegos Olímpicos en los que participamos, los de 1900 en París hasta Munich 1972 inclusive, habíamos ganado nueve medallas. Y hubo una pequeña vuelta de tuerca en los cuatro Juegos que hubo entre 1976 y 1988 donde se alcanzaron un total de diecisiete, unido a que en estos años hubo sucesivos boicoteos de cariz político.

Pues bien, en ese recuerdo preclaro de las medallas que conseguíamos en esos años, que por su escasez eran fáciles de retener en la memoria; honestamente no sé si será mi primer recuerdo de un acontecimiento deportivo en los Juegos Olímpicos, pero estoy seguro de que fue el primero que viví con intensidad. Se trataba de un deporte de esos que te parecían raros y que tú ni por asomo pensabas que lo podrías practicar en tu vida, el piragüismo.

Y mira por dónde que en Montreal, no teníamos a uno ni a dos ni a tres, sino a cuatro hercúleos jóvenes que en una larga canoa estaban dispuestos a plantarle cara a todo el mundo mundial, ¡qué bárbaro! Para colmo quiso la suerte y el destino que no se llamaran López, Pérez o Sánchez, sino apellidos menos comunes y que unidos los cuatro como una especie de salmodia forman parte de la historia del deporte español para siempre.

Efectivamente ese increíble mérito les correspondió a Herminio Menéndez, Ramos Misioné, Celorrio y Díaz-Flor, el mítico equipo de K-4 1.000 metros de Montreal '76. Fue una unión realizada ex profeso, considerando que procedían de puntos diversos de nuestro país: un gallego, un catalán, un asturiano y un ceutí; probablemente se buscara a los piragüistas individuales más potentes y se les sugiriera este proyecto que nació en noviembre de 1972. El caso es que lo de este éxito no era flor de un solo día, los nuestros venían con la vitola de campeones del mundo y eran el rival a batir. Ya, tras la conquista del entorchado mundial se quejaba nuestros deportistas amateur (o sea, que no eran profesionales) de que poca repercusión tuvo ese triunfo y le tenían que poner dinero a su afición y mucho sacrificio.

Únicamente 25 centésimas, menos que un suspiro, un impulso final, separaron a nuestros bravos representantes del oro, siendo superados por la escuadra soviética, estos últimos parece ser que favorecidos por una calle, la 2, que estaba más preservada del viento, mientras que los españoles paleaban por mitad del canal, en la calle 5. A partir de ahí ya comenzó a oírse el soniquete de los cuatro nombres, héroes de un país que había plantado cara al mundo y que había tuteado a la mismísima Unión Soviética. Hay que considerar que estábamos en la transición y que todavía estaba muy asentado el sentir anticomunista.

Los ecos de aquel logro y el efecto multiplicador perduraron en el tiempo, de hecho, en Moscú '80, Herminio Menéndez con Guillermo del Riego, conseguirían otra plata pero en esta ocasión en la modalidad de K-2 500 m.

Es evidente que un hito de estas características cambió la vida a este cuarteto, no sólo que con solo nombrarlos a mucha gente le suena, sino que ellos mismos, todos, han seguido vinculados al deporte, dedicándose fundamentalmente a la gestión: Díaz-Flor es Director del Centro de Alto Rendimiento de piragüismo en Aranjuez (Madrid); Herminio Menéndez, probablemente el más célebre de todos, es profesional de la gestión deportiva y ha estado vinculado a innumerables proyectos y clubes; Celorrio es el actual presidente de la Federación Aragonesa de Piragüismo; y Ramos Misioné es funcionario de la Xunta de Galicia en la Dirección General de Deportes, que simultanea con el cargo de vicepresidente en la Federación Gallega de piragüismo y la dirección deportiva de un club en Lugo.

El piragüismo en España ha sido siempre un vivero de grandísimos deportistas, ahí tenemos a David Cal, y nos ha reportado muchas medallas en todo tipo de competiciones. La geología y el clima de nuestro país favorecen la práctica de este deporte. No obstante, ningún cuarteto de K-4 ha podido reverdecer los laureles de aquel mítico equipo, o al menos hasta ahora. Sí porque hay un fabuloso grupo que ya está cosechando éxitos, en mayo pasado fueron primeros en la Copa del Mundo de Milán, y una inhabitual rotura de la varilla del timón en el Mundial de este año, que incluso pensaron que había sido un sabotaje, los descalificó cuando afrontaban los últimos metros, apuntando ya a lo más alto.

Ah, y para colmo de la curiosidad, que esto es una cuestión mía, que a veces soy un poco maniático, pues el cuarteto no tiene apellidos comunes como Martínez, González o García, sino que son los muy sonoros Hernanz, Germade, Carrera y Peña, ¿tendremos sucesores de los Herminio Menéndez, Ramos Misioné, Celorrio y Díaz-Flor cuatro décadas después? En Río 2016 lo sabremos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy bueno el artículo, pero solo un pequeño detalle, no había dos gallegos, de Lugo era Misioné, pero Celorrio ser era de Lleida, como Craviotto. Saludos
Anónimo ha dicho que…
Y Herminio era asturiano, ceutí Díaz Flor.