THE RIPPINGTONS, JAZZ PARA SER FELIZ POR UN RATILLO

Si tuviera que definir la felicidad, diría que para mí no existe como un estado permanente; soy razonablemente feliz, optimista, pero como cada hijo de vecino tengo mis lados oscuros que hacen que la vida no sea de color de rosa ni para mí ni para nadie. Dicho esto, por ese positivismo que me caracteriza, también es verdad que intento que todos los días de mi existencia tengan algún momento feliz, hay gente que no tiene un momento feliz nunca, y si en ese momento no estoy atravesando una racha placentera, pues tiro de mis recuerdos.

Yo intento educar a mi hijo, casi preadolescente como él se empeña ya en pensar, aunque nuestra vida juntos acaba prácticamente de empezar, de que no son importantes las posesiones materiales sino las espirituales, es más importante tener amor, recibir un abrazo, un beso o una caricia, a contar con una videoconsola. Esos son los elementos vitales para proporcionarnos felicidad, por supuesto, que hay vidas mucho más ostentosas y confortables, pero también las hay peores. El justo equilibrio es ser feliz con esas posesiones materiales sin apegarse mucho a ellas y disfrutar eternamente de las espirituales.

Afortunadamente mi hijo creo que va por el buen camino y disfruta de la vida y es feliz como niño que es, tal cual lo fui yo y tal cual estoy intentando que él lo sea. Sin grandes aspavientos ni excesos y viviendo de forma algo desahogada, ahí está el equilibrio que nos da la felicidad.

Quiero que los recuerdos de mi hijo sean entrañables y dichosos como los que yo tuve, y basados muy mucho en la felicidad de las pequeñas cosas, en jugar al tenis en la mesa del salón con una red echa con libros, ir al pantano a tirar piedras o jugar a una batalla de pistolas de agua en mitad de la calle.

Tengo muchos recuerdos felices de niño, es posible que antes haya comentado esto en esta bitácora, pero la felicidad absoluta para mí era ir, por ejemplo, a la gran ciudad, Jaén, a pasar el sábado, ir a la consulta del oculista, montarnos en una bicicleta de alquiler en el Parque, comprar patatas fritas en Casa Paco o desayunar y comprar después en Simago.

Aquello de Simago ha formado parte de mi ser desde siempre, soy un animal consumidor, pero con los pies en el suelo; me gusta ir a comprar a un supermercado o a una gran superficie, porque lo tiene todo, ves aunque no compres, te das algún caprichito y no suelo ser gastoso, se está calentito, no hay prisas, no hay demasiadas colas y... entonces había música. Sí, en aquel Simago de Jaén y en otros muchos, antes había música de fondo, ahora ya no tanto.

Era esa música que te invita a comprar o simplemente a pasear, todo es placentero o aparenta serlo, qué paz se respira mientras ves los estantes magníficamente iluminados, qué atmósfera tan cálida y qué felicidad más tonta y barata.

La música es importante según en qué lugar y situación para mejorar el consumo, para que tu valoración del servicio sea superior, para que la atención médica, por ejemplo, dé la impresión de optimizarse, su impacto es directamente subliminal. En los supermercados, en los que yo me muevo, ya no aprecio que la música esté presente, creo que en El Corte Inglés sí, y eso le da a este un caché adicional, sin prácticamente gastarse un duro, basta con poner la música adecuada; esta suele ser ambiental, New Age, música pop o jazz muy suave, nada que distorsione pero sí que alegre. En gimnasios y balnearios urbanos suele ser del tipo chill out, muy adecuada.

Y bueno, valga este pomposo preámbulo para señalar que la música de The Rippingtons, es una música suave, ambiental, que ayuda y acompaña. Aunque es un renombrado grupo de jazz, en realidad tiene un amplio espectro y no sólo ofrecen claramente este tipo de música, sino muchas de las variantes del jazz, como jazz fusión, jazz pop o crossover jazz; este último es, digamos, la «penúltima» ocurrencia de los jazzistas que es una especie de vuelta de tuerca más al jazz fusión, es propiamente el jazz prestado, en el que se dan cita un conglomerado de corrientes musicales, y es que el jazz es uno de los estilos musicales que mejor se permea de todo lo que hay a su alrededor. ¿No nos hemos preguntado alguna vez qué canción no podría ser versionada en el jazz? Pues eso. Por tanto, en The Rippingtons cabe el jazz en todas sus facetas, pero hay mucho de New Age y de música ambiental.

Bajo el liderazgo de Russ Freeman, este guitarrista, también especialista en programación y afín a los sintetizadores, fue el creador en 1986 de este proyecto nacido en Estados Unidos, que ha ido cambiando de componentes, todos menos él, hasta veinticinco, y atravesando diversos períodos, pero siempre con una base que lo identifica, el jazz contemporáneo, actual, pues ese de los supermercados.

En esas fases por las que ha ido moviéndose, hay que decir que al principio fue una banda con un estilo algo más comercial, que se movía en la frontera del jazz y el pop, para después decantarse por ese jazz crossover y la música más global, world music, New Age y ambiental.

Desde sus inicios el grupo cosechó mucho éxito y fiel a las bandas llamadas de jazz, que ante todo se alimentan del directo, no tardó en hacer giras por medio mundo.

Los cambios de sede, de clima, de músicos han permitido que este proyecto no se pare, no aburra, y siga siendo un proyecto vivo y muy influyente.

Tal vez el punto de inflexión que, de alguna forma, le dio el espaldarazo a su trayectoria y amplió su existencia al resto de los mortales fue en 2009, cuando su último disco en ese instante, Arte Moderno, fue nominado a la categoría «Mejor Álbum Instrumental Pop» en los Grammy de ese año.

Su música evoca en este versátil proyecto una cierta deriva a nombrar canciones de lugares exóticos, aquellos por los que ha viajado Freeman y su grupo, en los que se realizan algunos guiños a esos lugares, que representan los cinco continentes.

No se prodigan mucho por España, en realidad, la última noticia que he podido encontrar de su presencia en nuestro país, es en 2007 en Canarias. A ver si se animan, pues es un grupo muy vivo.

Según refiere Freeman en los últimos años, tal vez con lo de la nominación a los Grammy, se han incrementado los seguidores de The Rippingtons, ampliándose el grupo de apasionados del jazz para los que este grupo forma parte de la banda sonora de sus vidas.

Música alegre, desenfadada, a veces con alguna esporádica aportación vocal que sin mayores pretensiones nos ofrece, me ofrece un poquito de felicidad, un cachito de transportarnos a nuestro espacio de paz interior donde cada uno es inviolable, donde nadie puede acceder, donde uno es férreo, y siente que nadie le va a perturbar.

Comentarios