LA SIERRA DE ANDÚJAR, SALVAJE, IMPONENTE, PERO UN POCO VALLADA

Sierra Morena es una extensa franja de terreno que atraviesa el norte de Andalucía, prácticamente sin solución de continuidad de este a oeste, desde la provincia de Jaén a la de Huelva. Para la gente de otras latitudes posiblemente le resultará un tanto particular observar una sierra, muy larga en cuanto a longitud (no menos larga de punto a punto que los Pirineos), pero no especialmente abrupta. En este sentido, hay que decir que su relieve no es anfractuoso y no tiene picos elevados, sino que la fotografía más típica es la de lomas suaves y pendientes que son en su mayoría accesibles.

También sorprenderá al viajante foráneo un bosque que es diferente a la mayoría de lo que se haya visto antes, el bosque mediterráneo, típico del monte bajo, con árboles de pequeño y mediano porte, rudos y retorneados para soportar más allá de unos inviernos no muy fríos y secos según temporadas, ante todo unos veranos muy severos. Y aparte, mucha capa arbustiva con una flora que es muy característica de esta sierra y que yo singularizaría en la jara, de particular fragancia y que le da un olor, a veces no apreciable para los que no están acostumbrados, único en estos terrenos y que, para mí, que he olido la jara desde que era chico, me hace sentir como si eso fuera mío, como si fuera parte de mi propia casa.

Igualmente constriño mi descripción a la Sierra de Andújar que es la que más conozco, aunque los caracteres que comento suelen ser comunes a toda Sierra Morena, con sus singularidades en cada zona, si bien es cierto que en la provincia de Huelva cambia ligeramente el paisaje por la cercanía del mar.

Y es que si hablamos de Sierra Morena sin definir demasiado, a muchos, por no decir a todos, se circunscribirán a las provincias de Córdoba y Jaén; dado que la Sierra Morena se define más por sus pequeña sierras que salpican el norte de Andalucía que por su nombre genérico; no obstante, somos más dados en Jaén, e imagino que en Córdoba, a hablar de Sierra Morena.

Sierra Morena es la Sierra de Andújar y viceversa, no sé si es la esencia de esta cordillera, pero hay signos distintivos que la hacen única, y ahí no hay discusión, el reducto más importante del lince ibérico en nuestra Península (en el mundo) se encuentra aquí. La figura excelsa de este felino, que lo es por su porte y por la perfección de sus movimientos, se ha acrecentado en las últimas décadas por la divulgación de lo terrible de su existencia, un descenso de sus unidades que lo han llevado al borde del colapso. Lo triste de esto es que la variabilidad genética ha mermado y los apareamientos son cada vez más comunes entre miembros de las mismas familias que se han reproducido repetidamente en las últimas décadas, es decir, que el acervo génico se está deteriorando; de hecho, han estado pensando introducir algún lince americano (no sé cómo va esa idea) para facilitar la variabilidad.

Por supuesto, también hay algo distintivo de la Sierra de Andújar, y es el Santuario de la Virgen de la Cabeza, pero después lo comentaré.

Si bien es cierto que no he ido de forma frecuente a la Sierra de Andújar, sí que puedo decir que casi desde que tengo uso de razón he ido cada año a Sierra Morena, ya sea por Linares, Vilches, La Carolina o Bailén, lógicamente en sus términos municipales, con ocasión de excursiones, días de domingo con mis padres y cuando era joven e incipiente ciclista incapaz de medir el riesgo (me partí mis incisivos centrales viniendo de una ruta serrana con apenas quinces años), y actualmente también en días de domingo, la historia se repite.

No obstante, y pese a que no he sido muy asiduo a la Sierra de Andújar, tengo que decir que en apenas un año y medio he estado hospedándome allí dos veces en sendos establecimientos de turismo rural, y sí que es una gozada, porque el contacto con la naturaleza te ofrece dosis de oxígeno y solaz a partes iguales.

Y por cerrar un poco el círculo de mis visitas a este enclave serrano, también tengo que decir que tengo el privilegio de haber hecho una peregrinación informal a la Virgen de la Cabeza, desde mi domicilio, Bailén, en dos ocasiones; lo que viene siendo una caminata de algo más de cuarenta kilómetros, a lo largo de la noche (yo salí a las 00.00 horas) para evitar el calor, pues esta época primaveral suele ser la más propicia para estos esfuerzos entre simbólicos y personales. Y sí, caminar en una buena noche de primavera, sin viento, con una temperatura agradable, en torno a los quince grados, y adentrarse desde la campiña bailenense hacia las primeras estribaciones de la Sierra es un todo un espectáculo. Con noche cerrada y un silencio plácido, intentas sondear todo lo que te rodea, un mínimo ruido, una brisa fugaz y ese olor al verde incipiente, que con los primeros albores del sol transforma la leve humedad de las plantas en aroma a tierra mojada, que se mezcla con la jara predominante y otros arbustos. Metidos ya en la Sierra, el olor se intensifica y el cansancio acumulado se compensa cuando desde bien lejos ya se puede ver el objetivo del santuario, en un enclave colosal, ya con el sol de testigo de excepción.

Soy poco o nada romero aunque reconozco que la Romería de la Virgen de la Cabeza pueda tener multitud de adeptos, desde luego los atractivos son muchos, y amén de las convicciones religiosas y el fervor, sin duda, la ubicación de esta Virgen, que como todos la llaman la Reina de Sierra Morena, tiene mucho que ver, en mi opinión, con lo que es el edificio casi místico de este Santuario, porque desde él, alzado en un promontorio sensacional se alcanza a ver una inmensa extensión de Sierra casi inacabable.

Bueno, una de esas dos escapadas recientes a esta Sierra lo ha sido con oportunidad de la Semana Santa, lejos quedan para mí épocas pretéritas donde vivía con pasión y protagonismo cofrade esos días gloriosos, pero todo tiene su momento y aquello pasó, lo degusté y ahora disfruto más con otros placeres.

Aun siendo un visitante ocasional de la Sierra de Andújar tengo que decir que hay una especie de domesticación de lo salvaje, que se ve poco en otras latitudes, en otras zonas serranas de características similares.

Como salvaje, esta Sierra lo es y mucho, sí hay caminos hacia casas, ahora lo analizaré, pero no hay marcadas muchas rutas a pie, te pierdes, si puedes, de uno de los caminos para vehículos y no encontrarás marcas de pisadas, te adentras más aun y creerás que eres el primer ser humano que ha pasado por allí. Pero este escenario teóricamente inexplorado se ve salpicado por muchas, excesivas, alambradas y vallados que no creo que hagan bien ni a los viandantes ocasionales, que nos buscamos la vida, pero sobre todo para esas especies animales críticas en la zona que casi tienen que llevar un plano para moverse.

No lo digo yo y ni tan siquiera me remito a los grupos ecologistas que pudieran estar marcados por una cierta radicalidad, no. Hace unos días leía un informe avalado por el biólogo Miguel Delibes, hijo del ilustre escritor, en el que se señalaba el mal endémico que suponía para la Sierra de Andújar y los Montes de Toledo, la ingente cantidad de fincas cinegéticas, con sus consiguientes vallados que constreñían y limitaban el hábitat no sólo a los linces, sino también a los lobos.

De hecho, los lamentables atropellos de linces en la Nacional IV, es decir, fuera de territorio serrano, no hacen sino demostrar que estos felinos se están moviendo más allá de una escasez de conejos, que también, hacia terrenos abiertos donde no tengan que ir a marcha reducida, vaya a ser que se topen con una valla. Y esos terrenos abiertos que son los que hay en los dos márgenes del recorrido de apenas veintes kilómetros entre Bailén y Andújar, son extensos olivares, llanuras con suavísimas pendientes que están pobladas por esos olivos que son el motor de la provincia de Jaén.

Echo de menos sinceramente que no sólo se habiliten más pasos subterráneos para los animales con objeto de franquear esas barreras artificiales que son las carreteras, sino algún una política racional para reducir los vallados cinegéticos, porque a veces son innecesarios, se vallan una serie de hectáreas donde no hay reserva de caza, simplemente porque esto es mío, porque yo lo valgo, porque lo hace todo el mundo y porque no quiero que entres.

Uno camina, solo en mitad de la nada inexplorada, esperando a que pueda divisar un lince, pero es difícil de divisar, de hecho, los que los ven son pocos y tras muchos intentos (también los hay que a la primera besan el santo), pero yo nada; es más, ni lince, ni cualquier otro animal de cuatro patas, tampoco conejos, ni siquiera lagartos, que los habrá, es como si la flora se hubiera comido la fauna.

Bueno está que uno valle su casa y un poquito más, pero violentan a los animales y rompen la esencia de lo que debe ser una sierra. Y ya sé, repito que no soy un conocedor de la Sierra de Andújar, y que hay muchas zonas abiertas, pero también es verdad que he pateado bastante y como yo decía días atrás en tono de sorna, vayas donde vayas, vallas.

Y dicho esto, hay que decir que a la domesticación de la Sierra con vallas hay que añadir la humanización de la misma con casas por doquier. Sorprende que la legislación urbanística en materia de ordenación urbanística tenga una aplicación desigual dependiendo de los territorios y municipios andaluces. Por otro lado, la normativa actual data de 2002 y quiso hacerse una norma estricta sin atender a características del terreno susceptible de conservar. Las casas en cualquier sierra de forma indiscriminada son un atentado al equilibrio natural, en Andújar su propagación es, como poco, excesiva; en los montes se debiera haber actuado con rotundidad, ahora ya no tiene sentido, porque su persecución habrá prescrito. Si la ley en teoría no permite una casa en el campo salvo excepciones tasadísimas, ni en el monte, ni en la sierra, pues tampoco en mitad de las olivas, donde aquí el impacto visual es mínimo, por no decir ninguno; no obstante, la ley es la ley, y no hacerla cumplir supone una grave irresponsabilidad.

Pues lo dicho, y por resumir mis sensaciones sobre una Sierra maravillosa, es un entorno increíble, con muchos atractivos, con una naturaleza desbordante, donde hay que pulsar cada olor, cada ruido y cada silencio, cada fotografía, y donde también hay que lamentarse de que la mano humana, a veces interesada y despiadada, esté demasiado presente para perjuicio de los animales en primerísimo lugar, y mucho después para el propio ser humano.

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